Entrevista | Daniel Montesdeoca | Comisario de la exposición ‘Ars Botanica, simbólica naturaleza’

«La exposición es una cámara de maravillas actual»

«El discurso expositivo parte de la serie de bocetos de plantas que Néstor hizo para el ‘Poema de la Tierra’, afirma el comisario de la exposición 'Ars Botanica, simbólica naturaleza'

Daniel Montesdeoca, en el Castillo de Mata, ante ilustraciones botánicas de Nellie Roberts.

Daniel Montesdeoca, en el Castillo de Mata, ante ilustraciones botánicas de Nellie Roberts. / MARIANO DE SANTA ANA

Esta exposición es un tributo póstumo a David Bramwell, exdirector del Jardín Canario, evocado en la misma con obras de su colección de la dibujante científica Nelly Roberts? ¿Por qué este homenaje?

En verdad, conmemora una deuda personal con David que, al igual que me ocurriera con Lothar Siemens, parte de los proyectos truncados que teníamos preparados para llevar a cabo en el Museo Néstor. Con David me unía la pasión por la naturaleza y, sobre todo, la afición a las artes decorativas. David atesoraba una colección de porcelana y cerámica inglesa muy relevante que pudimos exhibir en 2009 en nuestras salas. Los designios del destino hicieron que, pasados unos meses, su viuda, Yolanda Bramwell, me llamara para que viese una serie de obras, entre grabados, dibujos, y la serie que mostramos, firmada por Nellie Roberts. La calidad del trabajo de esta reputada ilustradora científica inglesa es excepcional. Nellie estuvo pintando para la Royal Horticultural Society desde 1897 a 1953, de igual modo que para la Manchester and North Orchid Society, para las que registró algo más de 4.500 piezas de orquídeas, con sus correspondientes híbridos. Su fama fue tal en el ámbito anglosajón que dos cultivos llevan su nombre, la Cattleya Nellie Roberts y la Odontoglossum Opheron Nelly Roberts. En esta ocasión mostramos cincuenta especímenes de ese ingente registro nunca visto en Canarias.

La muestra se vertebra en torno a bocetos para el Poema de la Tierra de Néstor, pertenecientes al museo dedicado a este artista, que usted dirige. ¿Puede hablarnos sobre la manera en la que operan como núcleo del discurso expositivo?

El discurso expositivo parte, efectivamente de la serie de bocetos de plantas que le sirvió a Néstor de inspiración para el Poema de la Tierra. Monsteras, capas de la reina, tuneras, aloes, dragos y cardones ejemplifican la flora de nuestros jardines, hasta tal punto que salía a pintarlas del natural en el Parque de Doramas, en el Jardín Botánico del Puerto de la Cruz y en un viaje a La Palma. Sin embargo, el trasunto va más allá de la ensoñación botánica para convertirse en un alegato panteísta, cercano a los postulados teosóficos de los que Néstor fue adepto. De ahí que, como subtítulo de la muestra, haya recurrido al simbolismo que encierran. Ya lo dijo Juan Eduardo Cirlot, las flores no sólo representan la fugacidad de la existencia sino una imagen del alma. Entre tanto, acudo a otros planteamientos recurrentes en la ideología nestoriana, puesto que subyace un ulterior alegato, en el que trasciende de lo plástico para convertirse en manifiesto de protección de nuestra flora, de nuestro paisaje como recurso identitario. Como dejó patente en la conferencia publicada póstumamente en 1939, que recoge su visión del espacio natural de Gran Canaria de tal manera explicitado que hoy rozaría el activismo. En este punto, tendremos que hacer la salvedad de que Néstor ve el mundo como un inmenso plató en el que el feísmo no tiene lugar. Por eso critica el urbanismo desaforado, la plantación de árboles foráneos obviando a la flora autóctona y así un largo etcétera.

Se ha referido a la mezcla de simbolismo y esoterismo con la ciencia botánica. Esta veta de investigación es inusual.

