Ignoro si esta obra sigue en los catálogos editoriales. Una pena sería que una de las mejores novelas sobre la Guerra Civil Española, hubiese desaparecido del mercado, sumergiéndose en el olvido. No solo la prosa de Benet es deslumbrante y eficaz, al contrario de lo que ciertos críticos se empeñaron en su momento, sino que la visión de la guerra que aporta intenta ser los más amplia y abarcadora posible. Habla de un conflicto que fue ajuste de cuentas en algunos casos y siempre enfrentamiento feroz entre fascismo y democracia, reacción y progreso, ricos y pobres. Y todos esos aspectos los trata el autor a lo largo de sus seiscientas cuarenta y cinco páginas.
Cierto es que no pudo acabarla y la edición que manejamos así lo refleja con un buen prólogo del especialista benetiano Francisco García Pérez y unas acertadas y precisas páginas de Javier Marías, uno de los pocos escritores actuales que defiende y reconoce a Juan Benet. Pero la escritura de Benet es tan depurada, tan fácil de seguir, que uno avanza sin pararse en mientes de que se enfrenta a un monumento de la creación literaria española del siglo veinte. Benet cambia de registro, parece entender que su camino literario ha entrado con Saúl frente a Samuel en lo que él cree un callejón sin salida, y decide renovarse, cambiando de registro literario y enfrascándose en una obra que le costará diez años, desde 1983 hasta su muerte en 1993. El año que viene se cumplirá los treinta años de esa muerte, esperemos que con la ocasión del aniversario se reediten sus escritos.
Pues Juan Benet es parte obligada de los cambios y evolución de la narrativa española en la última mitad del siglo pasado. Recoge el testigo, junto con su amigo Luis Martín Santos, que escritores como Laforet, Aldecoa, Bravo Villasante, Sánchez Ferlosio, Matute o Delibes (por citar algunos pocos), abrieron en busca de un nuevo lenguaje, un lenguaje que reflejara no tanto la vida en sí, la patética y cruel existencia de la posguerra, sino la posibilidad de otra vida, mas completa, más vivida, más cercana a la humanidad, alejada de las fanfarrias y prosopopeyas falangistas o del tremendismo de Cela. Se trata de escribir como acto de vindicación del propio escritor frente a la mediocridad oficial y devolver al idioma español la personalidad, el espíritu libre y crítico que desde el Infante Don Manuel a la generación del 27 lo habían alumbrado siempre.
Y Benet emprendió un camino áspero, nada fácil, huyendo tanto de la visión de la literatura valor de cambio como de la crítica laudatoria de oropeles. Pero como él mismo señaló, los tiempos habían cambiado y se imponía otra forma de escribir cuando llegó la democracia. O al menos eso creía. A ello lo empujaba su visión de la excelencia literaria como algo permanentemente inalcanzable.
Escribía que bastaba con escribir algunos fragmentos que por su calidad llegaran a la excelencia y que era imposible mantener esa excelencia más allá de esos cuantos fragmentos. Esta obra se encuentra repleta de páginas excelentes, superando con creces los límites del fragmento.
Venía de colaborar estrechamente en las aventura política de Dionisio Ridruejo en el tardo franquismo, cuando el falangista se había reconvertido en autentico socialdemócrata, arrepentido de su complicidad con el régimen franquista. Esa sinceridad de Ridruejo empujó a Benet a colaborar con él en la búsqueda de una sociedad mejor, más democrática e igualitaria, después del franquismo. Y ese aliento democrático se nota en Herrumbrosas Lanzas, Benet describe la guerra como fue, fratricida, ajuste de cuentas, pero también y sobre todo guerra de pueblo contra caciques, demócratas contra fascistas. Y elige bando. Se pone de lado de los gubernamentales frente a los golpistas, pero esa elección se hace desde la sinceridad.
No calla los desmanes que sucedieron al principio en el bando republicano, los condena, pero reconoce que prestamente las autoridades de Región se hacen con el control de la situación, como en la mayor parte de la España republicana, frente a la represión y salvajismo perpetrados no solo por la falange sino por el propio ejército franquista, aún más allá del final de la contienda.
Así escribe: “Y aquél destino quería que la guerra se prolongara (…); que se prolongara más allá de sí misma, a lo largo de una rencorosa, sórdida y vengativa paz”. “Se trataba de un destino (…) dónde hasta las rosas habían de florecer para tomar partido”. Quédense con esta última frase, hasta las rosas tomaran partido. No encontrarán manual de historia o crónica de la guerra que resuma mejor lo qué fue la dirección de la lucha por Franco y lo que fueron sus años de dictadura. Recordemos que esto se publica en 1983, son parte de las primeras páginas de la novela.
Y también: “Mientras durase la guerra su jefatura no sería puesta en entredicho (…) De tal manera reunía en su persona todos los caracteres del traidor que solo sabía apreciar la fidelidad hacia él, aun cuando estuviera unida a la más obtusa inteligencia. Ni las creencias, ni la fidelidad a la depuesta Monarquía, ni la defensa de ideales mancillados por la República, ni la amistad (que no tenía) con alguno de los conjurados (…) le movieron a sumarse a la rebelión. Lo hizo por lucro”. ¿Hay mejor descripción de Franco en la literatura española? Recuerden que la biografía de Paul Preston no se publicará hasta 1993, año de la muerte del autor. Autor que arriesga doblemente, desde el hacer literario, emprendiendo un nuevo camino de relación con el lenguaje, distinto al que le ha dado nombre en los cenáculos literarios, y a la vez describiendo la guerra y el franquismo sólo a siete años de la muerte del dictador, cuando hasta hacía poco la extrema derecha, guardiana de las esencias franquistas, campaba por sus anchas. Lo hace además cuando el discurso oficial era el del olvido para perdonar, el todos fueron culpables, dejemos lo muertos descansar, etc. Habían de pasar más de veinte años para que empezáramos a hablar de memoria histórica, de homenaje a las víctimas.
Si quieren ustedes disfrutar de un lenguaje pulcro y preciso, de frases perfectamente construidas, fragmentos inmensos e inolvidables de literatura para la historia de la novela española, busquen esta obra benetiana. Pídanla en las librerías, las bibliotecas o donde sea. Verán que el esfuerzo merece la pena y que, en estos tiempos en los que se agitan las bestias pardas del terror franquista, es necesario que nos encontremos con ejemplos de calidad literaria, cierto, pero también de calidad moral y ética. Así aprenderemos algo más de nosotros mismos, de nuestra historia, y podremos enfrentar mejor los problemas del presente y del mañana.
Lean a Juan Benet.