Literatura

Servicio de Lavandería

El poemario de Begoña M. Rueda, galardonado con el Premio de Poesía Hiperión, recorre distintas fracturas: la de género, la de sexualidad, la de clase

Portada de ‘Servicio de lavandería’.

Portada de ‘Servicio de lavandería’. / Javier Doreste

Javier Doreste

Javier Doreste

Este es el XXXVI premio de Poesía Hiperión. Y es el libro de una poeta menor de 30 años cuando obtiene el galardón en marzo de 2021, arrastrando todos nosotros la pandemia. Es un libro recorrido por distintas fracturas. La de género, la de sexualidad, la de clase. La obra de una autora desplazada, o a la que desplazan.

Unos, los cultos de arriba, que se asombran de que escribiendo como escribe, trabaje en la lavandería de un hospital: Creía que eras/ una mujer con aspiraciones / (…) me ha mirado tan por encima del hombro /que ha debido hacerse /daño en las cervicales. Otros, los de su clase: Entonces ¿qué haces aquí? Este no es tu sitio, / Me espeta con desprecio, / como si tener inquietudes literarias/ me impidiera desempeñar/ mi trabajo de manera adecuada, como si/ la poesía atrofiara las manos... y escribe: Es vivirlo, / que te gusten las mujeres/ siendo mujer/ e ir a trabajar con el miedo/ a que lo descubran/ las compañeras. / (…)/ todo el día intentando evitar/ hacer o decir cosas/ que pudieran servirles de argumento/ para tratarme diferente, / el día entero doblando sábanas… o señala: Algunas de mis compañeras/ después de cargar / veinticuatro lavadoras industriales/ llegan a casa/ y preparan la comida para todos, /friegan los platos, limpian la cocina, (…) / y vuelta a empezar, mujeres/ que valen su peso en oro/ pierden la salud/ a dos duros la hora.

Son tres poemas que reflejan la situación vital de la escritora, y la de nuestra sociedad. La poeta escribe porque quiere, porque no puede hacer otra cosa que escribir, como no puede renunciar a su sexualidad y porque para ganarse la vida tiene que trabajar en la lavandería de un hospital andaluz, en medio de la pandemia que no podemos decir pasada.

Y esa pandemia también se corporeiza en varios poemas, con la distinción por ignorantes que nosotros mismos creamos. Aplaudíamos a los médicos y a las enfermeras, las personas que estaban en primera línea de batalla contra la enfermedad, que también enfermaban y morían por la Covid. Aplausos merecidos, aunque: … pero son pocos los que aplauden/ la labor de la mujer que barre y friega el hospital/ o de las que lavamos la ropa de los contagiados/ con las manos desnudas. Y más adelante: Nada podemos hacer/ sino continuar planchando las batas de los médicos/ que cuando se cruzan con nosotras/ se creen demasiado dignos/ como para rebajarse a darnos los buenos días.

Pero nunca nos acordamos de aquellas que en los sótanos de los hospitales lavaban, desinfectaban, la ropa de los enfermos, de los que sanaban y de los que morían. En contacto directo con lo último que vistió el cuerpo de esos afectados. Los militares se despliegan, / por todo el recinto hospitalario, / hombres armados, recios, / que se bajan de un camión rojo/ aparcado en la puerta de la lavandería/ (…) como si pudieran abatir la pandemia a tiros, / y nosotras los vimos bajarse/ y pasar de largo/ como si la ropa de los infectados se lavara sola. O también: Cuatro semanas después del inicio de la cuarentena/ se nos hace entrega de la primera mascarilla. / Un bozal de papel/ para que no nos ladremos la muerte entre nosotras.

Decía Celaya en su Inquisición de la poesía: Cantemos como quien respira. Hablemos de lo que nos ocupa. No hagamos poesía como quien se va al quinto cielo. Y eso es lo que hace Begoña Rueda. Canta como quien respira, sus versos nos entran con facilidad, y habla de lo que la ocupa, de lo que nos ocupa a todos: la vida, las relaciones con los demás, el trabajo, la visión de los de arriba respecto a los de abajo o viceversa. No es una poesía reivindicativa, de gritos o protestona. Son versos vindicativos. Vindican el ser mujer y trabajadora en nuestro tiempo. Ser de las invisibles, de las y de los que no se ven. Como no vemos el panadero cuando comemos el pan ni al que recogió un paquete en una ciudad lejana y logró que llegara a nuestras manos a través de una cadena de manos de hombres y mujeres que cumplieron con su trabajo para que un libro enviado desde otro país llegara a nuestro poder. No hay trampa ni cartón en la obra de Rueda.

Consigue hablar de todos nosotros, de todas nosotras, contando la vida que ejerce. El viaje en autobús, el momento de felicidad al sol, sentirse afortunada mientras otros enferman o mueren. Sentir que la vida es eso, levantarse, desayunar, coger la guagua para ir al trabajo y también es la pinta de nostalgia por el hogar materno, el pan aceite de Jaén, las colinas siempre verdes de la infancia, la alegría por el nacimiento de un niño en el hospital. Construyendo así una obra total, en la que se siente el ruido de las maquinas, el ligero perfume sentido a veces en un pijama que hay que lavar, con el que un enfermo intenta mitigar el olor del hospital. Un intento, o una esperanza de rechazar la muerte, aplazarla, vencer la enfermedad.

Rueda tiene el valor de ser en sus versos lo que es en la vida, tal y como pedía el mismo Celaya. «Si valemos, valdremos por nuestra desnudez». Ser mujer y ser trabajadora y lesbiana. Sin hacer alarde o hincapié, tan solo contándolo para que nosotros sintamos lo mismo, o parecido a lo que ella cuenta. Para que detengamos un momento los ojos y pensemos en ese universo de máquinas a 130 decibelios que obliga llevar protección auricular o recordemos lo que fuimos como asalariados y encontremos en la lectura ese momento de paz, o de felicidad, o de escapismo, pues todo ello es válido.

Estos versos no tienen valor de cambio, de mercado, nunca lograra una poeta independizarse por el verso. Pero si tienen un tremendo valor de uso, para todos los que los leamos. No hay mayor fuerza en la historia que la de un poema, sabiendo que el poeta, la poeta, ya no dependen del favor del mecenas, que renuncian a entrar en la dinámica del mercado. Rueda consigue que volvamos a creer en la utopía del poeta o el artista que escribe porqué está obligado a ello, no por una fuerza misterios sino porque la vida se lo pide, se lo impone. Escribir no solo para ella sino también para todos nosotros. Escribir para esos profesionales de la salud, todos, desde la limpiadora al médico, que sufren los recortes sanitarios y son despreciados y perseguidos por los mismos gobernantes que hace muy poco los halagaban. Por eso la obra de esta poeta se inscribe en la más rabiosa actualidad para permanecer en la historia de la poesía.

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