Hace tiempo el historiador Georges Duby encabezó un amplio equipo que publicó una Historia de la vida privada, en cinco volúmenes, completada más adelante por una Historia de Las Mujeres, tendiendo un puente en la investigación histórica entre las formas de vida pasadas, entre ellas el trabajo doméstico, y el papel de las mujeres.
Ese rumbo se ha ido ampliando con obras más singulares, centradas en alguna mujer en particular o en varias, como es el libro que comentamos. Un libro interesante y necesario. Interesante por las historias que cuenta, trece biografías de mujeres avanzadas en su tiempo y un comentario cinematográfico. Y necesario pues es de justicia que se rescate la figura de la mujer en general y de las mujeres en particular a lo largo de la historia. Las silenciadas, las escondidas, ignoradas o vilipendiadas, según tuvieron un papel en la historia del mundo. Sigue la estela de Prehistorias de mujeres de Marga Sánchez o el Señoras que se empotraron hace mucho de Cristina Domenech.
Todos ellos interesantes, bien escritos, nos muestran como el patriarcado ha escamoteado, callado o perseguido a la mujer como género e individualmente a aquellas que en algún momento se atrevieron a decir no o, lo que es peor, a hacer lo contrario que se les decía que tenían que hacer o, simplemente, lo que les venía en gana.
Arranca con el descubrimiento de una mestiza de devoniana y neandertal para terminar con una semblanza de la audaz Rose Parks, la mujer negra que se negó a levantarse de un asiento para blancos en Montgomery, Alabama y con otra de la valiente Malala Yousafzi, la adolescente pakistaní que quiere que las mujeres de su país puedan estudiar y ha sufrido ataques terroristas de manos de los talibanes.
Así que el arco temporal es amplio, demasiado para poder resumirse en 13 biografías. Todas las que figuran en el libro se implicaron en la defensa de los derechos de la mujer, no sólo los políticos, sino en los de poder estudiar medicina, o pintar o publicar sus escritos, lo que convierte estas actividades en políticas. Como el propio subtitulo de la portada anuncia es una historia del mundo diferente, que golpea directamente al patriarcado, señalando no ya los absurdos obstáculos que las mujeres han encontrado y siguen encontrando a lo largo del tiempo, sino también las razones que prestan lógica a esos obstáculos o tabúes.
Las razones de la lógica del patriarcado que son desmontadas paulatinamente, a lo largo de las más de cuatrocientas páginas del volumen. Sí hay que destacar la ausencia de figuras más a la izquierda, de pioneras del feminismo en el movimiento obrero.
Ni una referencia a Inés Armand, Clara Zetnin, Alejandra Kolloontai, Ángela Davis o Rosario la Dinamitera, heroína de un poema de Miguel Hernández. No es que pidamos que se hablara de todas ellas, pero alguna, como representante de una corriente feminista vinculada a la lucha de clases, podría aparecer. Que conste que asumimos que la autora es libre de escribir o destacar las mujeres que quiera. Lejos de nosotros cualquier ánimo de censura. Pero esa misma libertad tenemos los lectores para señalar lo que nos gustaría se hubiese incluido.
Puestos a vindicar las figuras de las mujeres que se han enfrentado al sistema, podía haberse nombrado a alguna de las citadas. Es como si se asumiera que el patriarcado no tiene nada que ver con el modo de producción, con el capitalismo. Y todos sabemos que el trabajo doméstico, por ejemplo, es parte integrante del sistema. Y el sometimiento de la mujer, su precariedad laboral y diferencia salarial, son, igualmente parte del sistema. ¿Por qué, al lado de Victoria Kent no figura Remedios Varo? Republicana, anarquista, pintora surrealista… En fin, la autora es, insistimos, libre de escribir lo que quiera y sobre quien quiera.
Otra cosa es que en libro tan bien escrito, no en vano Oñoro en doctora en Literatura Comparada, encontremos un capítulo, el dedicado a Cleopatra, trufado de anglicismos estúpidos como celebrity o royals, repetidos varias veces, que convierten el texto en una especie de programa cutre televisivo. ¡Cómo si no tuviésemos palabras como celebridad o realeza! Si la autora pretendía acercarse a un público más joven, o adoptar un tono desenfadado o moderno, no lo ha conseguido. Chirrían esas expresiones y lo único que se consigue es rebajar la figura de la reina políglota (hablaba siete idiomas) a un personaje de tertulia televisiva. Y encima al meter por medio a Elizabeth Taylor, sus borracheras y romances con Richard Burton, refuerza esa impresión. E insisto, llama la atención, pues el resto del libro está bella y eficazmente escrito.
Y en alguno de los capítulos, como en el dedicado a Juana de Arco, no solo se cuentan las vicisitudes de la Doncella de Orleans, sino que además, se nos informa de otras mujeres como las sufragistas, atrozmente tratadas en las cárceles inglesas o, la desconocida Christine de Pizán, poeta e intelectual, que habitó en el mismo tiempo que Juana de Arco. Así, a lo largo de la obra, Oñoro va incorporando figuras femeninas, desconocidas la mayoría, pero interesantes todas, lo que mejora el texto.
Lo hace mediante el recurso de las tan amadas digresiones de Javier Marías. Se detiene la acción, momentáneamente, para hablar del caso de las sufragistas o de los amores entre Virginia Woolf y Vita Sackville-West o se prolonga la biografía de la pionera Wollstonecraft mediante la de su hija. Por cierto, la visión de Mary Shelley, la autora de Frankenstein, es incompleta, obvia el giro conservador que a partir de su madurez, imprimió la escritora a su vida y escritos, contradiciendo en algunos casos a su madre.
Pero esto no desmerece en nada el esfuerzo de Oñoro: intentar que la figura de algunas mujeres que arriesgaron o fueron pioneras en la lucha por los derechos de la mujer, individúales y colectivos, sea reconocida. El borrado en la historia de las mujeres es amplio y pertinaz a lo largo del tiempo. Por eso, rescatar a una erudita como Pizán y ponerla a la altura de Jane Austen, es labor meritoria. Si creen que exagero comprueben como el corrector de Word reconoce Frankenstein e ignora Austen. Hasta en lo digital hay que pelear. No olvidemos que los derechos que no se defienden, incluso aquellos que creíamos definitivos, se pierden si no se lucha por ellos.