Canarismos

El que la hace, la paga

El que la hace, la paga

El que la hace, la paga

Luis Rivero

Luis Rivero

La expresión funciona a modo de sentencia que indica la forma de proceder respecto a quien en el ámbito legal o en la vida ordinaria es responsable de provocar un daño. La locución «el que la hace» sirve de presupuesto y nos recuerda el arcaísmo «fechor» (del latín ‘factor/oris’) que significa ‘el que hace algo’, voz de la que deriva ‘fechoría’, para referirse a una acción maligna y este es el sentido genérico que conserva: el que comete una mala acción, una fechoría.

«La paga» es la expresión que soporta las consecuencias de haber llevado a cabo una acción inadecuada y equivale a la retribución o castigo. «Pagar» viene del latín pacare, ‘apaciguar, calmar, satisfacer’ y es esta una de las acepciones que recoge el Diccionario: ‘satisfacer delito, falta o yerro por medio de la pena correspondiente’.

Este refrán castellano que podemos escuchar a menudo en las islas encierra una máxima universal. En rigor, enuncia vulgarmente, podríamos decir, el principio de justicia retributiva, el cual viene a decir que todo delito o acción indebida debe ser castigado (retribuido), en general, de manera proporcional al mal causado. Y ello con independencia de que la medida punitiva provoque beneficio o perjuicio; de manera que la pena constituiría un fin en sí misma: el de castigar al culpable. Este principio encuentra sus antecedentes más remotos en la ley del talión que es común a distintas tradiciones y culturas. «Talión» (del lat. talio/onis) es un término que hace referencia a una pena que consiste en hacer sufrir al reo un castigo idéntico al daño causado. Desde antiguo, las comunidades humanas se han sustentado sobre creencias y estructuras religiosas, políticas o jurídicas que mediante la coerción o la coacción sirven para establecer y conservar un orden social determinado. Uno de los primeros códigos legales de la historia conocida, el Código de Hammurabi (Babilonia), contenía la llamada ley del talión. Más cercano a nuestra tradición, la ley Mosaica le da rango de principio que se ha universalizado con la expresión: «ojo por ojo y diente por diente» (y así es mencionada en varios libros del A.T.: Éxodo 21:24, Levítico 24:19-20 y Deuteronomio 19:21). Y que en cierto modo ha influenciado diversos aspectos del pensamiento y de la tradición judeocristiana, a partir del cual se ha construido el principio de proporcionalidad de la pena, concepto que ha dulcificado las doctrinas legales que están en la base de los ordenamientos jurídicos modernos.

«El que la hace, la paga» es una advertencia categórica que trata de disuadir a quien planea alguna fechoría con la inminencia de imponerle un castigo similar o proporcional a la gravedad del daño causado. En cierto sentido –según el contexto– puede tener el valor de amenaza y, cuando no, se expresa de modo conclusivo ante una situación en la que se consuma este acto de justicia retributiva que acaso trata de satisfacer tanto a la víctima como a la comunidad de pertenencia. «El que la hace, la paga» expresa con firmeza una creencia popular fuertemente arraigada de que se debe actuar sin piedad frente a quien ocasione un daño intencionadamente. Y este enunciado con categoría de principio de valor jurídico vulgarizado es empleado también con carácter general cuando se da escarmiento a quien infringe las reglas sociales de comportamiento no escritas. Se requiere, pues, para aplicar esta máxima que exista una acción, ya sea culposa o dolosa, protagonizada por un sujeto que inflige un mal a alguien y en tal caso deberá hacerse responsable de ello y pechar con las consecuencias.

La adhesión al principio de retribución contenido en el refrán es prácticamente unánime cuando la lesión del bien protegido constituye una manifiesta injusticia. Cosa que no resulta tan evidente cuando la línea de confín que fija el campo del delito es más difusa por responder a presupuestos ideológicos no siempre compartidos. Por lo demás, en general, el vulgo continúa echando mano de este dicho ante situaciones de agravio deplorables y, en tono justiciero, se suele exclamar: «¡El que la hace, la paga!».

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