Hay una niña que solo quiere estar en la calle bailando. La casa, ni para dormir. "Entro y siento que hay algo que me pesa, que no puedo respirar y que me ahogo", le cuenta al terapeuta. Su liberación es la calle, donde no tiene que "apagar el cuerpo". Entre las cuatro paredes que habita, "todo está lleno de cosas para estarse quieta". Quiere salir, salir, salir, bailar, bailar, bailar. "Miro de frente cuando bailo porque no estoy haciendo nada malo", cuenta la niña interpretada por la actriz Cathy Pulido a los alumnos y alumnas del IES Bañaderos. Junto al también actor Alberto San Luis, el bailarín Josué Espino y dirigidos por Luis R. Lorite, captan la atención y los ojitos curiosos de su público con la obra Casafobia; luces, pasos de baile y el bum bum de la música para explicar, entre otras cosas, como cambiarle el pañal a una persona mayor.
Este montaje, una pieza de artes vivas financiada por el Plan Corresponsables a través del Ministerio de Igualdad y la Viceconsejería de Igualdad y Diversidad del Gobierno de Canarias, busca sensibilizar y concienciar sobre un objetivo que debería ocupar a toda la sociedad: crear un sistema público de cuidados. Además, también pretende mostrar “cómo esa carga de los cuidados nos asusta, tener que hacer esas tareas que son tan necesarias”, puntualiza Noemí Santana, consejera de Derechos Sociales, Igualdad, Diversidad y Juventud del Gobierno de Canarias, presente en la representación.
"Todo el mundo necesita ser cuidado pero no todo el mundo está cuidando", explica el director de Casafobia. La obra busca dirigirse a los hombres que no cuidan y a las mujeres que los refuerzan en ese privilegio, "no para culparlos, la culpa no sirve de nada, sino para cuidarlos", recalca Lorite. "Los cuidados hay que desprivatizarlos, no son una mercancía", añade.
El montaje continúa en el comedor del IES Bañaderos, con el plano de una casa dibujado con cinta blanca en el suelo y un cubículo blanco con luces de colores e imágenes proyectadas en el centro. La niña que baila le dice al terapeuta (Alberto San Luis) cuál es su enfermedad: la casafobia. "¿Casafobia? Eso no existe". El terapeuta, indignado ante una paciente que se autodiagnostica, como si ella entendiera, como si ella supiera, llega a casa y se encuentra con un fantasma que le lleva al pasado, donde anidan sus traumas. Suena Mi gran noche de Raphael, aparece el espíritu del baile (Josué Espino) y ponen a los 40 alumnos y alumnas a moverse al ritmo de un vals improvisado.
El viaje hacia atrás se completa con la danza. Ahora el terapeuta se ve a sí mismo de pequeño, feliz, con la videoconsola entre las manos durante una infancia idealizada en la que su madre le advertía: "Suelta esa escoba, que se te va a caer el pito". Se te va a caer el pito. ¿A qué hombre se le ocurriría volver acercarse a un cepillo, a una fregona, ante tal amenaza? La escoba como símbolo de la pérdida de la masculinidad, como si cuidar la casa no fuese compatible con ser hombre. "Mi madre nunca me enseñó a barrer, ni a fregar el suelo", relata mientras es consciente de que quizá, eso de la casafobia, puede ser una realidad de la que él mismo ha sido víctima toda su vida.
El fantasma vuelve a invocar al espíritu del baile y viajan al presente con la canción Sakura de Rosalía. Ahora el terapeuta se enfrenta a la falsa realidad de las redes sociales, en las que presume, novia tras novia, de sus relaciones que siempre terminan por acabarse. Aprende una nueva lección: "Es muy fácil soltar a gente de nuestras vidas, pensamos en que habrá alguien que nos lo pondrá más fácil, nos da miedo cuidar a una pareja y solo nos preocupamos por la persona que aparece en la selfie". De nuevo, los cuidados o, más bien, la falta de ellos, le golpean con su estrépito.
Los alumnos y alumnas del instituto de Bañaderos, absorbidos por la obra, preparan los pasos de baile para el último viaje, el viaje al futuro. El espíritu se los enseña y ellos se suman: "paso de selfie, ahora pasar página, ahora me gusta, no me gusta, ahora paso de billetazos", explica arrastrando una palma de la mano sobre la otra, como el que tira al aire un fajo de billetes. Si el pasado le mostró una madre autoritaria que cargaba ella sola con todas las tareas del hogar y el presente su problema para cuidar las relaciones amorosas, el futuro ofrece al terapeuta un panorama inesperado: tiene 64 años, se ha arruinado y vive con su madre mayor, a la que tiene que cuidar y cambiar los pañales.
En el cubículo blanco se proyecta un tutorial de YouTube que le explica cómo hacerlo y cuando termina, su madre, ya viejita, le explica cómo ha acabado en esa situación. "¡Ya te dije que eso de las bitcoins era una estafa!", exclama con su camisón blanco. La acumulación de riqueza y la corrupción como algo inherente al ser humano. La vejez como algo inevitable. Un hijo que cuida a su madre pero al que nadie le preparó para cambiar un pañal, para agacharse sobre sus piernas flaquitas sin fuerza y ayudarla a colocarse en la cama. "Nos han enseñado que el éxito es lo contrario de cuidar. Y eso es lo que da miedo, vivir en un mundo donde nadie sepa cuidar de nadie", reflexiona el terapeuta al final de su viaje. No hay telón pero es como si cayera. Aplausos.
Casafobia, que ya ha estado en Tenerife, El Hierro, La Palma y Lanzarote, termina con un coloquio final, en el que se hacen preguntas, se insta al debate. La obra se va a representar en un total de tres centros de Gran Canaria y en el centro penitenciario del Salto del Negro. "Queremos que la relación entre cuerpos masculinos y cuidados sea atractiva para la sociedad, para que se vean reforzados también esos hombres para cuidar y entender que, esos cuidados, les van a reportar unos beneficios", explica Lorite.