'Arquitectura emocional 1959': los ojos con los que miramos

El cortometraje de Elías León Siminiani ganó el Goya a Mejor Cortometraje de Ficción el pasado sábado

Un fotograma de 'Arquitectura emocional 1959'.

Un fotograma de 'Arquitectura emocional 1959'.

Nora Navarro

Nora Navarro

Los espacios, calles y edificios que habitamos conforman nuestro mapa sentimental, como la memoria de nuestros pasos a través del tiempo impresa en el paisaje. Así lo refleja Arquitectura emocional 1959, un cortometraje de Elías León Siminiani, ganador del Goya a Mejor Cortometraje de Ficción el pasado sábado y quizás una de las películas más conmovedoras de esta hornada fílmica diversa -porque los cortometrajes también son películas, como recordaron en algún momento de la gala-.

 Este filme de 30 minutos sigue la línea de puntos de la obra del arquitecto y urbanista Secundino Zuazo en Madrid, que es la que cartografía a su vez la historia de amor entre Andrea y Sebas en las coordenadas que marcan sus encuentros en los bancos, parques, clases, cafeterías. 

Un día, Sebas empezó a acompañar a Andrea a casa, un portal señorial de la calle de Antonio Maura, pegado al Retiro, donde Secundino Zuazo construyó un edificio de pisos con grandes espacios diseñado para ser ocupado por una familia por planta. 

Y un día se subieron juntos al metro, y Sebas le enseñó a Andrea su casa, una de las 800 viviendas sociales para empleados de la Empresa Municipal de Transportes (EMT), en el norte del paseo de la Castellana, construidas por Secundino Zuazo. 

Cartel de 'Arquitectura emocional 1959'.

Cartel de 'Arquitectura emocional 1959'.

Este fue el escenario de su primer beso: «es en aquella calle, en invierno de 1959, cómo la vergüenza de clase de Sebas queda neutralizada por la culpa burguesa de Andrea», relata Siminiani, que narra esta historia de amor de posguerra a través de la arquitectura y el espacio urbano, desde las ventanas y ventanales en que se añoran a los bancos en que se encuentran y desencuentran, o la esquina que doblan por última vez hacia el futuro. 

Festival de Cine de Las Palmas

Al recoger su Goya, Siminiani manifestó que «los espacios contienen memoria emocional y nos forman como personas». Precisamente, él formó parte de la generación de cineastas españoles que exhibió sus primeros trabajos en el Festival de Cine de Las Palmas de Gran Canaria en la primera década de los 2000. Aquella nómina de autores, que integraban nombres que hoy marcan un canon propio, como Isaki Lacuesta, Fernando Franco o Virginia García del Pino, compartía una búsqueda creativa que se desmarcó de las normas del cine comercial para explorar otras formas y posibilidades narrativas más libres.

Al final de su discurso, Siminiani expresó que los lugares favoritos de su mapa son las salas de cine y evocó los antiguos cines de su infancia que cerraron sus puertas. Justo hacía unas horas que se acababa de anunciar el fallecimiento del exhibidor Francisco Melo Sansó, fundador de la última sala de cine independiente de Las Palmas de Gran Canaria, los Monopol, donde Siminiani se reencontró con Lacuesta, Franco y Del Pino, ya directores consagrados, en un homenaje del festival capitalino a su generación el pasado 2017.

De izquierda a derecha, Antonio Weinrichter, Fernando Franco, Isaki Lacuesta, Virginia García del Pino y Elías León Siminiani.

De izquierda a derecha, Antonio Weinrichter, Fernando Franco, Isaki Lacuesta, Virginia García del Pino y Elías León Siminiani.

Por último, Siminiani le dedicó el Goya a su hija Laura: «Tal vez algún día te des cuenta de que llevarte al cine fue la mejor forma que encontré para transmitirte mi amor infinito». Recordé entonces cuando mi padre me decía que es importante encontrar nuestra propia mirada y que a él le gustaba ver el mundo con ojos de arquitecto. 

Me gusta pensar que podemos escoger los ojos con los que miramos y que, además de los espacios, las personas que queremos también forman parte de esa mirada que imprimimos.

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