Marcando tendencia

Una nueva generación de directores y guionistas eleva la calidad media del cine realizado en España hasta cotas nunca alcanzadas

Fotograma de ‘Cinco lobitos’, de Alauda Ruiz de Azúa.

Fotograma de ‘Cinco lobitos’, de Alauda Ruiz de Azúa. / LA PROVINCIA/DLP

Claudio Utrera

Claudio Utrera

Hoy, por fortuna, tanto para los creadores como para los consumidores, ya es un hecho irrefutable: en el año que ahora concluye la producción cinematográfica nacional ha experimentado un importantísimo salto cualitativo que redundará, sin duda, en la imagen internacional de nuestro cine, contribuyendo a acrecentar el respeto y la admiración de un público tan tradicionalmente desafecto con su cine como ha sido, desde tiempo inmemorial, el español. Naturalmente, alcanzar esta meta no ha sido el fruto de una operación repentina, sino la consecuencia de una ardua y empecinada tarea protagonizada por una generación de jóvenes profesionales firmemente comprometidos con el cine como herramienta para explorar los aspectos más complejos de nuestra realidad social desde los planteamientos más disímiles.

La presencia creciente de películas españolas en las citas cinematográficas más acreditadas del planeta y el largo rosario de galardones con el que han sido distinguidas en muchas de ellas son algunas de las señales que reflejan su ventajosa situación actual frente a otras cinematografías europeas de mayor arraigo social e histórico que, dicho sea de paso, han formado parte integral de nuestro imaginario cultural desde que tenemos uso de razón. Nos encontramos por tanto ante un renacimiento industrial y artístico, que no solo está aportando al mundo talentos de primera fila sino un verdadero caudal de creatividad al servicio de un conjunto de imágenes de cuyo impacto dan fe los encendidos elogios provenientes de los sectores más exigentes del gremio.

Entusiasmo crítico

El entusiasmo crítico que han desatado títulos como, pongamos por caso, Alcarrás, de la también guionista Carla Simón (Barcelona, 35 años), película narrada con primorosa sencillez y galardonada, por unanimidad, con el Oso de Oro en la pasada edición de la Berlinale, constituye una muestra inobjetable de la capacidad creadora de esta joven cineasta en cuyo debut en 2017 con Verano 1993 -Biznaga de Oro en el Festival de Málaga- ya mostraba abiertamente su peculiar sensibilidad para bucear en el desconcertante mundo de los sentimientos, lejos de los habituales clichés que suelen acompañarlo, tanto en el ámbito de la literatura como en el del cine; Modelo 77, de Alberto Rodríguez (Sevilla, 51 años), un brillante drama carcelario escrito por el propio realizador, cuya encomiable estructura como filme de acción no solapa en modo alguno un guion que fomenta abiertamente el pensamiento crítico en el espectador acerca de las brutales contradicciones que hoy jalean el escenario social del país. El autor de la magistral La isla mínima (2014) revalida nuevamente su capacidad innata para construir universos tensos y sombríos a partir de una noción muy personal de la puesta en escena y de su innegable habilidad en la dirección de actores.

‘Cerdita’, el debut de Carlota Pereda, impacta con giros argumentales donde mezcla ironía, terror y denuncia social

Otra figura importante en esta nueva corriente cinematográfica, que está marcando el paso de facto a un sector muy importante de nuestra industria, es la del realizador y guionista Rodrigo Sorogoyen (Madrid, 41 años), cuyo reciente éxito de público y crítica cosechado por As bestas, no hace más que reforzar el importante crédito artístico alcanzado en 2019 con El reino, un meticuloso análisis de la España corrupta de las últimas décadas con una actuación absolutamente soberbia de Antonio de la Torre y Luis Zahera, dos referentes excepcionales del arte de la interpretación en el cine español de los últimos años y protagonistas a la sazón de muchos de los grandes éxitos de los últimos años.

Sorpresa

La extraordinaria sorpresa de una película como As bestas, cuyos ecos nos llevan a otros referentes del mejor cine de autor español de todos los tiempos, como El espíritu de la colmena (1973), de Victor Erice, Los santos inocentes (1984), de Mario Camus, Los lunes al sol (2002), de Fernando Leon de Aranoa, La soledad (2007), de Jaime Rosales o La lengua de las mariposas (1999), de José Luis Cuerda, ha contribuido a dejar otra inmarchitable huella en la escena cinematográfica nacional, reafirmando el excelente estado de salud del que sigue gozando desde la aparición en el horizonte de nombres tan decisivos como Sorogoyen.

