Contracultura

Queremos bailar, queremos cultura: cartografía de los espacios alternativos de la capital grancanaria

Las Palmas de Gran Canaria se llena de espacios alternativos que en conjunto ofrecen una gran variedad de planes culturales para cada día de la semana. Muchos locales se ven relegados a la periferia y encuentran constantes adversidades para seguir adelante.

Vista de la azotea de la Asociación Atlas en la Isleta.

Vista de la azotea de la Asociación Atlas en la Isleta. / LP/DLP

Martina Andrés

Martina Andrés

Kevin Bacon es el chico nuevo de un pueblo en el que han prohibido el baile y el rock. Nada de zarandearse al ritmo de la música, de zapatazos en el suelo al ritmo de la batería, de palmadas que se mezclan con la alegría pura de mover el cuerpo al son de una melodía. Nada de ruido. La historia de Footloose no es la de Las Palmas de Gran Canaria: aquí nadie nos llevará presos por movernos al compás de cualquier canción en medio de la calle. Pero la falta de penas no significa que el arte, la música en vivo, y en general, la cultura, tengan las libertades que necesitan y merecen para estar presentes en los espacios de la ciudad.

Primero fue la pandemia: el necesario confinamiento y las medidas de seguridad llegaron como una bola de demolición para conciertos, teatros, exposiciones, talleres, presentaciones de libros y demás actividades culturales donde los encuentros cara a cara y el contacto directo son los cimientos que los mantienen en pie. Ahora, los locales que cierran de forma definitiva, las terrazas que no pueden tener actividad a partir de las 10 de la noche, las quejas constantes de algunos vecinos, la ausencia de espacios físicos y la falta de apoyo institucional, son la prueba de que en la capital grancanaria las actividades culturales y la música en vivo lo tienen complicado para ser parte de la vida de sus gentes, para colarse en cualquier calle y sorprendernos con la emoción repentina que produce la belleza de lo inesperado, la belleza de juntarse. Aun así, la capital grancanaria alberga varios lugares, pequeños templos, en los que con mimo, pasión y mucho esfuerzo, la cultura se mantiene viva cada día de la semana.

Asociación Atlas, en el barrio de la Isleta.

Asociación Atlas, en el barrio de la Isleta. / LP/DLP

En el que en su momento fue el edificio más alto del barrio de la Isleta, existe un antiguo hostal que desde hace ocho años combina su actividad alojativa con una firme apuesta por actividades creativas: la Asociación Atlas. «Teníamos claro que lo que nos gustaba era la cultura, pero necesitábamos un modelo de rentabilidad que diera combustible a la actividad cultural que queríamos desarrollar», explica Manuel Cabezudo, miembro de este espacio, mientras saluda de buena mañana a los vecinos del barrio.

Este modelo híbrido les permite no depender de instituciones ni de subvenciones, les da la posibilidad de autogestionarse y generar el proyecto sociocultural que quieren. «No podemos cambiar el modelo turístico de las Islas ni podemos cambiar el mundo, pero a pequeña escala, con este proyecto, ya que estamos desarrollando una actividad alojativa, compensamos ese impacto generando cultura».

Los eventos que alberga la asociación van desde conciertos o proyecciones de películas hasta talleres de dibujo o exposiciones. Atlas busca generar un espacio comunitario, como en las grandes ciudades, en el que crear un punto de convergencia para los artistas. Ellos abren sus puertas a colectivos y proyectos individuales para que, de manera gratuita, puedan disponer de sus salas y azotea. «Nuestro proyecto es sin ánimo de lucro. Aquí viene un grupo a tocar o una persona que quiera desarrollar una iniciativa, y la recaudación es íntegra para ellos». Así, después de estos años, el resultado es que el tejido cultural de la ciudad ha integrado el espacio de la calle Anzofé como propio, como un hogar.

