Entrevista | Carmen J. Nieto Asesora fiscal, Gestora tributaria y escritora

Carmen J. Nieto: «Reflexionamos cinco segundos, pero luego volvemos a lo de siempre»

La escritora publica su tercer libro, 'Sin aditivos', en el que aborda a través de un abogado las tropelías del sistema | "El escritor también forma parte de la sociedad y no puede quedarse como un retratista"

La escritora aruquense Carmen J. Nieto. | |

La escritora aruquense Carmen J. Nieto. | | / LEO SAAVEDRA

Carmen J. Nieto analiza desde la observación pausada cómo el abogado protagonista de su nueva novela ha de sortear varias muertes con el menor riesgo para su familia. Así nace ‘Sin aditivos’, una radiografía de la sociedad actual ante hechos como la continua desaparición de personas en el Atlántico. La escritora aruquense se ata a las restricciones técnicas y deja un texto descarnado para que el lector halle el origen de esta realidad.  

Destaca un artículo de marzo de 2021 como un elemento para decidirse a escribir la novela. ¿Cuál fue el origen de esta trama que abarca una Canarias alejada de los estereotipos y que no pone fin al drama migratorio?

La migración es una constante en Canarias. Hay literatura para dar y regalar, tanto de emigración como de inmigración. Para mí, una novela surge de una matraquilla, una obsesión, algo que está ahí dándote vueltas, hasta que no la sacas de tu cabeza, no te quedas tranquila y tienes que escribirla para soltarla. Estaban ocurriendo muchas cosas a la vez: fue cuando empezaron a llegar algunas pateras con personas muertas, además del fallecimiento de un bebé. En este sentido, una de las novelas de travesía que más me impactó en su momento fue Me llamo Suleimán, de Antonio Lozano, que la recomiendan siempre como literatura juvenil y, a mí, me parece durísima. Es más, creo que todos estamos pensando en lo mismo. De hecho, antes que yo, sacó Pepe Correa el libro Para morir en la orilla. Por tanto, se había escrito desde las mafias y otros puntos de vista, mientras que a mí me gusta trabajar desde lo pequeño, desde lo cercano, desde las personas que me rodean. Es decir, ¿qué hacemos nosotros, la gente normal, las que estamos aquí sentadas? Empecé a pensar en ello, volví a leer Matar un ruiseñor y me gustó lo que decía Atticus: «Si quitas los adjetivos, tendrás los hechos», y, también, el punto de vista de los niños en esa historia de racismo. Todos esos elementos los tenía, pero me costaba tirar para adelante, ya que quería vincularlo a la infancia y eso siempre es muy duro de contar. Entonces, leí el artículo de David y cuando dice, «¿qué podemos hacer?», me dije, «escribe esa novela de una vez, como sea».

Hila la historia desde la visión de un abogado que compra testimonios, más que eliminarlos. ¿Qué le atraía de este personaje, que se mueve en un mundo que conoce bastante bien?

Soy asesora fiscal y trabajo con abogados, aparte de que tengo buenos amigos que me han ayudado con la terminología y muchas dudas para darle veracidad a la ficción, razones por las que el mundo de los despachos me es cercano. Además, uno de los consejos que siempre te dan es que escribas desde lo que conoces para que tú puedas darle al lector esa familiaridad. Al fin y al cabo, todos somos personas, tanto el abogado, el juez… Nos cuesta entender que la cajera del supermercado también tuvo que dejar a su hijo a las siete de la mañana en el colegio igual que tú.

El protagonista está acotado a una zona privilegiada y continúa sin nombre. ¿Cómo infuyeron estos detalles?

Vive en esas urbanizaciones llenas de «casas buenas» que en la novela se describen como «las urbanizaciones del insomnio de las hipotecas». Luego, con la crisis se vieron apurados para pagar igual que les pasa a Toño y Rubi. En realidad, me gusta llamarlo clase «intermedia» dado que creo que la clase media es una vendida de moto. En todo caso, es la que puede caer en cualquier momento. Viven en sitios que ellos creen privilegiados, pero no es así. La hipocresía, la apariencia o el estatus social son cuestiones con las que quiero trabajar. En cuanto al nombre, el detective de Cosecha roja de Hammett no lo tiene y era mi forma de hacerle un homenaje, lo cual es muy difícil por la utilización de vocativos o las referencias. Entonces, me pareció buena idea que fuera un hombre cualquiera que va dando tumbos como un boxeador sobre el ring. Decisiones, como tal, toma muy pocas. Se va dejando llevar y va a remolque de los acontecimientos.

«Reflexionamos cinco segundos, pero luego volvemos a lo de siempre»

«Reflexionamos cinco segundos, pero luego volvemos a lo de siempre» / Carla Rivero

¿Se siente así?

Todos nos hemos sentido así en algún momento. Devuelvo el golpe si puedo.

De por sí, el sistema es pernicioso. La crisis de 2008 aboca a los malhechores a ese comportamiento, luego, ellos abusan del grupo de chavales migrantes, que tienen que sobrevivir, y que también terminan ejerciendo esa violencia en una rueda sin fin. ¿Qué perspectiva saca de esa realidad?

Me atrae que la novela negra sea crítica social, pero yo lo llevo más allá: creo que debe ser autocrítica porque el escritor también forma parte de la sociedad y no puede quedarse como un retratista. Venía hablando con mi hija y me dice, «es el mundo en el que vivimos», y le dije, «no, es el mundo que hemos hecho». Esa es la historia que quería reflejar. Sí, el sistema es como es, pero, ¿qué ponemos o qué no ponemos para que sea así? Hay una imagen que corresponde a las toallitas que utiliza el abogado, la cual es tan vieja como lavarse las manos como Pilato en el Nuevo Testamento. Con ella, quería reflejar que las usamos con el fin de no tener ninguna responsabilidad. Por eso, la novela negra tiene que picar, como el mojo, tiene que picar un poco para que sea buena. Tiene que darle un poquito al lector y, para eso suceda, le tiene que dar un «pocazo» al escritor. Habrá autores que son capaces de armar una novela que no les toque, pero no me pasa. Yo lo pasé mal, y había días que escribía muy poco porque no quería entrar.

