Teatro

Blanca Portillo concibe 'Silencio' como "un acto de amor al teatro"

La obra de Juan Mayorga, adaptada de su discurso de ingreso en la Real Academia de Española, desembarca en el Teatro Cuyás el viernes y el sábado | La actriz repite tándem con el Premio Príncipe de Asturias después de 'El cartógrafo' y 'Hamelin'

La actriz Blanca Portillo presenta 'Silencio', escrito por Juan Mayorga, en el Teatro Cuyás.

La actriz Blanca Portillo presenta 'Silencio', escrito por Juan Mayorga, en el Teatro Cuyás. / Elvira Urquijo A. / EFE

"Enfermo de teatro, vivo pendiente de lo que las personas hacen con las palabras y de lo que las palabras hacen con las personas", recitaba Juan Mayorga a su ingreso en la Real Academia Española (RAE) en 2019. Durante dos horas estuvo en pie ante la audiencia declamando un discurso que se había aprendido de memoria en homenaje a quienes antes habían dado vida a los espectros que pueblan su imaginación. En un momento tan dulce de su carrera, reconocido por su contribución, creación y respeto a la palabra, aquella declaración, tan contundente como íntima, era la semilla de un monólogo que fue brindado a su amada amiga, colega e intérprete Blanca Portillo. La actriz ahora es dueña de Silencio, una obra en la que expande y comprime el tiempo ante el público, donde cada sílaba está medida y cada hueco insonoro es esencial, y será exhibida el viernes y el sábado, a las 19.30 horas, en el Teatro Cuyás.

Portillo encarna a una actriz —que no es ella— que recibe el encargo de un recién nombrado académico —que no es Mayorga— para interpretar su texto ante los eruditos. Después de ocho años sin saborear las mieles de la corporeidad del lenguaje, proyecta una imagen de ese ser en el que, en un principio, no encuentra elementos con los que identificarse. Irá atravesando los pasajes de Antígona, La casa de Bernarda Alba, La gaviota, emulará a José Luis López Vázquez, a Buster Keaton, vestirá a Chaplin y reproducirá su gesto, y los de tantos otros, hasta que se desprenda de todos ellos. "Sin que fuera un virtuosismo teatral, el acto tenía que estar teñido de un impulso grande de comunicación con los espectadores": sus protagonistas.

Emociones

Durante los primeros 45 minutos, las luces del teatro permanecerán encendidas, como si fuera aquella sala pulcra de la RAE, en la que, poco a poco, "el teatro va invadiendo el escenario". "Aparecen las emociones más rabiosas, las más tiernas, la risa, el dolor, es decir, la emoción del teatro, y esa cosa armada de la Academia se va deshaciendo", advirtió Portillo. "El texto de Juan era lo más antiteatral, así que lo más hermoso del trabajo fue convertirlo en un suceso. Inventamos un conflicto, como una especie de combate entre el autor y el intérprete", detalló la protagonista.

"Mucha gente se pregunta qué es el teatro: lo que escribe el autor o lo que interpreta el actor", en esa dialéctica entre casi un creador y su discípulo, casi como Segismundo y el destino, hay un diálogo esclarecedor en el que ambos comprenden que no son sin el otro. Entonces, "se convierte en un acto de amor y de camaradería, entre el dramaturgo que domina el texto teatral y la intérprete que es quien, en verdad, convierte en emoción y en acción lo que sucede en el escenario. Es una especie de simbiosis entre los dos", manifestó durante la rueda de prensa.

Guardián del silencio

Una escenificación en la que va desgranando qué significa el silencio, cuáles son sus fines, dónde aparece, si como reflexión, rebelión, sumisión, impedimento o arrojo, ¿cuándo enmudece la voz y por qué? La intérprete ha de calibrar las pausas dramáticas con un ritmo que depende de la función, del día, de quién viene, más allá de las acotaciones del texto, que solo su experiencia sabrá cómo moldearlo.

En mitad de la obra, incluirán la pieza 4'33'', de John Cage, cuya duración corresponde a la más absoluta inacción. "¿Qué es lo peor que nos puede pasar, que alguien se levante y se vaya?, nos preguntábamos Juan y yo... Pero en ningún momento ha sucedido eso después de un año de gira. Son cientos de personas a la vez guardando silencio, lo cual se convierte en algo muy especial", explicó la productora y directora teatral.

Los carraspeos, los movimientos nerviosos, tal vez la espera impaciente se van intercalando hasta que la audiencia asume que es lo que toca. "La gente se pone muy incómoda porque no tenemos costumbre de guardar silencio, y menos compartirlo en un lugar común", admite, "siempre apelo a la imagen de esta misa pagana que hacemos los actores con el público, donde hay un oficiante y unos fieles que pagan una entrada convencidos que van a viajar cuando estamos en el Teatro Cuyás. En esos cuatro minutos, entramos en una especie de latido común y, a partir de ahí, los silencios de la función se hacen mucho más sólidos porque la gente acepta el juego de que el silencio va a ser protagonista". El propio espectador será guardián del silencio cuando salga del trance.

De toda esta locura hace ya un año cuando empezaron a girar con esta pieza metateatral en la que desentrañan los recovecos de la dramaturgia. Portillo fue quien le sugirió a Mayorga durante la pandemia atreverse a materializar la sugerencia que el propio dramaturgo le hizo en 2019 cuando ocupó la letra M. "Lo más bonito ha sido trabajar mano a mano con el que yo entiendo que es el mejor autor europeo, sino mundial, vivo. Tengo la suerte de ser su amiga y haber creado juntos este artefacto, es como haber trabajado con Lope de Vega, que deja de ser algo academicista y se convierte en un sucedo teatral donde el espectador es por encima de todo el protagonista de la historia". Hacia ella va, en silencio.

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Esa entrega absoluta en la que Portillo desaparece en aras de un texto que desdobla la realidad y la ficción le provoca, por momentos, un miedo atroz. "En un monólogo, estás más sola que la una, es muy solitario y muy doloroso no tener unos ojos donde mirarte", admitió. Por ello, sus pupilas buscan ansiosas la reciprocidad del individuo que esté allí sentado, "los apelo, me nutro y, al final, se crea un diálogo entre los espectadores y yo". Antes, confiesa estar dándole tantas vueltas a la obra en el camerino, presa de los nervios, que por eso mismo ha insistido en que la luz quede antes del paso al oscuro.

"Los monólogos siempre son complicados, necesitan mucho sostén para que aguanten", comentó de este canto al teatro. Los meses de trabajo arduo, divertidos como indica, han dado sus frutos, haciéndole ver tanto a ella misma como a los demás esta "reflexión profunda y hermosa de lo que significa el silencio en el teatro y en la vida; amo este Silencio, esta locura que nos hemos inventado, comulgo con ello, estoy convencido de lo que digo, y así intento llevarlo a la gente". | C.R.

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