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Eutanasia

‘Sarco’, la capsula para suicidio asistido inventada por Philip Nitschke.

‘Sarco’, la capsula para suicidio asistido inventada por Philip Nitschke. / juan ezequiel morales

Juan Ezequiel Morales

Juan Ezequiel Morales

Como autor de la propuesta filosófica La ética no existe (2021), donde defiendo que la ética es un constructo psicológico, en defensa del ser social, que nos hace actuar de determinada forma acompañándonos de una sensación confirmatoria de autoconciencia y empatía, estoy obligado a explorar las situaciones que parece que escapan a la ética del supuesto derecho a la vida, y que, por constituir situaciones outliers, señalan un camino aclaratorio. Planteémonos, por ejemplo, la pretensión de EEUU, en 1953: eran años en los que la URSS había puesto en órbita a los Sputnik, y EEUU, pretendiendo adelantarse así en la carrera para dominar el espacio exterior a la Tierra, puso al mando de una misión al doctor Leonard Reiffel: bombardear la Luna con una carga nuclear tan potente que se pudiera ver desde la Tierra, para impresionar, como los babuinos. Se trataba de la misión A119: «lanzar un misil balístico intercontinental desde un lugar no desvelado, que se desplazara unos 385.000 kilómetros hasta la Luna, y detornarlo cuando impactara». El plan se mantuvo en secreto y se reveló en 1999. Reiffel pidió ayuda a Carl Sagan para calcular los efectos visibles de dicha macroexplosión, y Sagan se chivó de ese proyecto en marzo de 1959. Tenemos que añadir a esto el que, antes de la explosión en Alamogordo para detonar la primera bomba atómica, no se tenía la seguridad de si la reacción nuclear iba a extenderse a todo el planeta y destruirlo, y aun así, se hizo, dirigida por Robert Oppenheimer, quien recitó poéticamente la Bhagavad Gita después de la explosión: «Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos».

Las autoridades suizas aprobaron en 2021 el uso de una máquina de eutanasia denominada Sarco, inventada por Philip Nitschke, físico y médico australiano, presentada en la Bienal de Venecia de 2019, y que permite controlar el sistema para matarse de forma indolora, a través de la inhalación de nitrógeno (Sarco reduce la presencia del oxígeno del 21% al 1% en apenas 30 segundos, y produce la muerte entre unos 5 y unos 10 minutos por hipoxia e hipocapnia), y más concretamente, sin pánico ni sensación de ahogamiento, y más bien con una cierta sensación de euforia y desorientación como la de una ligera borrachera, antes de perder la consciencia. Una ventaja logística de esta máquina Sarco es que se puede construir con una impresora 3D y es auto-activable desde el interior por la persona que se quiere matar, aparte la facilidad no sólo del manejo sino también de portabilidad. Si la persona sufre parálisis está prevista la autooccisión a través del pestañeo como método de encendido de la máquina. La máquina dispone de un botón del pánico para arrepentimientos. Y Nitschke define a Sarco como un invento para «permitir a los adultos racionales la opción de una muerte pacífica, electiva y legal en un ambiente elegante y con estilo». El aparato puede remolcarse y «tenerlo con vista a los Alpes o los lagos. Cuando estés listo, te despides, usas el código para entrar, baja el dosel, presionas un botón y mueres en unos minutos. Es una muerte muy pacífica», garantiza Nitschke. Sarco puede, luego, separarse de su plataforma inferior y usarse como ataúd para entierro o para cremación. ¡Ah! Y es biodegradable.

La Ley Orgánica 3/2021, que legalizó la eutanasia, ha sido óbice para la petición, en España, de 173 eutanasias en el primer año de vigencia. En Canarias se solicitan, ya sea en sede hospitalaria, ya sea en la casa, una media de 10 eutanasias al año, y hay unos 200 sanitarios que, hasta ahora, se han dado de alta como objetores de conciencia. El trajín con la vida y la muerte entre los humanos ha sufrido muchas metamorfosis a lo largo de la historia, pero viene de su propia naturaleza animal.

En la revista Science, el artículo The evolution of infanticide by males in mammalian societies, de Dieter Lukas y Elise Huchard (noviembre 2014), estudiaba a fondo la observación de los años 70 de la primatóloga Sarah Hrdy sobre los machos de primates langures Hanuman, quien descartó que el infanticidio de los machos sobre las crías fuera consecuencia del hacinamiento de las colonias de langures, y averiguó que era una estrategia sociobiológica, una táctica evolutiva en la que un macho externo mata a todos los bebés dado que si son lactantes las madres no ovulan hasta un año después, y el macho las necesita antes. Las hembras son presionadas para ovular, pues, y pasan a reproducirse con los machos infanticidas (el libro de Hrdy fue The Langurs of Abu: Female and Male Strategies of Reproduction, 1975). Dieter Lukas y Elise Huchard han estudiado más recientemente a 260 especies de mamíferos, de las que 119 practican el infanticidio y 141 no, y han confirmado la estrategia de las hembras de ser muy promiscuas para que los machos no maten a las crías al reconocer que son suyas y las respeten más porque pueden ser de otro macho que se violentará contra el infanticida. ¿Hay similaridades entre los humanos?

Tengamos por seguro que la ética es el constructo social que regula a través de la monogamia las relaciones de reproducción social humanas, pero no menos efectiva que el infanticidio y, al fin, producto de una mera robotización de la gestión reproductora entre mamíferos. La monogamia o el infanticidio, en función de la estrategia evolutiva de cada clado o cada especie, son para un mismo fin, aunque los medios sean distintos. La ética no existe.

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