Música

Andy Summers, el mito de The Police que aún tiene cuerda a los 80

El guitarrista, elemento decisivo en el inmortal sonido del trío, sigue muy activo recién convertido en octogenario

Andy Summers, en el concierto de despedida de la gira de reunión de 2007-2008, en Nueva York.

Andy Summers, en el concierto de despedida de la gira de reunión de 2007-2008, en Nueva York. / Reuters

Eloy Carrasco

Según el ránking más reciente de la revista ‘Rolling Stone’, Andrew James Summers (Blackpool, Inglaterra, 31 de diciembre de 1942) ocupa el puesto 85º entre los mejores guitarristas de la historia del rock, pero, como todo el mundo sabe, no hay 84 guitarristas más influyentes que Andy Summers en la historia del rock. Este hombre rubio, menudo y con un aire a Harpo Marx sopla velas el último día del año y esta vez, cuesta creerlo, le caen los 80, razón feliz para celebrar al músico que con las seis cuerdas (y sus accesorios tecnológicos) creó el sonido de The Police, uno de los grupos más importantes, característicos y populares de su momento, y hasta hoy.

Summers, nacido en plena guerra mundial de un padre destinado en la RAF y una madre que trabajaba en una fábrica de bombas, fue el hermano mayor del trío que si bien conquistó ventas y listas de éxitos, nunca disfrutó del pulgar en alto de la crítica. Claro, eran unos farsantes que aprovecharon el alboroto del punk y la posterior 'new wave' para teñirse el pelo de rubio platino, enguarrar unas cuantas canciones de menos de dos minutos y subirse a la cresta.

El conflicto con Padovani

Carecían de cierto pedigrí que exigían los tiempos: había que ser auténtico y tocar mal, circunstancia esta última que no se daba en ninguno de los tres miembros de la banda. Sting (bajo, voz) provenía del jazz, Stewart Copeland (batería) tenía estudios musicales y un pasado del que renegar en grupos hippies, y el trotadísimo Summers (una década más viejo que los otros dos) se había formado en la guitarra clásica y, anatema definitivo, ejecutaba solos de cinco minutos con los Animals de Eric Burdon.

En una época en la que cada semana se formaban cien grupos en Londres y costaba abrirse camino, The Police no lo tuvo fácil: conciertos ante cuatro gatos en antros pestilentes donde reinaba el escupitajo y, por supuesto, nulas ventas de discos. Por si faltaba un pelo en esa sopa de miseria y dudas, en la alineación pionera el guitarrista era otro, Henri Padovani, un corso que se pasaba de punk. Es decir, actitud le sobraba, pero tocaba demasiado mal, y así no iban a ninguna parte. Sting atesoraba composiciones llenas de potencial que necesitaban manos diestras, notas enriquecedoras, chispas que sobresalieran. Hola, Andy.

Estrictamente hablando, Summers fue responsable de la marcha de Padovani, pero como se pregunta retóricamente en sus memorias (‘El tren que no perdí’, editorial Global Rhythm, 2006), ¿de dónde exactamente tuvo que irse el corso? ¿de un grupo que no era absolutamente nada? “Sting y Stewart están en el campo de batalla con un tipo cuya espada no es tan cortante como ellos necesitan”, escribe Summers. Todos veían cuál era el flanco débil de aquel proyecto y, con los años, todos aceptaron que con aquel hombre a la guitarra The Police habría cumplido a rajatabla uno de los eslóganes de la época: “No future”.

Los acordes con cejilla

Summers, que se había codeado con Eric Clapton y hasta con Jimi Hendrix, con quien intercambió unos guitarrazos en un encuentro en un estudio, se hizo con el puesto porque era un músico con una idea directa que casó como anillo al dedo con lo que urdía Sting. “Los acordes típicos con cejilla que se utilizan en el pop o el rock –sentencia en su libro– me parecen muertos, carentes del menor asomo de ambigüedad: el acorde con cejilla es el sonido de una habitación con todas las puertas y ventanas cerradas”.