«No a la guerra. Otro mundo es posible, un mundo donde quepan todos los mundos». Si lees estas palabras sobre un fondo colorido de personitas que se dan la mano, estás en Café D'Espacio, un espacio autogestionado de transformación social. En la calle Cebrián 54, enfrente de El Bote, esta casa con suelo de baldosas estampadas y paredes que gritan proclamas en silencio, se presenta como un sitio de reflexión, acogida y pensamiento crítico. Una biblioteca colectiva al fondo y un piano de pared que suelta notas suaves, dan la bienvenida a lo que desde fuera parece una cafetería pero que desde dentro es algo más: una tienda de comercio justo, un hervidero de ideas, charlas, micrófonos abiertos de poesía y un hogar para distintos colectivos de la ciudad.

Entre estos grupos se encuentran la alternativa antimilitarista MOC Las Palmas, la Asociación Canaria de Economía Alternativa, Jilorio (grupo de consumo agroecológico que busca avanzar en la soberanía alimentaria en Gran Canaria), Las Palmas en bici o La escuela libre de teatro, donde «el arte no es entendido como consumo, sino como una forma de crecimiento y de cambio social», tal y como indica Marifé Navarro, presidenta de la junta directiva de Café D’Espacio.

«Creo que estos sitios, están en auge, hay muchas inquietudes. El problema que vemos desde la experiencia del café, por ejemplo con el tema del teatro, es que hay una población flotante que viene para estar uno, dos años, y después se van. Hay una gran parte de gente inquieta que viene de fuera y luego se acaba yendo», añade Navarro, que además hace alusión a lo difícil que es hacer sostenible el espacio desde la autogestión.

También como lugar autogestionado, nace en septiembre de 2020, entre luces de neón, televisores y consolas antiguas, El Sótano Analógico, una asociación de artistas audiovisuales fundada por el productor Alexis Cabrera y el artista Oliver Behrmann en el que se combinan el glitch (videoarte con software y hardware obsoleto) con actividades como micros abiertos, presentaciones, talleres y exposiciones. Este sótano de 100 metros cuadrados, aloja un video-club VHS, un salón de retrogaming y un espacio para sus eventos en el que se respira un aire de pasado y calidez que invita a sumergirse en la estética vintage del lugar.

El Sótano Analógico también es un sitio para disfrutar de una cerveza, reunirse con amigos y dejar que fluya la conversación con calma. Por otro lado, para dar a conocer sus actividades y los nuevos movimientos «subculturales» que surgen de la experimentación audiovisual y estética con tecnología analógica, tienen su propio fanzine, del que ya han publicado cuatro números.

«Yo llevo años deseando tener una asociación cultural, un poco por promover la música, porque cada vez hay menos sitios. Llevo dos años queriendo montar un sitio así», explica Cabrera. La falta de espacios para una cultura que se aleje de lo mainstream es uno de los principales problemas que refieren la mayoría de personas que se adentran en la arriesgada aventura de formar una asociación o de crear un lugar donde puedan converger las distintas disciplinas artísticas.

En esta misma línea, Ángel Fernández, de Talleres Palermo, hace alusión a como la sobreoferta cultural pública es uno de los principales motivos por lo que no prosperan las iniciativas culturales privadas, lo que lleva a la ausencia de cines alternativos, pequeñas salas de teatro o salas de conciertos. «Tiene que haber cultura subvencionada, pero no toda. La realidad es que vivimos en una ciudad de 400.000 habitantes sin salas de conciertos», explica el fundador de este local de coworking y eventos ubicado en Guanarteme.

Según explica Fernández, el público se ha acostumbrado a la cultura gratuita y desde las instituciones públicas falta creatividad para que la oferta cultural sea variada. Hay muchos festivales y conciertos, pero los artistas invitados siempre son los mismos. La cultura se vuelve homogénea y los artistas emergentes no tienen espacios para darse a conocer. «Hay más conciertos del Ayuntamiento que días del año. Es imposible hacer algo si no pasas por Ayuntamiento, Cabildo o Gobierno de Canarias», puntualiza Fernández.

