La edad creativa

Muchos son los arquitectos que estuvieron hasta una edad avanzada

en plena actividad creadora, lo cual nos da una cierta esperanza

El arquitecto Óscar Niemeyer en una celebración.

El arquitecto Óscar Niemeyer en una celebración. / Luis Navarro Jover (*)

Luis Navarro Jover (*)

Entre las lecturas obligadas de vacaciones tuve la ocasión de revisitar uno de mis libros preferidos del admirado Óscar Tusquets, Pasando a limpio. En él, me llamó la atención un capítulo titulado La edad creativa, en el que arrancaba preguntándose: «¿A qué edad se está preparado para parir una gran creación? ¿Cuándo nos abandona la capacidad de crear obras originales?». El arquitecto catalán citaba un artículo de la revista editada por el American Institute of Physics en el que, a través de un estudio que comparaba la edad a la que los Premios Nobel de Física habían publicado sus obras, se afirmaba que el pico de creatividad se situaba alrededor de los 39. Para corroborarlo, Tusquets ponía el ejemplo de Albert Einstein, probablemente el físico más trascendente de todos los tiempos, que ya lo había publicado todo a los 39, o cómo los grandes teoremas matemáticos son demostrados por jóvenes menores de 30 años.

A punto de cumplir 39 me pregunto -mitad esperanzado mitad preocupado- si he alcanzado el cénit de mi creatividad, si acaso estoy ante el mayor rendimiento que mi cerebro puede alcanzar. No en vano, reparo en el hecho de que unos jovencísimos Farshid Moussavi y Alejandro Zaera ganaban el concurso para la Terminal de Cruceros de Yokohama con 29 y 31 años, respectivamente, Sáenz de Oíza proyectaba el Santuario de Nuestra Señora de Aránzazu con 32, Fernando Higueras y Antonio Miró diseñaban la unidad vecinal de Hortaleza a los 33, mientras que solo dos años después iniciaban las obras de la Sede del Instituto de Patrimonio Cultural, y el gran Ricardo Bofill terminaba la emblemática Muralla Roja de Calpe a los 34.

Alguien podría afirmar que la arquitectura, por su complejidad y todos los elementos que intervienen en su proceso, requiere de un largo y, a veces, penoso aprendizaje. Para construir grandes proyectos de arquitectura, podríamos pensar que se debe poseer un amplio bagaje de conocimientos artísticos, estructurales, constructivos, económicos, psicológicos, etc., por lo que es lógico argumentar que los grandes arquitectos se manifestaban a edades más bien tardías. Algo que podría atestiguar el mismísimo Louis I. Kahn, el cual realizó su primera gran obra, el Yale Center for British Arts, a los 50 años.

De hecho, hace algunos años, en un artículo del periódico El País, titulado ¿Por qué los arquitectos son más longevos y sufren menos enfermedades degenerativas?, se hacía mención a la longevidad de ciertos arquitectos y se trataba de dar una explicación científica a esta cuestión afirmando que «la arquitectura da pie a un desarrollo cognitivo muy alto a muy alta edad, y esto ayuda a una mayor conexión neuronal». Así, debido a que profesiones como la arquitectura propician un alto índice de actividad intelectual, esto aumenta la conectividad entre las neuronas del cerebro y favorece el retraso en la aparición de enfermedades degenerativas como el Alzheimer.

En efecto, este año he podido disfrutar de las enseñanzas de dos grandes arquitectos españoles como Rafael Moneo (85) y Juan Navarro Baldeweg (83), y en sendos casos puedo afirmar, con total rotundidad, que su lucidez y clarividencia era abrumadora. Y es que muchos son los arquitectos que estuvieron hasta una edad avanzada en plena actividad creadora, lo cual nos da una cierta esperanza: Frank Ll. Wright falleció a los 92, Robert Venturi y Miguel Fisac a los 93, Philip Johnson a los 98, I. M. Pei a los 102 y el gran Oscar Niemeyer estuvo hasta los 105 supervisando sus propias obras.

Debo reconocer que con los años he ido adquiriendo mayor capacidad de observación y limitando mis errores (que no eliminándolos), por lo que sospecho que en adelante sabré más cosas, intentaré cometer menos imprudencias y procuraré equivocarme con menos frecuencia. Pero temo, como apostilla Tusquets, que arriesgaremos mucho menos.

Desde aquí quiero pedir a mi yo del futuro que confíe en mí.

(*) Luis Navarro Jover es arquitecto

y profesor de la Universidad de Alicante.

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