Literatura

Otro mar, otro suelo

En siete capítulos, Nilo Palenzuela nos arrastra por la palabra a nuestro pasado y a nuestro presente, impidiéndonos reposar en la complacencia

Portada del poemario.

Portada del poemario. / La Provincia

Javier Doreste

Javier Doreste

He aquí un poemario que cumple con las condiciones que toda colección de versos exige. Despierta nuestra mala conciencia como decía Saint John-Perse (nos lo recuerda Felipe Landín) y nos golpea como pedía Benedetti que hiciera la poesía. En siete capítulos nos arrastra por la palabra a nuestro pasado y a nuestro presente, impidiéndonos que reposemos en la complacencia occidental.

Proclama con la razón, pues al contrario que otros Palenzuela recurre a la razón, la tan denostada razón, que somos parte de una misma historia, o mejor, que otros tienen la misma o similar historia que nosotros. La historia de los desplazados, sea a otra tierra y otro mar o sea en el mismo mar y mismo suelo. Los desplazados sin moverse del sitio como lo son los jóvenes sin trabajo y sin futuro, las mujeres arrinconadas por la historia, los hombres y mujeres de la zafra, del tomate, del plátano, las que limpian los hoteles y los que sonríen, siempre sonríen al turista.

Los desplazados que se mueven por África, que abandonan las aldeas y se acumulan en Dakar, Lagos, Bamako o Ciudad del Cabo, como los nuestros abandonaron la cumbre y bajaron a la costa a trabajar en el turismo y la construcción, a descargar barcos y aviones y antes fuimos a la costa a pescar o vinieron de esas costas a cortar caña y a ser exportados. Los desplazados que vinieron con los ingleses y se quedaron cuando: «Llegaron invadiendo las horas vespertinas/ el humo, denso y negro, manchó el azul del mar/ y el agrio resoplido de sus broncas bocinas/ resonó en el silencio de la puesta solar», tal y como los describió Tomás Morales.

Da lo mismo que estemos en Tenerife o en la Isla de Reunión. El volcán es el mismo, el puerto es el mismo y los hombres y mujeres que van en la guagua, por la calle, los que cortan caña o plátanos, son los mismos, siquiera el color los diferencie. Puede ser otro mar, otro suelo, pero , el sistema es el mismo, de siempre, desde que occidente se encontró con los otros, aquí, en las Canarias, y después se expandió por todo el orbe, por todos los mares y todas las tierras, rechazando, empujando, desplazando al otro, al que no era como ellos.

Un proceso de invasión cultural y económica que muta, se transforma, metamorfosea… pasa de conquista militar a evangelización, de imperio colonial a globalización, pero en todas partes unifica en la explotación del hombre y del medio, y unifica en la cultura. Siempre hay quien se alegra de la llegada de una nueva franquicia de café, aquí en la tierra del buchito, siempre hay quién acude a comprar presuroso la nueva marca o el nuevo modelo de zapatillas. Y allí, en Reunión o en los muelles de Bamako o Dakar, con el mismo modelo en los pies, menores y mayores rebuscan entre la basura electrónica que occidente envía regularmente.

«La sombra de quienes huyeron, negros, rumberos, campesinos, hijos de colonos hoy en camiones repletos, en guaguas, con pinta de zoreils, sombríos ¿cruzan las fronteras o siquiera lo intentan? ¿No comprenden? ¿Comprendemos desde este lado del continente, desde otro océano? Las nubes bajan del Púlpito hasta La Laguna, son las mismas que cruzan sobre el Pitón des Neiges, acaso la misma que desciende por el Níger mientras el pájaro de cola de paja huye y mira lejos».

Ya desde su discurso La Lengua Desplazada, avanzaba estos temas y visiones Palenzuela. Ahora los continua, arrastrándonos con fuerza hacia un continente que tenemos tan cercano y a nuestra propia tierra y su historia. Tendiendo un puente de palabras, única arma del poeta, entre los distintos pasados y presentes, unificándonos en la diversidad, a los de abajo, a los desplazados. Pues la fuerza de la globalización, la nueva fuerza que denuncia la teoría de la decolonización, es precisamente esa: unificarnos sin diversidad.

Un proceso de aculturación que obliga a que asumamos que su desarrollo debe ser el nuestro, su mercado, su cultura, su moda. Se traza una fisura, una hendidura, no solo entre países y razas sino en medio de las mismas sociedades, los que quieren «crecer», «desarrollarse», los que aceptan la dinámica del amo y del esclavo. Una fracción minúscula de la sociedad es cada vez más rica. Una fracción minúscula del planeta vive en el despilfarro. Y para esconder esa cisura se construye la historia única que denuncia Chimamanda Ngozi Adichie y recorre también nuestras tierras, las que pisamos y las que sabemos que están más allá del mar, ese mar del que Cernuda decía: «el mar es un olvido». Olvido de lo que fuimos, de lo que somos, de lo que fueron y de lo que son y serán los otros, los que ignoramos. Contra ese olvido escribe Palenzuela este libro hermoso y desgarrador que nos zarandea y nos golpea como pedía Benedetti que hiciera la poesía.

Sylvain Doumel escribió de Saint John Perse: su escritura se inscribe en el rechazo de la inclusión en las prácticas dominantes, comprendidas las discursivas, (…) propone otro sistema de representación de lo existente. Estas mismas palabras pueden aplicarse a Palenzuela. Logra, mediante la palabra, que rompamos con los mitos de los tópicos al uso, cuando hablamos de África: la misteriosa, la cruel, la atrasada, la del horror de Conrad, sin olvidar que esos mitos fueron los timos que montó occidente para dominar y para que nos temamos los unos a los otros, cual mandamiento evangélico se tratara. Nos saca del discurso dominante sobre África y sobre nosotros mismos, tendiendo un puente más sólido que el de Bamako.

El de las palabras como medio de comunicación, de acercamiento al otro, de reconocimiento en el otro. Y cuando lo consigue, cuando logra que reposemos y dejemos el libro a un lado y pensemos en lo leído y en lo que significa, vuelve a arrastrarnos, a golpearnos, cuando recordamos un verso: «Nosotros somos de ayer y no sabemos nada». Ser de ayer, de lo periclitado, de lo que ya fue y no volverá a ser, que desaparecerá con nuestros prejuicios, nuestra visión estrecha comprada a otros, reconociéndonos en nuestra propia ignorancia impostada de cultivados occidentales. Y así en cada nueva lectura encontramos otro motivo para sacarnos de lo que somos y llevarnos a otro mar, a otro suelo: esto que los vivos/ y los que no son/ más/ acuerdan: / el vuelo, el árbol, / hendiduras sin nombre.

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