Talleres Palermo lleva cuatro años luchando por existir, lidiando con las quejas de vecinos y buscando alternativas para ofrecer un ocio nocturno que se adapte a las necesidades de descanso de todos y también a las de una ciudad que es joven, a la que llegan muchos nómadas digitales, personas de fuera —y también de dentro— que al no encontrar ocio nocturno en la ciudad terminan por acudir a sitios no regulados: una rave en una finca, una sesión de música en una playa o un polígono. «Es difícil compatibilizar el venderte como ciudad turística y el llevar el ocio nocturno a un polígono», añade Fernández, que apuesta por soluciones como invertir parte del presupuesto de cultura en insonorizar locales y crear un pequeño circuito de salas de conciertos o revivir lugares medio abandonados como la Plaza de la Música en los que no se perturbaría el descanso de ningún vecino.

Auge de El Sebadal y la periferia

Ante este panorama, son muchas las asociaciones culturales que han preferido ubicar sus sedes lejos del centro de la ciudad o de las zonas residenciales. Fábrica La Isleta es quizá el ejemplo más ilustrativo, un centro artístico multidisciplinar, con eventos y conciertos de lunes a domingo, que lleva el nombre de un barrio en el que ya no está.

Los espacios que van apareciendo en el polígono de El Sebadal también son una prueba de este desplazamiento a la periferia. Cero Fanzine, El Baladero, Arequipa6 o Tormento Colectivo, cada uno con su idiosincrasia y su oferta cultural, se han establecido aquí, donde no molestan a los vecinos y los precios del alquiler son más asequibles.

El espacio de Cero Fanzine, inaugurado en la calle Sucre hace menos de un mes, lleva el arte autogestionado como bandera, más concretamente el formato del fanzine, esas pequeñas revistas que se popularizan en la década de los 70 y 80 en Estados Unidos y que nacen como una manera de rebelarse contra lo establecido. Revistas en la que caben todo tipo de disciplinas (dibujo, fotografías, relatos, poesía o collage), al igual que ocurre en el espacio inaugurado por Toni Lemus, que no duda en abrir sus puertas a cualquier otro tipo de propuestas artísticas underground, para que tengan un lugar en el que poder existir a través de los ojos del público.

Por otro lado, El Baladero, abierto en octubre de 2022, se presenta como un lugar «inclusivo y seguro donde desarrollar actividades de carácter cultural, social, artísticas y participativas». Música, arte, tecnología, fotografía o «mercados de brujas» (artesanía), se mezclan entre sus paredes. Arequipa6 y Tormento Colectivo también se identifican como espacios alternativos, aunque centrados más en el ámbito musical.

Otra asociación que está planeando mudarse a El Sebadal es Plataforma 3, que tuvo que cerrar su azotea el pasado verano debido a la inminente demolición del edificio en el que se ubicaban tras su compra por parte de una empresa inmobiliaria. Néstor Torres, Álvaro Cruz y Ornella Braucci, la viva imagen de este colectivo, están en pleno proceso de reubicación y reinvención para dar con la mejor fórmula que les permita rentabilizar su nuevo espacio.

Su idea es crear un lugar multidisciplinar que sirva como sala de ensayos, zona de residencia artística en la que convivan y se encuentren los artistas, cafetería, tienda de arte o sala de proyecciones, exposiciones y conciertos. En definitiva, crear un refugio al que acudir cuando la rutina pesa y en el que «la gente que viva el espacio lo pueda modificar y moldear», explican.

A pesar de las dificultades, en la ciudad quedan otros espacios que sobreviven integrados en los lugares más céntricos. Espacios como La Caracola, que se define como un «coworking artístico y lugar de encuentro para amantes del arte», Lambada Records Bartemplo del vinilo y del vermut») o Soppa de Azul (coworking, estudio de artistas, escuela de joyería, lugar para la pintura y la fotografía), resisten en las calles más conocidas de la capital grancanaria. Desde La Caracola, sus impulsoras recalcan lo elevados que son los precios de los locales: «Por 60 metros cuadrados te piden mas de 700, 800 euros, locales que están absolutamente lamentables, algunos sin instalación eléctrica», y cómo sobreviven gracias a que ambas tienen sus trabajos paralelos.

A esta lista se pueden sumar lugares como MT Art Space, El Aparte, NYC Taxi, Echarle Huevos, Tiramisú o Bodega Los Lirios, donde de una forma u otra el arte está presente para llenarnos la vida y para que no sintamos que estamos viviendo en una especie de perpetuo Footloose.