Entrevista |

Aida González Rossi: "Lo que separa a la vida de la ficción puede ser una tilde"

La escritora tinerfeña publica su primera novela, 'Leche condensada', en febrero con Caballo de Troya | El videojuego es el vehículo de un mundo infantil que ha de dejar la protagonista atrás

La periodista, poeta y escritora Aida González Rossi

La periodista, poeta y escritora Aida González Rossi / LP/DLP

Una niña crece al tiempo que su imaginación se expande y construye píxel a píxel nuevas extensiones de una vida que aún está por contar. Es Aída, tiene 12 años y vive en el sur de Tenerife, donde comienza a intuir lo que puede decirse, lo que no debe decirse y lo que queda mudo al no encontrar los vocablos en los que sujetarse. La transición hacia la adolescencia está en la mudanza que hace con su madre al nuevo piso, también, en la atadura que mantiene su primo Moco alrededor de ella, a la vez que un nuevo jugador entra en la batalla Pokémon y la hace chispear de alegría como su amiga Yaiza. En febrero de 2023, la poeta y periodista tinerfeña Aida González Rossi, sin tilde, publica su primera novela, Leche condensada, de la mano de la editorial Caballo de Troya junto a la editora Sabina Urraca, un relato en el que las líneas virtuales de los videojuegos se entrecruzan con las vicisitudes de lo "real".

Pasamos de la poesía de Pueblo, yo, a su primer libro, ¿cómo ha sido este proceso y cuál fue su origen?

No es tan diferente. Al final, escribir poesía o narrativa son distintas manifestaciones del mismo universo. No intenté transformar mi lenguaje, sino trasladarlo, ya que me interesa la poética de la narrativa sin perder ese pulso narrativo. En narrativa hay más herramientas con las que contar que dan más respeto y, si entiendes un poco la poética como romper con ciertas cosas, te atreves a hacer algo distinto, ni mejor ni peor, solo a no estar tan encorsetada. Siempre había querido ser narradora, pero lo veía lejano y no me sentía capaz de abordar algo tan largo que no terminas en dos semanas, dos meses o seis meses, más bien es un proceso de año y medio con el que estar a piñón y de desplazar otras cuestiones. Llegué a Leche condensada por un impulso de rescatar ciertas cosas que, aunque no sean autobiográficas, sí forman parte del tejido de mi memoria que entra más bien en el detalle o la textura, en donde empecé hablando de relaciones simbióticas abusivas y terminé por meter la voz narrativa en el universo de los videojuegos. 

Estamos ante una etapa esencial para esta niña, ¿de qué manera le afecta el auge de los videojuegos cuando está buscando su identidad?

Me interesa la figura de la niña que ve a los niños jugar a la consola, como las hermanas pequeñas o prima con primos mayores. Una de las cuestiones esenciales de los videojuegos es manejarlo, pero conozco a mucha gente que ha crecido viéndolos como si fuera una peli sin tener el mando, lo que puede pervertir el medio. Recuerdo que cuando tomé ese mando me sentí súper poderosa. Me importaba ese matiz feminista. También, los videojuegos en sí, sobre todo los de la Play 1 y principios de la 2 que son bastante rudimentarios con una sensación de enganche mil veces mayor, en los que parecía que ese mundo se hubiera generado de forma aleatoria con sus imperfecciones, machangos con cara diabólica donde no iba, para el que tenías que hacer un esfuerzo mental por entrar en unas normas tan lejanas al tuyo. Eso se puede analogar a ciertas prosas poéticas que crean una nueva realidad a través de un lenguaje que podría entenderse como imperfecto, pero que dentro de esa organicidad es perfecto dentro de esos muros. Nosotres crecimos jugando a videojuegos, lo que nos dio el primer acceso a narrar y construir una historia. Por ejemplo, yo no leía cuando era pequeña, aunque sí jugaba muchísimo a la Play, y eso me dio elasticidad, como la procesión del tiempo en el que te mueves dos horas en un espacio en el que tendrías que estar dos minutos. Eso da juego porque aprendes a generar rutas propias dentro de las lecturas.

