Canarismos

¡Ni que uno fuera ‘santanero’!

¡Ni que uno fuera ‘santanero’!

¡Ni que uno fuera ‘santanero’! / Freepik

Luis Rivero

Luis Rivero

«Santanero» es adjetivo derivado del antropónimo familiar Santana y se forma añadiendo a la raíz del apellido el sufijo derivativo «ero», que designa relación de pertenencia/procedencia con este apellido tan común en Gran Canaria y más mediatamente indica relación con un lugar histórico: la antigua casa-cuna de Santa Ana en la capital grancanaria. Santanero es el término empleado en algunas islas para referirse a un niño expósito o inclusero. Se dice «expósito» a un recién nacido abandonado o «expuesto» o entregado en un establecimiento benéfico o casa-cuna. (Expósito viene de ‘ex’ (fuera) y ‘posĭtus’ (puesto), es decir, ‘puesto fuera’). Etimología que recrea el hecho de abandonar de un neonato delante del torno de un convento de clausura o a las puertas de un hospicio o de una iglesia. Antiguamente se repetía con cierta frecuencia la situación de que niños de padres desconocidos o menesterosos que, bien por imposibilidad de hacerse cargo de su crianza o bien por el temor de la «madre soltera» a caer en «deshonra», la criatura era abandonada a la intemperie durante la noche (de ahí quizá el doble sentido de «expuesto»: peligroso, que conlleva riesgo). Como mismo «inclusero» deriva de «inclusa» que en origen es nombre propio con el que se conoce la antigua casa de expósitos de Madrid. [Según la tradición, el nombre de «La Inclusa» se debe a la imagen de la virgen traída de la isla de L’Éncluse, nombre francés de la ciudad holandesa de Sluis]. La popularidad de la advocación de este hospicio a Nuestra Señora de La Inclusa hizo que, por metonimia, el término «inclusa» pasara a nombrar a la casa de expósitos; y de ahí deriva «inclusero» que igualmente se convierte en genérico para denominar a los niños abandonados y criados en una casa-cuna o en la inclusa.

Algo similar sucede en el español de Canarias con la voz «santanero». La etimología del término se remonta a los primeros años de la fundación de la ciudad de Las Palmas. En las inmediaciones de la plaza de Santa Ana existía un hospital con una casa-cuna bajo la advocación de Santa Ana y así pasó a ser conocida la antigua casa de expósitos de la capital grancanaria.

Las inscripciones de nacimientos y bautismos, matrimonios y óbitos fue «competencia» de la iglesia católica hasta bien entrado el siglo XIX. Era práctica habitual cuando un niño de padre o progenitores desconocidos era abandonado o entregado a un instituto benéfico, el suplir la ausencia de apellidos paternos y maternos por otros conocidos. Y en particular, los niños acogidos en la casa-cuna de Santa Ana eran inscritos con el mismo apellido, Santa Ana. [Como mismo sucedía en otros lugares con el apellido Expósito]. El apellido originario Santa Ana, bien por deformación en su transcripción o acaso por «economía registral», acabó anotándose como Santana en la mayoría de los casos. Esta costumbre de inscribir a los hijos de padres desconocidos con el apellido Santana parece una práctica más propia de Gran Canaria (como mismo ocurre con Expósito en las islas occidentales o, emulando la práctica seguida en Gran Canaria, en otras islas, se recurría a un santo patrón, como Sanginés, o a una entidad devocional, como Santacruz). De manera que, con el tiempo, por una suerte de tropo se pasó a nombrar a los niños expósitos acogidos en Santa Ana con el antropónimo Santana y, por ende, como santaneros. Lo que convirtió el apellido en una especie de estigma social ya que, no obstante, la nueva competencia del Estado en materia de registros civiles, esta praxis eclesiástica había calado hondo en la sociedad isleña. Motivo por el cual muchos de los funcionarios encargados del registro civil continuaron reproduciendo esta costumbre de dar el apellido Santana y otros similares al inscribir a niños de padres desconocidos.

La exclamación «¡ni que uno/yo fuera santanero!» sanciona cualquier acto de discriminación o abuso al tiempo que reivindica el mismo trato que cualquier otra persona. Y para ello se evoca —paradójicamente— la marginación o estigmatización social que sufrían los «santaneros», como se sigue llamandodo todavía hoy a los niños de padres desconocidos, aunque —seguramente— sin la connotación negativa que tuvo en un tiempo.

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