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Análisis

La isla y los demonios

La obra de Laforet regresa con un cuidado prólogo de Juan Cruz que ahonda en las razones porque esta novela debe ser leída por los de antes y por los nuevos lectores

La escritora Carmen Laforet. La Provincia

Esta es una hermosa edición de una de las novelas que podemos llamar recurrentes. Esas a las que siempre volvemos, por apetencia o por la frase de un amigo o porque siempre la estimamos necesaria. Puede que haya dormido en el inconsciente, retraída en la memoria literaria, esa que se esconde y resurge cuando alguien nos la comenta, casi de pasada, y vuelve la apetencia de leerlas de nuevo. En este caso fue un comentario del comprometido sociólogo Federico González lo que desencadenó las ganas de volver a la obra de Laforet. Ahora viene con un cuidado prólogo de Juan Cruz que ahonda en las razones porque esta novela debe ser leída no solo por nosotros, los de antes, sino por los nuevos lectores.

No voy a desgranarles la novela, ni hablarles de los distintos simbolismos que encierra. El profesor Francisco J. Quevedo ya lo ha hecho en sus trabajos Perspectiva melodramática de La Isla y los demonios y Regreso a La Isla y los demonios. También son útiles al respecto los libros de los hijos Agustín y Cristina Cerezales, la recopilación de correspondencia entre Carmen Laforet y Ramón J. Sénder o la biografía de Anna Caballé e Israel Rolón Barada. Obras que sirven para acercar la figura de una autora, reconocida hoy en día, como pionera de la literatura feminista en España.

No olvidemos que Laforet escribe en un medio terriblemente hostil para la mujer, incluso para la razón, con un idioma secuestrado por la retórica oficial. Cuando la primera obra de Carmen Laforet se publica, la novela española ha producido el Leoncio Pancorbo de José María Alfaro, cargado por decirlo suavemente, de retórica imperial. Es pues, Laforet, una de las primeras en intentar, aún sea inconscientemente, la búsqueda y recuperación de un idioma que sea real, ajustado a la vida cotidiana, que pueda expresar el tremendismo de la más cercana postguerra. Ese camino lo ampliaran y desarrollaran casi inmediatamente autoras como Bravo Villasante, Matute, Martín Gaite y escritores como Ferlosio, Aldecoa, García Hortelano, etc. El papel de Cela, escritor orgánico del Régimen, no debe ser ignorado. Después vendrían Martin Santos y Benet, pero seguir este hilo nos alejaría del propósito inicial. Para ello acudan al libro de Jordi Gracia, Estado y cultura. La resistencia silenciosa.

Lo que me interesa es mostrar las diferencias y similitudes que existen, para mí, entre Nada, primera novela, y La isla y los demonios. Más allá de los siete años que transcurren entre la publicación de las dos. Mientras que Nada nos describe una Barcelona gris, apagada, de postguerra y una familia que hoy llamaríamos desestructurada, con la traición, la denuncia, el mutuo desprecio, enroscados en ella… La isla y los demonios se centra en el drama de la orfandad, con una familia igual de conflictiva, pero en un medio mucho más luminoso, terrenal, en el que el paisaje de la isla está presente como contrapunto de los conflictos humanos. Ahí está una de las primeras diferencias. El paisaje urbano de la primera es triste, desolador, las huellas de la guerra se dejan ver, no solo en los edificios, las calles, las plazas, sino también en las personas… y en la forma de actuar y pensar de los personajes de Laforet. Constantino Bértolo habla de una «suciedad de la inteligencia» más que de una suciedad física, mental, moral. Lo que domina en Nada es el tremendismo de un mundo desgarrado por la guerra, que ha arrasado con el paisaje urbano y con la moral de las personas.

Laforet escribe en un medio terriblemente hostil para la mujer y la razón, con un idioma secuestrado por la retórica oficial

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En cambio en La isla… pese al drama familiar, la agresividad de Pino, la orfandad de Marta, siempre nos movemos en un mundo más luminoso, incluso más esperanzado. Personajes como José, Pablo, Hones, la misma Marta, son en general más positivos. Y el paisaje va con ellos, aunque sea el paisaje del volcán, siempre amenazante. Es uno de los protagonistas de la obra y, puede decirse, que por momentos, se humaniza: «Todos aquellos caminos, hartos de soportar el peso de sus sandalias». Se les da a los caminos características humanas de hartura, como si mediante esa figura quisiera la autora elevar el paisaje grancanario por encima de lo meramente telúrico y dotarlo de más riqueza expresiva. El paisaje siente, ya no sólo nosotros sentimos el paisaje sino que este nos siente a nosotros.

Otra diferencia entre las dos obras se encuentra en el final. Es cierto que ambas terminan con un viaje prometedor. Un viaje que anuncia nuevas experiencias que se aguardan esperanzadas de que sean para mejor. Un cambio que se espera libere a la protagonista de los moldes de la sociedad y la familia.

Sin embargo, es en la despedida, donde radica la diferencia. De la primera se dice: «De la casa de la calle Aribau no me llevaba nada. Al menos, eso creía yo entonces». Es indudable que lo que se lleva es el germen de la novela, la historia que nos contará. Lo único que se lleva y que se contiene en «eso creía yo entonces». De resto nada. De ahí el título de la obra. Sin embargo, en La Isla, la despedida es otra. La protagonista anuncia que nunca volverá, al menos es esa su intención. Parece un rechazo a la isla, pero no es tal. «Entonces supo Marta que no tenía necesidad de llevarse las leyendas de Alcorah para recordar la cálida hermosura de la isla. Supo el porqué de su rotunda afirmación de que no volvería allí. Todos aquellos caminos, hartos de soportar el peso de sus sandalias, estaban dentro de su alma. La silueta de la cumbre, y el silencio de los barrancos, el mar y las playas, humedecerían siempre el latido de su sangre. Donde quiera que fuese, la isla iría con ella».

Estas palabras son suficientes para recordarnos a los isleños la necesidad de seguir leyendo esta obra. Ninguna como otra ha descrito el sentimiento de los que se extrañan, voluntaria o no, de nuestra tierra. Cualquier emigrante canario se reconocerá en ellas y nosotros también.

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