En ese mundo, Aída encuentra introspección, como en ese primer pasaje en el que se sabía la graciosa de la familia pero ya no, ¿está creciendo, verdad?

No quiere crecer y está sufriendo ciertas violencias y como no sabe descifrarlas recurre al lenguaje que tiene a mano, el de los videojuegos, que es también lo que le une a su primo, a Moco, quien representa su infancia y la infancia que se le va. Todo el tiempo se aferra a ello y busca que la escuchen, es una enralada, está intentándolo, pero no sabe hablar sobre lo que tiene que decir. Lo intenta a través de la narrativa y el videojuego, y el propio libro también lo intenta al plantear el acto de leer y de escribirlo como ese mismo videojuego. Además, está estructurado como un combate Pokémon y los títulos de los capítulos son ataques -elemento en paralelo a la metaescritura debido a que, en teoría, puedes tomar decisiones, como crear rutas, a pesar de que todas tus acciones estén contadas-;lo que hace que la lectura sea una experiencia propia es la imaginación y tenerte en cuenta a ti como sujeto activo desde la percepción. 

Portada del libro 'Leche condensada', de Aida González Rossi.

Portada del libro 'Leche condensada', de Aida González Rossi. / Caballo de Troya

A través de Moco habla de los abusos en la infancia, un tema tabú que se intenta visibilizar para que los propios adolescentes y menores lo identifiquen, ¿qué le provocó afrontar este tema?

Fue muy duro en lo emocional porque es un tema complejo que pincha mucho y la construcción de la trama fue difícil. Siento que, a veces, estamos acostumbradas a ciertas narraciones de lo que son abusos y de violencias sexuales desde cierta morbosidad, sobre todo lo que implica a menores tan pequeñes. Tuve que darle vueltas a lo que yo sabía para llegar a cómo quería contarlo sin caer en ningún tipo de romantización y sin que fuera lacrimógeno, a la vez que responsable, veraz y verosímil. Es una niña de 12 años que no tiene idea de lo que está pasando, donde es importante las cosas que se dicen y las cosas que no se dicen. Al ser ingenua das credibilidad a lo que dicen más que a lo que tú sientes o percibes. Algo que se usa contra las personas que sufren este tipo de abusos. Quería tenerlo en cuenta con Aída, que es un personaje muy cándido y lucha por no perder esa candidez o sufre por tenerla. Hay una cita de Selva Casal que dice "perdón por mi dulzura", lo que la representa al estar siempre perdonándolo, intentando comprenderlo, un poco egoístamente al no querer afrontar esa realidad, ya que teme lo que significa: perder la infancia y perder a la persona en la que más confiaba.

"Era importante la idea de caída"

Este personaje es queer en un pueblo aislado, ¿cómo vive esta realidad?

Tiene que enfrentar al cambio del colegio al instituto, sus padres acaban de divorciarse y ella va a vivirse con su madre a El Médano en un típico piso vacío de guiris. Luego, hace un nuevo grupo de amigas y se emborrachan juntas detrás de los matos y tiene a su amiga Yaiza, de la que está pillada, y entra en ese proceso de cómo enfrentarse a lo que está sufriendo mientras intenta no replicarlo en su relación con sus amigas o Yaiza. Intenté abordarlo desde esa inocencia debido a que no tiene el lenguaje todavía para hablar sobre ello, pero tampoco lo duda. Es decir, ningún personaje del libro se pregunta "oye, qué me está pasando" u "oye, esto está mal", sino que ocurre y se asimila; eso es algo que viví mucho en mi adolescencia. Al final, no teníamos ciertos lenguajes o los teníamos nada más que a través de internet, por lo que no trascendían a la vida "real" y se quedaban ahí ocultos. 

Es más, permanecemos escayolados, como la portada de su libro, ¿era esa la intención?

Tiene que ver con la trama del libro. Fue por la herida de no saber decir, que se exterioriza y te ves vulnerada. El libro habla de la suciedad y lo escatológico, en la imagen tiene el anillo roto porque, para mí, era importante la idea de caída. De repente, todo tiene que ver con ese yeso, ¿qué está pasando?, ¿se puede contar lo que está pasando?, ¿te voy a contar lo que pasó de verdad para tenerlo?

