Arte

Por territorios ignotos

El próximo viernes se inaugura ‘Texto y pretexto’, una nueva muestra del pintor grancanario Armando Gil en el Museo Abraham Cárdenes de Tejeda

‘Texto chino’, 2022, Armando Gil. | |

‘Texto chino’, 2022, Armando Gil. | | / Claudio Utrera

Claudio Utrera

Claudio Utrera

La complejidad inherente a cualquier actividad creativa de calado constituye el factor fundamental que determina nuestra actitud crítica a la hora de intentar descifrar los motivos que nos acercan o nos alejan, según el caso, del objetivo de nuestras propias reflexiones como observadores del fenómeno artístico en todas sus manifestaciones. O, si lo prefieren, como simples exploradores de un mundo convertido en un permanente desafío para la sensibilidad de cualquier testigo del complejo universo emocional que palpita tras los muros de una realidad que, casi siempre, se resiste a ser rebasada por elementos ajenos a sus propios valores, deudores a fin de cuentas de una deriva inmovilista, monótona, rutinaria y particularmente estática del hábitat en el que nos ha tocado vivir.

Cada vez resulta más evidente que no existe corriente de pensamiento o moda lo suficientemente persuasiva que pueda limitarnos el acceso a la plena libertad de expresión en este terreno. Sobre todo cuando intentamos distanciarnos de aquellos lenguajes estéticos opuestos por completo a los cánones más trillados del arte contemporáneo e iniciamos por nuestra cuenta la senda de la innovación con propuestas de clara matriz transgresora, a través de cuya hipnótica fuerza logramos sumergirnos en un fascinante discurso formal construido. Esto ocurre con el pintor que ahora nos ocupa, a base de signos y de grafías que se suceden a lo largo y lo ancho de los seis lienzos de gran formato que cuelgan de la Sala Museo Abraham Cárdenes de Tejeda desde el 17 de marzo hasta el 28 de abril, como huellas inquietantes de civilizaciones pretéritas o como símbolos de remotas escrituras desveladas a la luz de las indagaciones de algún perspicaz arqueólogo.

Un auténtico paradigma, en resumidas cuentas, de esa virtud tan poco extendida en el ámbito del arte plástico de nuestro tiempo de penetrar abiertamente y sin el menor rubor en territorios ignotos mediante la puesta en marcha de un dispositivo intelectual de índole estrictamente subjetiva. O sea, sin mimetismos estériles ni absurdas servidumbres de paso, que muchas veces impiden el desarrollo personal de un artista, al margen, claro está, de las mil y una influencias que hayan podido enriquecer, con el paso del tiempo, su experiencia personal como observador supuestamente privilegiado de su tiempo.

En la obra pictórica de Armando Gil (Las Palmas de Gran Canaria, 58 años) nos llama especialmente la atención un aspecto que me parece absolutamente esencial para la consolidación definitiva del recorrido artístico de cualquier creador: una coherencia estilística indubitable acompañada de su propio discurso plástico, recio, ágil, sobrio, geométrico, colorista y, sobre todo, tremendamente sugestivo, contribuyendo en gran medida a robustecer el puente de comunicación que siempre se establece entre la mirada del artista y la capacidad de percepción del espectador. Viene haciéndolo este pintor desde su primera exposición individual en el Club Prensa Canaria en 2010, sobre el escenario de pluralidad que ofrecen los múltiples caminos que conducen al universo transversal de la creatividad, ese espacio donde se encuentra felizmente ubicado y en el que se entremezclan la originalidad, la emoción y el riesgo por alcanzar el punto de encuentro donde se concentran todas las virtudes necesarias para que una apuesta estética sin fisuras se torne en rasgo inconfundible para un creador.

El de Gil es por tanto un arte visceral, endemoniadamente intuitivo, voraz y muy ilustrativo de un concepto muy personal de su oficio, con influencias, y quién no las tiene, que se suman con discreción y sutileza a su trabajo, aunque en un plano en el que casi siempre pasan inadvertidas, pese a que siempre estén ahí, en su subconsciente, mientras elabora ese peculiar barroquismo formal que cubre la mayoría de su obra. Cuando pinta, y eso se pone de manifiesto en cada una de sus telas, su deseo no es otro que el de apresar la realidad de su imaginario tal y como la ve, como una transacción del pasado y como una explosión de formas, figuras y colores que revolotean de forma obsesiva en su memoria y que logran la inmediata complicidad de quienes la contemplamos con el ojo crítico con el que, sin duda, hay que valorar siempre propuestas de estas dimensiones.

No persigue, como otros, la fiel complacencia en un trabajo conformista, ni el halago de la galería a través de hábiles y triviales operaciones autopromocionales; sus únicas preocupaciones a la hora de manejar el pincel o la pluma son las que le ocasiona su insobornable fe en sí mismo como fuente inagotable de inspiración y su consiguiente cuota de soledad e incomprensión en un mundo cada vez más cosificado y descompuesto donde la simple fidelidad a una o varias tendencias de naturaleza conceptual, por muy ilustres, respetables y canónicas que nos parezcan, no tendrían por qué frenar nunca el impulso ni el derroche de inventiva de creadores como Gil en su imparable recorrido hacia la excelencia profesional.

Su mundo creativo se extiende, sin embargo, a lo largo y lo ancho de un surtido de estilos que, desde sus años de estudiante, le proporcionaron el combustible necesario para activar su febril imaginación desde el momento en que decidió abandonar el ámbito de los negocios por un trabajo que, desde hace más de una década, lleva practicando a pleno rendimiento con unos resultados la mar de excelentes.

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