Ábranse debates sobre el uso de la cejilla, pero el hecho es que Sting iba con la robusta carrocería de ‘Roxanne’, ‘So Lonely’, ‘Message in a Bottle’ o ‘Walking on the Moon’ y Summers les daba una gracia que las convertía en bazas ganadoras. Las mejoraba con un estilo luego profusamente imitado. Creó -y ahí está la clave de su relevancia en la historia- un sonido. Y eso que aterrizó receloso tanto en la banda como en el ciclón punk, algo que en un principio veía como una erupción más de gamberros con exceso de anfetaminas de los que musicalmente le separaba un abismo: “Procedo de otra época y todavía me aferro estúpidamente a valores burgueses como el de querer dominar mi puto instrumento”.

Desde luego, tenía destreza, forjada desde la guitarra con la que echó los primeros callos en los dedos, una española que le regaló su tío a los 10 años, hasta la que lo consagró con The Police, una vieja Fender Telecaster de 1961 modificada con una pastilla Gibson de doble bobina, asunto este decisivo en el sonido resultante, no se crean. Se la compró por 200 dólares en Los Ángeles a un chaval en apuros económicos cuando él mismo apenas iba tirando, en permanente quiebra técnica, dando clases a tanto la hora. “Podría decir que hoy vale un millón de dólares, pero sería como regalar mi alma. Esa guitarra me cambió la vida”. No menos capital fue la incorporación de un pedal Echoplex que aportó los ecos y reverberaciones que acabaron de remachar el ‘sello Police’, y más adelante se colgó una Stratocaster roja con la que acabó sus días en la carretera.

El triunfo, con cantidades siderales de discos vendidos y cientos de conciertos en lugares hasta los que el rock no se acercaba entonces (Egipto, India, Hong Kong), además de un llenazo en el Shea Stadium de Nueva York inédito desde los Beatles, les costó “millones de kilómetros y tres matrimonios”. Eran los tiempos en los que casi todo el mundo les reía las gracias, hasta el extremo de que una cosa llamada ‘Behind my camel’ que Summers inconcebiblemente logró colar en el álbum ‘Zenyatta Mondatta’ fue premiada con el Grammy a mejor pieza instrumental del rock.

El origen de 'Every breath you take'

Pero el magma era propicio para celos y peleas no solo conyugales, sino en el seno del trío, con Sting acaudillándose cada día un poco más. Se acabaron separando en 1984 después de cinco álbumes soberbios y un sinfín de hits, singularmente la inefable ‘Every breath you take’, que si bien lleva la firma del cantante la conocemos como la conocemos gracias a la inspiración de Summers. Sting había grabado la maqueta con un órgano Hammond que poco tenía que ver con el marchamo del grupo. Le dieron muchas vueltas en el estudio, no sin acaloradas discusiones porque atravesaban un pico alto de inquinas cruzadas, hasta que Summers cogió el toro por los cuernos y grabó la pista que convertiría el tema en el monstruoso éxito que aún es.

Sepultados por el tiempo los resentimientos, en 2007 The Police regresó con una gira mundial de 150 conciertos que ordeñó la nostalgia y les hizo ganar un millón de dólares cada noche. “Pero un millón para cada uno”, ha precisado Summers en alguna ocasión. El estadio olímpico de Barcelona fue la única escala española de aquel 'tour'.

Al cabo de la aventura de su vida, Summers se entregó a discos en solitario o con viejos compinches, como Robert Fripp, y también a la fotografía, con la que ha publicado varios libros y montado exposiciones. Se volvió a casar con Kate, la mujer de la que se había divorciado en plena borrachera de éxito, y reside en California, aunque para poco en casa, a la vista de sus activas redes sociales que lo ubican aquí y allá permanentemente. Hace unas semanas pasó por Cáceres y le pidió prestada la guitarra a un músico callejero para unos compases, y ahora se ha enredado con unos italianos, 40 Fingers, para grabar una versión de ‘Bring on the night’. Sigue en marcha a los 80, siempre afinado. Hasta la última nota.

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