Cinco lobitos, la opera prima de la directora y guionista vasca Alauda Ruiz de Azúa (Baracaldo, 1978), ganadora de cinco premios, incluyendo el de mejor película, en la última edición del Festival de Málaga, comparte esa sensación de plenitud que destilan siempre las obras creadas desde la madurez y con un dominio integral del medio. Para su debut en el ámbito del largometraje Ruíz de Azúa, autora de diversos cortometrajes premiados en algunos certámenes de la especialidad, ha elegido una historia de naturaleza intimista, centrada en la incertidumbre de una joven que se debate entre su condición de madre y sus serias dudas acerca del futuro incierto que le espera en medio de unas circunstancias familiares particularmente hostiles. Protagonizada por Laia Costa, un auténtico prodigio de sensibilidad dramática, parte, junto a la francesa Marie Colomb, coprotagonista de As bestas, como favoritas en la carrera de los Goya 2023.

Impacto

Entre los grandes impactos cinematográficos del año Cerdita, de la también debutante Carlota Pereda (Madrid, 48 años) ocupa un lugar preeminente pues, además de los brillantes logros que ofrece en el plano estrictamente narrativo y de la originalidad de su guion, escrito por la propia directora, su inagotable capacidad para sorprendernos con giros argumentales imprevisibles la convierten a la postre en un excelente ejercicio fílmico donde la ironía, el terror y la denuncia social dialogan en perfecta armonía componiendo un extraordinario puzle de emociones a partir de la desdichas de una joven obesa en su lucha por adaptarse a un mundo que rechaza la diferencia.

Presente en la sección competitiva del pasado Festival de Cannes, Pacifiction, la incatalogable coproducción franco española escrita y dirigida por el catalán Albert Serra (Banyoles, 47 años), situada en la Polinesia Francesa, constituye otra muestra más de la libérrima concepción del lenguaje cinematográfico que tiene este director de vuelo libre, mimado desde hace años, por los grandes certámenes europeos y que, ante la sorpresa general, no aparece este año entre las nominadas para el Goya, como tampoco figura la espléndida Los renglones torcidos de Dios, de Oriol Paulo (Barcelona, 47 años), lúcida adaptación de la novela homónima de Torcuato Luca de Tena sobre las peripecias de una investigadora privada (Bárbara Lennie) infiltrada en el interior de un hospital psiquiátrico donde pretende recabar pruebas relacionadas con un caso criminal en el que se haya implicada. Otro de los títulos imprescindibles del año donde Paulo regresa al universo del thriller policíaco que ya transitara con solvencia e inspiración en El cuerpo (2012) y en Contratiempo (2016), con un elevado sentido de la narrativa y una destreza excepcional en la creación de atmósferas sofocantes, sombrías y malsanas.

Intérpretes

Con En los márgenes el actor Juan Diego Botto (Buenos Aires, 47 años) muestra por vez primera sus dotes como director y guionista a través de una crónica social centrada en la lacra del desahucio en la que Penélope Cruz y Luis Tosar, dos intérpretes en estado de gracia, aportan la credibilidad necesaria para poner en solfa con convicción y rigor dramático uno de los problemas más acuciantes que afronta la sociedad española contemporánea desde que el tema se convirtiera en noticia de primera plana en los grandes rotativos nacionales. Y a tenor del nivel artístico alcanzado con su opera prima como director, la carrera del popular actor en este campo promete un largo y sustancioso recorrido.

Peripecia

Con Un año, una noche, inspirada en los sangrientos atentados ocasionados en la sala de conciertos Bataclan de París en noviembre de 2015, Isaki Lacuesta (Girona, 1975) nos introduce en aquellos luctuosos sucesos a partir de la novela de Ramón González Paz, amor y Death Metal mostrándonos, con una admirable capacidad de síntesis, aquellos acontecimientos desde la peripecia vivida por una joven pareja en su angustioso intento por librarse del infierno desatado por la violencia indiscriminada de un comando yihadista que les cambió totalmente su visión personal de la vida.

Presentada en la sección competitiva de la Berlinale, la película, escrita por Isa Campo, Fran Araújo y el propio Lacuesta, constituye un ejemplo paradigmático de la única manera sensata que había de retratar aquella masacre sin tener que atravesar los jardines del tremendismo, hábito muy común en el cine made in Hollywood. No obstante, el acento trágico está continuamente presente en la cinta a través de ese intenso carrusel de imágenes que incendian la pantalla y que subraya la maestría incuestionable de este realizador al que le precede la fama y el éxito desde su puesta de largo en el año 2006 con el Premio Especial del Jurado en el Festival de Las Palmas. En 2018, y tras una dilatada carrera en certámenes como el de Rotterdam o Venecia, obtiene la Concha de Oro a la Mejor película en el Festival de San Sebastián con Entre dos aguas, posiblemente la perla más brillante de su notable filmografía.

Suscríbete para seguir leyendo