Mientras que Keitá conecta con lo ancestral y amable.

Tenía que haber algo sagrado. Todo era tan prosaico… Por una parte, estaban los adjetivos que nos separaban y tenían la culpa de todo. Así que, ¿qué es lo que nos unía? La palabra. Siempre se han contado historias en todas las civilizaciones, siendo los mismos mitos de pueblos que probablemente nunca se tocaron. Por eso, cuando viene un narrador oral nos sentamos y nos quedamos escuchando, ya que la palabra nos hermana. Era una luz que quería encender entre tanta oscuridad. Pero tampoco quería darle mucha importancia. De ahí, que fueran capítulos tan cortos debido a que no nos interesa demasiado: reflexionamos cinco segundos, pero luego volvemos a lo mismo de siempre.

Como seguidora del movimiento OuLiPo, Sin aditivos responde a esa motivación técnica. ¿Por qué sin adjetivos?

La restricción me ayuda a centrarme en la escritura. Son estructuras que te facilitan la novela, si no, no la uses. Igual que el género acota un poco el universo creativo. Esta idea surgió gracias a la novela de Harper Lee, como te decía antes, saltó una chispa y, de hecho, creo que en las primeras páginas el lector anda desconcertado. Hice un par de pruebas y me gustó que el texto quedara seco, y esa es la novela negra que a mí me gusta, más pegada a la hard boiled, que corre mucho con un estilo muy directo. Además, nos interesa muchísimo el concepto «sin aditivos», sobre todo en la comida, donde hay hasta aplicaciones del móvil que te dicen cuántos hay, para estar sanos, guapos... Eso provoca una demanda como consumidores y, a la vez, provoca una respuesta por parte de los fabricantes. Luego, no nos importa la gente que ha muerto para hacer un teléfono móvil. Gastamos un paquete toallitas cada día.

¿Y qué hay de ese juego de palabras con los topónimos? Hay quien dice que hay cierto tipo de novela negra que se ha convertido en una guía turística.

El territorio es muy importante en la novela negra porque tiene que estar relacionado con la historia que se cuenta. Si no aporta nada, no describas calles y sitios como si fuera Google Maps. Para mí, era importante Las Palmas, abierta y con puerto, aunque siempre digo que los mejores escritores ya se cogieron los barrios y a mí solo me han dejado la ciudad alta. Quien es de aquí la reconocerá y será cómplice de esos sitios, pero cambio los nombres para que alguien foráneo no se sienta extraño.

«El escritor también forma parte de la sociedad y no puede quedarse como un retratista»

No podía dejar el nombre de Alexis Ravelo atrás, más cuando también le agradece su implicación y hay guiños a San Expósito. ¿Cómo la acompañó durante esta escritura?

Fui alumna de los talleres de Alexis desde el 2016 hasta el 2021, y me siento muy afortunada por haber compartido con él todos esos ratos. Una persona muy generosa que se comportó muy bien conmigo y con todo el mundo. En la otra novela, 9 corto, la cual trabajé en el taller, cuando me atreví a pedirle una frase laudatoria al publicarla, me dijo, no, te escribiré un prólogo. Con esta, me echó una mano con la editorial, aunque no llegara a leerla toda... Se le echa de menos. Lo que tenemos que hacer ahora es leer sus obras, no solo porque fuera un gran escritor y lo queramos mucho, sino porque escribía historias muy comprometidas socialmente y que hoy en día son necesarias.

¿De dónde surge su pasión por la novela negra y de qué se alimenta su imaginería?

Siempre escribí como un medio de expresión. Antes de entrar a párvulos ya leía. En cuanto a mi familia, parte de ella vivía en la península y otra aquí, con mi padre catalán y mi madre canaria, y escribíamos cartas de un sitio a otro, ¡y eran socios del Círculo de Lectores, que dejaba de todo! Me gustaba contar historias, como vi en un diario que encontré por casa de cuando era pequeña y veía que todo era inventado. Después de publicar Las truchas sin freír, empecé a ir a talleres y me preocupaba por que mis textos fueran medianamente parecidos a los que leía, tanto de pequeña con Julio Verne como los de Pepe Carvalho, del que era seguidor mi padre, o Anna Karenina, que fue recomendación de una muy buena profesora de Literatura. Si hubiera habido clases de ruso en Fuerteventura, me hubiera apuntado. Recuerdo que cuando leí a Cristina Peri Rossi pensé que esto de escribir era algo serio. Más mayor hubo un auge de la novela negra, volví a lecturas como, El Harén del Tibidabo, de Andreu Martín, y se fue uniendo todo.

¿Qué le gustaría que se llevaran sus lectores?

Que pasen un buen rato leyendo. Se habla mucho de la novela de evasión, ligerita, pero aquella que no me hace pensar, en realidad, me despista y pienso en mis problemas. Si la novela te tira un poco, sí que se convierte en literatura de evasión. Así que, si se quedan un ratito pensando en alguna de las cosas que expongo, pues ya está.

Presentará tanto el 23 de marzo en la Biblioteca de Arucas a las 19.00 horas; el 31 de marzo con una firma de libros en Sinopsis a las 18.00 horas; y el 20 de abril de la mano de la librería Canaima en la Biblioteca Insular.