Crítica

Koopman y su histórica versión de la misa en si menor de Bach

El concierto anoche en la Catedral de Santa Ana. | |

El concierto anoche en la Catedral de Santa Ana. | | / La Provincia

Guillermo García-Alcalde

Guillermo García-Alcalde

Más de 900 ciudadanos gozaron en la Catedral de Las Palmas de una interpretación grandiosa de la cumbre de la música sacra de Bach y de todos los tiempos: la Misa en si menor BWV 232. También sufrieron la reverberación inevitable en la planta cruzada y las alturas del templo católico, que no se produce en las arquitecturas luteranas. Pero era tan bello el sonido de la Orquesta y el Coro barrocos de Amsterdam y los cuatro solistan, la inspirada dirección del insuperable Ton Koopmann, que ni siquiera los ecos pudieron contra la emoción y el placer del público, cuyo absoluto silencio en más de dos horas de música testimonió el clima de lo excepcional.

Las 27 partes de la obra, ejecutadas algunas da capo, glosan en los kiries y glorias, el credo, el sanctus el benedictus y el agnus dei , las emociones líricas o dramáticas de la misa católica, cuyos textos conmovieron a Bach tan profundamente como si él mismo fuera de esta fe. Lo inmediatamente notorio en sus registros expresivos es la espiritualidad de un creyente profundo en la mística de la vida eterna. De ello, y de un talento sobrenatural, nacieron las melodías, la elevación del canto colectivo y la inagotable dinámica combinatoria de la voz coral como símbolo colectivo de la Humanidad. El número asombroso de sus cantatas y cantos sacros sobre textos luteranos o católicos verbaliza la profundidad de la fe como trascendencia de la belleza, y de la belleza como expresión del espíritu.

Impecables los arcos de la orquesta, delicados o triunfantes los vientos, tanto de madera como metálicos y todos en el formato del siglo XVIII; conmovedora la dulzura de la flauta, exactos los pulsos ostinato del órgano, luminoso el cembalo tañido por el propia Koopmann; todos sonorizaron un ejemplo de lealtad al estilo y los colores de la orquesta barroca.

El coro, exacto en belleza, afinación y acentos, fue otro modelo de fidelidad estilística y de luminosidad en su función ambientadora de las diferentes escenas y en la justeza de los volúmenes, siempre bien empastados con los instrumentos. Y las cuatro voces solistas, de gran categoría, idóneas en la entonación y sus matices, valientes y exactos en sus escenas solísticas o concertadas. La soprano Ilse Eerens, el contratenor Maarten Engeltjes, el tenor Tilman Kichdi y el bajo Klaus Nertebs dejan memoria de sus voces y de la esencial de canto barroco.

Ton Koopman, respetado y admirado desde hace tantos años, dio lección de lectura perfecta, visible autoridad y entusiasmo en un proceso de calidad vigilante y flexible. Todos los contrapuntos de la obra, los canones y fugas de toda naturaleza nacieron de sus manos, elevaron o apianaron el sonido, lucharon en cada compás por la coherencia y la expresividad, en definiva, la emoción de la obra maestra. Gracias sean dadas a este veterano incansable, que suma testimonios innumerables de admiración y respeto. Y también a instrumentistas, cantores y solos por procurarnos estas horas de felicidad..

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