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Camba: la biografía definitiva

Acostumbrado a trabajar sin horario, en mesas de cafés y hoteles, el autor se revela como precursor del periodismo en el libro de Francisco Fuster

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«Su método de escritura consiste, precisamente, en no tener método alguno, pues lo que data de chispa y espontaneidad a sus artículos, que no están escritos en una oficina o en una biblioteca, es que surgen en la ruinosa mesa de un café, en contacto con ese material (las personas que están allí y sus vidas)», escribe Francisco Fuster en Julio Camba, una lección de periodismo, biografía definitiva del escritor de Vilanova de Arousa. Y es que a Camba le gustaba escribir en cualquier lugar menos en su despacho de la única vivienda estable que tuvo, a espaldas del Retiro. Y eso que en 1949, con 65 años, se retiró a una habitación del Palace de Madrid hasta su muerte, 13 años después.

Estaba acostumbrado a trabajar tumbado en la cama de las habitaciones de hotel, sin ninguna disciplina horaria: «No podría trabajar nunca de una forma metódica. No puedo leer en una biblioteca, que es, sin embargo, un establecimiento organizado para la lectura […] y me entran ganas de fumar. Tampoco puedo fumar en un smoking-room, donde me entran ganas de leer, así no puedo tampoco escribir en un escritorio. Mi trabajo, una vez organizado, perdería toda espontaneidad».

Camba defendía que la música de café debía ser como la literatura de café, esa que él practicaba, es decir, la literatura de periódicos: «Debía ser fácil, amena y digestiva. Un poco mejor que el café; pero nunca completamente genial. Debe acompañar a la conversación sin interrumpirla y no debe expresar jamás grandes ideas, porque las grandes ideas están fuera de lugar en el café».

Fuster, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Valencia, se revela como un erudito de Camba (Villanueva de Arosa, 1984-Madrid, 1962). Hace una vigilancia minuciosa en cada una de sus etapas vitales. De su vida tumultuosa y agitada. De su recorrido por campos y ciudades. De Buenos Aires, adonde marchó de adolescente, a París, Londres, Berlín, Roma y Nueva York. Precisamente, su despegue profesional vino cuando decidió ser corresponsal: «Llevó la crónica a la máxima expresión porque ponía la lupa sobre el hombre corriente y el suceso cotidiano». Como corresponsal de El Sol fue el segundo colaborador mejor pagado, por detrás de José Ortega y Gasset, quien cobraba 200 pesetas por artículo: «Camba aprendió a vivir en los continuos viajes y era el hombre que mejor sabía vivir en España».

«Mis ideales no me permiten ser cura», dijo a sus padres ante la idea de entrar al seminario. A sus 15 años, en El Eco de Marín, descubre la necesidad de aprender un periodismo comprometido. Su paso por la prensa anarquista con El Rebelde a la republicana con El País marca su maduración ideológica: pasa de militar en las filas del anarquismo a defender un republicanismo laico y moderado para, cuando trabaja en Abc, mostrar un pensamiento conservador.

La obra, publicada por la Fundación José Manuel Lara, ha sido galardonada con el Premio de Biografía Antonio Domínguez Ortiz, que en 2011 recibió la semblanza de María Isabel Cintas Guillén dedicada a Manuel Chaves Nogales. Como dice el título, es una auténtica lección de periodismo, esclarecedora, de la que se deslinda un buen porcentaje de datos para apreciar el tejido autobiográfico de sus escritos. El escritor no solo se retrata en sus artículos sino en lo que cuenta sobre su vida, lo cual constituye el entramado generador de su obra.

A través del minucioso planteamiento de Fuster, se llega a la conclusión de que Camba tiene una de las más solventes y saludables capacidades testificadoras. Su experiencia narrativa y su pericia crítica también atraparon a los más grandes. Fue amigo de Juan Belmonte, Domingo Ortega, Pérez de Ayala, Marañón y Sebastián Miranda. Josep Pla escribió que fue «el mejor escritor de artículos de este país» y Miguel Delibes aseguró que fue un maestro de periodistas porque «las facultades de un escritor de periódicos deben medirse antes que por su retórica y por lo que dice, por el número de palabras que utiliza para decirlo». En ese sentido, Camba fue un precursor. Un maestro definitivo.

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