«Ahora soy un axolotl»

‘Animalia’, la antología de cuentos del escritor argentino, una muestra de su genio y de su sentido de extrañamiento como distorsión de la realidad

Julio Cortázar, cámara fotográfica en mano. |

Julio Cortázar, cámara fotográfica en mano. | / SANTIAgo ortiz lerín

Santiago Ortiz Lerín

La serpiente emplumada de los aztecas era el dios de la vida y hermano de Xólotl, el dios de las monstruosidades, por quien se llamó de este modo, monstruo de agua, al anfibio de origen mexicano del lago de Xochimilco, y que en lengua náhuatl se dice axolotl. La literatura latinoamericana no es solo la técnica narrativa compartida con los países occidentales, sino también la influencia en algunos casos de la mitología prehispánica, siendo una de sus mayores muestras el cuento de Julio Cortázar Axolotl, que es con el que comienza la selección de 21 relatos del autor por Aurora Bernárdez, su primera esposa y a su vez reconocida traductora de importantes escritores, entre ellos Italo Calvino. Esta antología de cuentos que publica ahora Alfaguara con ilustraciones de la dibujante argentina Isol Misenta, vincula a los animales con la visión del propio Cortázar sobre el realismo fantástico, donde situaciones extrañas son fantasía.

En el Boom latinoamericano, la gran revolución de la literatura en español desde el Siglo de Oro, Gabriel García Márquez representó la cima del realismo mágico en la novela, mientras que Julio Cortázar supuso con mayúsculas la del realismo fantástico en el cuento. La diferencia entre ambas fantasías radica en que Cortázar era de historias más urbanas, donde el contexto no era necesariamente Latinoamérica. Y aunque solo hubiese escrito sus antologías de cuentos entre 1951 y 1966 como el Bestiario, Las armas secretas, Final del juego, o Todos los fuegos el fuego, el asunto es que la Academia de los Premios Nobel habría sido igualmente deudora con el autor.

Transmigración de almas

Axolotl es el cuento donde se produce una transmigración de almas en el Jardin des Plantes de París, la ciudad de mediados de siglo que en el imaginario de muchos continúa siendo la de François Truffaut en su película Los cuatrocientos golpes. Un visitante obsesionado por observar a estos anfibios en el acuario, quizá un trasunto de Cortázar, los observa diariamente hasta que una fuerza irracional, como la del jaguar en una selva centroamericana, provoca una inversión de realidad entre el protagonista y esta especie de tritón rosado con protuberancias rojizas en la cabeza como la melena de un león, una amplia boca sonriente, y dos puntos que son ojos en una cara sin nariz, y que en lugar de una criatura de la naturaleza resulta un capricho divino. Hay un momento en que Cortázar no puede evitarlo y dice «ahora soy un axolotl».

Bestiario, que da título a la antología de 1951, es uno de los cuentos más característicos de Cortázar, donde los niños Niño cazador de cucarachas e Isabel pasan unas vacaciones en una casa aburguesada de Mar del Plata con una familia secretamente disfuncional, donde, al igual que en el famoso cuento de Cortázar Casa tomada, publicado por Borges en 1946 en una revista bonaerense, una fuerza irracional se apodera de distintas estancias de una casa, en este caso del Bestiario esa fuerza irracional es un tigre al que todos temen, pero que deambula por las habitaciones como si fuese un gato. Lo excepcional de este cuento es que no hay ningún elemento que rompa con la realidad, pero en el lector queda la sensación de fantasía, fruto de un invisible polvo mágico en la narrativa de Cortázar.

Fenómenos inconexos

La palabra «nocaut», que se ha asociado curiosamente a dos fenómenos inconexos, de un lado, al combate en Kinshasa de 1974 donde miles de personas jaleaban enfervorecidas la victoria del campeón de los pesos pesados, Mohamed Alí, que ganó el combate por nocaut, y por otro, cuando Julio Cortázar utilizó esta palabra para distinguir la técnica del cuento respecto de la novela, es decir, que mientras la novela se gana por puntos, el cuento se gana por nocaut. Cortázar jamás tuvo aspecto de boxeador, sino más bien de jugador de baloncesto, y que, a pesar de no escribir un método de composición como hizo Edgar Allan Poe, nos mostró sus ideas narrativas en varias jornadas en una universidad de California —publicado por Alfaguara como Clases de Literatura. Berkeley, 1980—. El juego narrativo de Cortázar consiste en omitir elementos que deben ser captados en la lectura hasta alcanzar un clímax con el que dar un giro que rinda al lector por nocaut. Haciendo un símil con el baloncesto sería como ganar un partido encestando un triple.

Cortázar dijo en una entrevista que la primera vez que fue consciente de lo que significaba fantasía fue en su infancia en Argentina, cuando quiso compartir un libro con un compañero de colegio que lo desdeñó diciendo que eso era fantasía, y que, hasta entonces, él no distinguió entre fantasía y realidad. Pero la fantasía de Cortázar quizá hunda sus raíces en España, en los primeros años de su vida, que decía tener recuerdos evanescentes a modo de flashes, que vivió con su madre en Barcelona, donde le llevaba a jugar al Parque Güell, cuya entrada está presidida por una salamandra gigante de colores, y que él recordaba el colorido trencadís llamándolo mayólica, es decir, quizá la obra de Antoni Gaudí influyó en el subconsciente de Cortázar cuando se estaba formando su imaginación.

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