La exposición surge de las elucubraciones de una noche de insomnio, que es cuando se me acercan los proyectos para darles orden y concierto. Creo que hasta el momento no se había realizado una muestra de estas características en Las Palmas, por lo que recurrí al metalenguaje que se esconde en la historiografía artística para ampliarla bajo el paraguas del simbolismo, el esoterismo, la numerología y, como es de esperar, la representación científica.

Por lo demás, da especial protagonismo a las creadoras que trabajan este último campo.

Las mujeres tienen un papel trascendental en este ámbito de la representación científica, pues se creía que la botánica era una disciplina apta para ellas. Aquella visión paternalista y misógina se mantuvo durante los siglos XVIII y XIX, perdurando hasta bien entrado el XX. En todo caso, fue el de la ilustración un fértil terreno en el que pudieron demostrar sus capacidades artísticas y científicas en un ambiente marcado por los dictámenes de las reales academias e instituciones afines, como los museos de historia natural y los jardines botánicos, que estaban dirigidas por hombres. Invito al espectador a que indague en la personalidad de ilustradoras como Jeanne Baret, la primera mujer que circunnavegó la Tierra —en la expedición de Bougainville, entre 1766 a 1769— o Maria Sibylla Merian, quien, ya separada de su esposo, viajó a Surinam en compañía de su hija en 1699.

Creo que es procedente mencionar la colaboración que ha tenido de El Museo Canario para dar forma a la muestra.

Por descontado. El recorrido científico de la muestra tiene especial repercusión gracias a El Museo Canario, que nos ha prestado un volumen de la Historia Natural de las Islas Canarias. Esta obra nos pone en el mapa internacional de los estudios de geobotánica y zoología de la primera mitad del siglo XIX.  Merced a las descripciones de sus dos autores, Philip Barker Webb y Sabin Berthelot —a los que, según parece, les unía una íntima amistad más allá del relato académico— el Archipiélago se convierte en un laboratorio digno de aprecio.

Buena parte del montaje hace pensar en las láminas de un atlas de historia natural, por la disposición secuencial de pinturas y fotografías que pertenecen a la misma serie de un artista, al modo de las propias imágenes botánicas. Quisiera que nos hablara sobre la importancia del montaje mismo.

Indudablemente, mi intención ha sido la de creación de secuencias que recuerden a los atlas botánicos, a los herbarios de las expediciones científicas que recorrieron el mundo buscando rarezas, una especie de cámara de las maravillas, pero en clave contemporánea. Sin percatarme, fui contraponiendo a hombres y mujeres en una suerte de espejo, en el que ambos reflejan estéticas dispares, pero también un nexo: el tratamiento de cada especie a manera de jardín utópico. Así surgió el simbolismo de Néstor versus Marisa Culatto, pues ambos intentaron preservar para la eternidad el alma de cada planta; la deriva de César Manrique desde el realismo a la abstracción,  junto a los fauvistas y enmarañados trazos de Juan Pedro Ayala,  anverso sosegado al dibujo científico, casi orientalista en el concepto, a la par que poético de Marta Chirino, para finalizar con la secuenciación de orquídeas de Nellie Roberts frente a la inflorescencia multicolor de las piezas de Fernando Álamo. Con cada uno de ellos construí un hortus conclusus, mi particular visión de De Historia Plantarum de Teofrasto.

Con esta exposición contextualiza la obra de Néstor de manera no historicista. ¿Hay que hacer más proyectos así con otros relevantes artistas canarios para evitar que la mirada del espectador quede esclerotizada en fichas historiográficas?

Soy muy dado a contraponer estilos e ideas para evidenciar que, a la postre, a pesar de las diferencias, siempre existe una realidad subyacente que nos hace comunes. Sacar a los artistas de sus encasillamientos historiográficos invita a nuevas lecturas con las que reinventar tanto a los personajes como a su obra. No obstante, en este sentido hay que tener mesura porque se puede incurrir en planteamientos disparatados.

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