Su estilo es así, descarnado.

En el libro hay muchas partes que son una cochinada absoluta, lo cual me parece bien. Cuando hablamos de narradores en esa frontera entre la adolescencia y la infancia, cómo no vamos a hablar de corporalidad, de esa escatología que les da risa y va a estar dentro de su concepción del mundo y del lenguaje. Ignorarlo crea un vacío antinatural. Autoras como Elisa Victoria meten esa dimensión escatológica en la narración que completa la psique de la persona. Me gusta buscar la belleza ahí. Hace poco Sabina puso un post en Instagram acerca de hablar desaforadamente: lo relacionaba con la timidez y decía que las personas a las que nos pasaba esto aprendimos de pequeñas a ser el entretenimiento y el valor de la barbaridad dicha fuera del lugar, ¡como cuando sueltas una burrada y todo el mundo se impacta y se ríe! Esa sensación me parece muy hermosa, como cubrir una grieta, meter lo que todes pensamos pero no se dice donde no debe decirse y, al final, es lo que me interesa de la escritura. Si ya lo hago en poesía, no puedo ignorar que aquí estoy elaborando a una narradora de 12 años. 

La editora Sabina Urraca también acompañó el debut literario de Andrea Abreu, ¿cómo ha sido el proceso?

Estoy muy contenta y Sabina es una editora increíble. No tenía ni idea de cómo escribir una novela y sentía que estaba tardando mucho. En cambio, Sabina siempre estuvo ahí para darme las palabras buenas cuando lo necesitaba y señalarme las cosas que había que pulir cuando tocaba. Cuando editamos el libro en septiembre estuvimos como dos días a piñón en su casa desde por la mañana hasta la noche, lo que fue muy divertido. Tener a una persona tan pendiente de lo que estás haciendo, que cree tanto y es capaz de buscar tantos significados internos, plantear tantas preguntas, celebrar tantas cosas, es algo muy bueno. Ojalá todo el mundo tuviera a una Sabina Urraca como editora en su primera novela. Si pudiera pedir un deseo, sería ese. 

"Estamos desafiando lo que hemos interiorizado en la literatura"

Conecta en varios puntos con otras escritoras canarias actuales: Andrea Abreu y la infancia; Lana Corujo y la cotidianidad; o Meryem El Mehdati y la experiencia de un pueblo del sur de la isla... ¿Cómo definiría esta nueva corriente literaria que hay en Canarias?

No sé muy bien cómo definirla, pero una cosa que tenemos en común y que nos la ha dado el feminismo ha sido quitarnos las capas de cosas aprendidas, o mal aprendidas. Estamos desafiando lo que hemos interiorizado en la literatura para construir algo que a nosotras nos parece genuino y propio. Eso lo tenemos en común: atrevernos a hacer.

¿Teme que la gente ya nunca sepa distinguir entre Aida y Aída, con tilde?

[Risas]. Desde el principio dije que llamaría a mi personaje Aída y tiene un componente de juego interno que no desvelaré, pero me interesaba esa idea de que, al final, lo que separa a la vida de la ficción puede ser una tilde. Ya no es el mismo nombre, la misma realidad o la misma historia. Puede parecer mi nombre, pero no lo es, y la distancia entre Aida y Aída es tan grande como la distancia entre Aida y Laura. 

¿Está nerviosa?

Es una desnudez. Sí estoy acostumbrada a que la gente lea mis poemas, pero esto es muy diferente. Es la cosa que más me ha costado trabajo en toda mi vida, más que la carrera, así que, sí, genera nervios. 

¿Qué ha descubierto de sí misma?

Muchas cosas que me obsesionan y no sabía que lo hicieran, y mucha ternura hacia cosas de mi paisaje adolescente, como crecer hablando por el Messenger con gente viendo anime en el ordenador o tener un espacio seguro con unas amigas que acababa de conocer pero que parecía que estaban ahí de toda la vida. Descubrí mi capacidad de trabajo cuando no había tenido ocasión de comprobarla en un proceso tan largo.