Literatura

Incógnitas

Agustín Millares incluye en su libro, dedicado a las mujeres y sus luchas en varios frentes desde 1931 a 1936, otras categorías sociales, no solo la de clase obrera

El autor, Agustín Millares Cantero. | |

El autor, Agustín Millares Cantero. | | / Juan Castro

Javier Doreste

Javier Doreste

La profesora argentina Verónica Norando, en su artículo: Perspectiva teórica sobre las relaciones de género y clase en la historia del movimiento obrero, escribe: Los estudios sobre género y clase en la historia del movimiento obrero han estado escindidos durante largo tiempo porque se entendía que las categorías de clase social y género no eran compatibles.

Y con ese artículo pretendía construir una perspectiva que incluyera en la historia social las dos categorías, con una visión marxista deudora de la Historia de la Clase Obrera Inglesa de Thompson y de los escritos de Ángela Davis, Catherine Hall y Dorothy Thompson, pioneras con otras en el estudio de los problemas de género y clase, incluyendo cuestiones como la etnia o la proletarización de la mujer.

Diría que el doctor Agustín Millares avanza en nuestras tierras en esa misma intención: integrar la historia de las mujeres en la del movimiento obrero en Canarias. Pero su afán totalizador le lleva a incluir en este libro, dedicado a las mujeres y sus luchas en varios frentes, desde 1931 a 1936, otras categorías sociales, no solo la de las mujeres de clase obrera.

Así comienza este interesantísimo volumen con un capítulo dedicado a las féminas de derechas, aquellas que se movilizaron desde el minuto uno contra la República de 1931 y que encuadradas en la Acción Popular, semillero de la CEDA en Canarias, se dedicaron a denunciar el laicismo republicano, combatieron ferozmente las ideas del temprano feminismo y se alegraron y colaboraron activamente en la represión que provocó el levantamiento faccioso de julio de 1936; a destacar las páginas que dedica a Ignacia de Lara Henríquez como adalid de lo más retrogrado de nuestra sociedad.

Continúa Millares con un capítulo dedicado a las mujeres en la prensa de izquierda, en el que nos cuenta que los intereses propagandísticos de las señaladas Josefina García Miranda, Agustina Dávila, Josefina Lueñas y otras autoras, se centraban en los derechos de la mujer, el divorcio, la igualdad entre los sexos, la equiparación salarial y, entre otros, la maternidad responsable, incluso fuera del vínculo matrimonial.

Y un capítulo más dedicado a las maestras republicanas, una minoría, sí, pero una minoría muy activa en la defensa de los valores republicanos, los derechos de la mujer y los valores democrático-populares en general. Millares nos recuerda no solo sus actividades sino la represión que sufrieron todas ellas y en distinto grado después de julio del 36.

Es decir, el autor no sólo dedica las tres cuartas partes de su libro a las mujeres obreras del tabaco o la costura, a las militantes comunistas, sino que logra una visión de las mujeres en el período de 1931 a 1939. Consigue esa síntesis de visión de género cruzada con la de clase y va más allá al estudiar sectores como el de las mujeres periodistas y las maestras, de la pequeña y mediana burguesía y el de las mujeres de la gran burguesía y la aristocracia, ofreciendo así una panorámica del papel de las mujeres en la República y la Guerra Civil en Canarias. No sabemos de esfuerzo intelectual semejante ni en nuestro archipiélago ni fuera de él. Y lo hace con cuidada prosa que permite que el denso texto se lea con facilidad.

Es un libro básico no sólo para la historia de los movimientos obreros y sociales en nuestra tierra sino también para la historia del feminismo canario, la historia de alguna de las pioneras que llegaban a reivindicar un papel para la mujer, tanto en el campo de la reacción como en el del progreso. Y lo hicieron con las renuencias propias de quienes dirigían a la iglesia o a las organizaciones de izquierda, partidos y sindicatos. Así se explica el enfrentamiento de Ady, seudónimo de Josefina García Miranda, con un prócer anarquista o la lucha contra los estereotipos femeninos de la dirigente comunista Elsa Wolff.

Cierra el libro un largo y extenso capítulo dedicado a los horrores de la represión desencadenada en nuestra isla a partir del golpe fascista del 18 de julio. Torturas y violaciones que intentan destruir a mujeres como Antonia González o Herminia dos Santos. La lectura de esas páginas no puede dejar indiferente. Con minucioso trabajo nos describe Millares como el odio de clase, el machismo y el falangismo nacional católico se unieron en una espiral de vesanias e infamias, en un intento de acallar la voz de las mujeres de izquierda y de clase obrera. Fue el reinado del terror que impuso silencio en la sociedad canaria. Los que sufrieron la represión o la vieron cercana en amigos y parientes, callaron los cuarenta años de franquismo para preservar la vida y la seguridad de sus descendientes. Solo después de la llegada de la democracia se empezó a hablar entre nosotros de lo que había pasado. De los mártires del Domine, Eduardo Suárez y de tantos otros represaliados, torturados y asesinados.

La voz de Agustín Millares se eleva, otra vez, para que recordemos nuestro pasado, sepamos que sucedió y porque la losa del silencio continuó y aún continua en nuestra tierra. No sólo se trata de contar la historia sino de alzar un homenaje, en este caso, a las mujeres que intentaron desde la fábrica de tabaco, el taller de costura, el aula o la prensa, que el mundo fuera mejor. En las actuales circunstancias, cuando los avances en derechos de las clases populares y los de las mujeres en particular, se ven atacados y amenazados por la reacción, es conveniente que volvamos la vista a las que lucharon por esos mismos derechos.

Que las conquistas sociales nunca están garantizadas del todo lo demuestran hechos como la regresión de la mayoría de edad de las mujeres de los 21 años republicanos a los 23 tutelados del franquismo o la lluvia de recortes sociales que hemos sufrido por el neoliberalismo en nuestro país. No se trata de construir unas vidas ejemplares al modo eclesiástico, se trata de reconocer que sin lucha no hay derechos.

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