Queremos tanto a Alexis

El lugar de encuentro de las huellas infinitas que imprimió el escritor grancanario a lo largo de los años reside en el consenso global que reúne de manera indefectible en torno a su nombre

Alexis Ravelo.

Alexis Ravelo. / ANDRES CRUZ

Nora Navarro

Nora Navarro

«Realmente era difícil saber, por encima de la publicidad, de las colas interminables, de los carteles y las críticas, que éramos tantos los que queríamos a Glenda», escribió Julio Cortázar en su relato Queremos tanto a Glenda (1980). Pocos escritores como Alexis Ravelo, cuya muerte heló el corazón de millares de lectores (y, sin embargo, amigos, reiría él) desde el pasado lunes, insistió tanto en la virtud del cuento, aunque se consagrase como maestro en la novela.

Alexis cultivó el relato y el microrrelato desde sus comienzos y en sus talleres de Unibelia desarmaba los mimbres de Casa tomada o No se culpe a nadie para mostrar la belleza que entraña la búsqueda de la palabra exacta. Su muerte inesperada las arrebató todas con el golpe más cruel del relato de su vida, pero regresan poco a poco a la realidad como ríos de tinta de gratitud y cariño, porque su historia sigue. «Debemos procurar que siga», afirma la poeta palmera Elsa López, Premio Canarias de Literatura, y sobre todo, amiga.

Las palabras se manifestaban ayer, en el adiós al gran escritor de Gran Canaria en San Miguel, en forma de gestos, abrazos y miradas más definitivos que la muerte.

Cientos de amigos, cómplices, lectores, alumnos, y más y más amigos, a todas horas. El profesor y escritor Antonio Becerra, hermano elegido de Alexis, retiró el crucifijo de la sala antes de apuntalar en un acto breve la memoria del padre de Eladio Monroy en dos palabras: bonhomía y abrazo.

Y es que el lugar de encuentro de las huellas incontables que imprimió a lo largo de los años en distintas latitudes reside precisamente en el consenso global que reúne de manera indefectible en torno a su nombre: queremos tanto a Alexis.

«Estos días nos hemos reunido gente que lo quería mucho, sin un ápice de postura», apunta Elsa López

Y sucede como la anécdota que escribió en una de sus columnas el periodista Manuel Jabois en homenaje al abuelo de su hijo tras su muerte: ¡Es que nos caía tan bien!». Antonio, compañero de letras, confidencias y parrandas, extendió esa cualidad en una línea: «esa capacidad de reunir a tanta gente de distinto signo a su alrededor».

«Es que está clarísimo», sigue Elsa. «Estos días nos hemos reunido para estar a su lado gente que lo quería mucho, sin un ápice de postura: gente que llegaba de todas partes, de condiciones distintas e ideas diversas. Esto es algo muy difícil de ver, y diría que es incluso un caso excepcional, en el mundo de la literatura», apunta.

«A partir de ahora, los escritores, académicos y críticos escribirán mucho sobre su calidad literaria, que es incuestionable, pero tenemos que recordar la humanidad tan grande de Alexis. Además, eso se trasluce en sus novelas, en su forma de construir los personajes y de mostrar compasión, incluso, por sus personajes más repulsivos. Que escribía maravillosamente bien lo sabemos todos, pero, caramba, qué tío tan estupendo era».

El propio Alexis repetía en sus talleres para incentivar a su alumnado a contar historias que «todo está inventado, pero no todo está dicho». Por lo tanto, ahora toca seguir contando a Alexis y que su abrazo dure tanto como la eternidad que cristaliza un cuento.

Abrazo

«Tampoco entonces se dijeron palabras claras, no nos eran necesarias. Sólo contaba la felicidad de Glenda en cada uno de nosotros», escribió Cortázar.

Quizás un punto de partida para situar el lugar de Alexis en el mapa de la memoria es que nunca daba un abrazo cualquiera. «Era como un abrazo de oso que te aprieta, que hacía que te metieras dentro de su alma, como un canguro que te mete en la bolsa y te lleva siempre con él», concluye Elsa. Un tío con una bolsa de abrazos más grande que un Archipiélago.

Conviene decir que Alexis, de corazón cronopio como las criaturas que Cortázar describía como «un dibujo fuera del margen, fuera de las reglas y las normas, que deambulan amistosamente», no puede sintetizarse en un solo Alexis, porque Alexis fue muchos Alexis y además no se casaba con nadie. Por tanto, la tarea de los escritores y guardianes de su memoria consiste en seguir buscando a Alexis en cada línea y margen del cuento, en los relatos de Augusto Monterroso, en las novelas de Cormac McCarthy, los poemas de Pedro Flores o Alejandra Pizarnik. Sobre todo, en el gran legado literario que rima con la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. También en el abrazo inmortal que guarda cada uno en su bolsa.

«Preferiría no hacerlo», dice Bartlebly, el Escribiente, uno de sus personajes favoritos de Melville. Pero los cronopios no mueren, ya lo dijo Julio: siempre están al otro lado del espejo.