Justo Jorge Padrón y el IV volumen de su epopeya ‘Hespérida’

Escribió ensimismado en el proyecto del más largo de sus poemas, enfrentado a la coherencia motívica y la intensidad expresiva

Justo Jorge Padrón.

Justo Jorge Padrón. / Guillermo garcía-Alcalde

Guillermo García-Alcalde

Guillermo García-Alcalde

El 16 de abril de 2021 recibimos la absolutamente inesperada noticia de la muerte del poeta grancanario Justo Jorge Padrón, víctima del covid. Pocos días antes había ingresado en un centro sanitario de Madrid, donde residía con su esposa e hija. Pese a la circunstancia, estaba de muy buen humor cuando me llamó para darme la noticia. Reía como si aquello fuese absurdo, seguro de un alta médica inmediata. Su esposa Kleopatra Filipova había ingresado junto a él, y no temía en modo alguno que el hospital pasara de un reconocimiento de rutina. La inesperada noticia de su muerte fue devastadora para familiares y amigos. Además de la tristeza, sentimos el temor de que su admirable obra poética, sus relaciones con escritores y academias de toda la Tierra y la obra in progress de su propio catálogo, escrita pero aun sometida al reposo y las posibles correcciones, quedasen para siempre en estado embrionario.

Por fortuna, Justo Jorge era extremadamente ordenado con sus ediciones y reediciones, su correspondencia internacional, la programación de los viajes como laureado en los más importantes países y en los menos conocidos; las incesantes traducciones de su escritura y la respuesta a todas las invitaciones, llegadas unas de los espacios de la cultura occidental y otras de los más exóticos. En su casa de Madrid todo estaba ordenado de manera impecable: ediciones en su lengua original y en otras muchas, correspondencia, premios, viajes… todo facilitaba una inmediata localización, listo para el uso necesario en cada momento.

Aquel orden no era simplemente utilitario sino que respondía al deseo de reconocerse sin esfuerzo en cada obra y ser leal al todo en la invención de las partes; procreación de muchas vertientes que en lo más íntimo era unidad, y diversidad en lo formal, aunque casi siempre en estructuras métricas, silábicas y versales de la más honda tradición castellana, porque creía innecesario alterar continentes para diversificar contenidos. En un lenguaje clásico, por así decirlo, expresaba la más ardiente modernidad sin apelar a la distorsión, el corte versal anárquico ni la supresión o la caricatura del ritmo.

Un enorme poeta contemporáneo se alojaba así en la morada clasicista con verdadero alarde de dominio formal, nada caprichoso en cualquier caso porque muy rara vez se sirvió de modelos más ligeros, y aún menos en los cuatro volúmenes que llegó a concluir de esta genial epopeya, Hespérida, que en los 52 cantos de la cuarta y desgraciadamente última parte de este Canto Universal de las Islas Canarias, apenas abandona el verso alejandrino y la respiración endecasílaba, tal como hizo el gran Tomás Morales.

Mi amistad con Justo Jorge comenzó hace muchos años, casi tantos como los de mi residencia insular, que ya suman cincuenta. Y ese es el motivo de recordarlle más allá de la crítica literaria que no tengo el mérito de practicar. Pero aquella amistad, recíproca y profunda, me dió la luminosa suerte de vivir muy de cerca su proceso creativo. En alguna ocasión leía en mi casa sus libros poéticos recién terminados y aún inéditos. Eran reuniones de cinco o seis amigos y amigas íntimos, que le merecían respeto y confianza. Su estado de ànimo crecía en fuerza a lo largo del poemario, hasta alcanzar la vibración catártica. Sin duda era el más apasionado amante de su poesía, una vez colmado el proceso de las formas perfectas. Ni lo ocultaba ni lo disculpaba porque no era vanidad o autocomplacencia, sino felicidad por el cumplimiento leal de una misión para la que había nacido.

Por otra parte, el afecto y la admiración no siempre eran bien entendidos y daban lugar a discusiones exaltadas que le llenaban de confusión. No ocurría esto por juicios negativos, que no tenían lugar, sino por el ardor de una debate que por momentos podía parecer objeción. Obviamente, todo era juego dialéctico. Pero su sensibilidad no acertaba a considerar la escasa importancia de una objeción salonera confrontada a la fiebre, la ansiedad y el resplandor volcados en sus poemas. En alguna medida, era esto -su autodefensa-expresión de un trabajo agotador pero avaro en bienes materiales.

Justo Jorge Padrón quiso la perfección, querencia que describe la desdicha de muchos personajes literarios y reales a lo largo de la historia humana. Pero el hecho de pretenderla es el más trascendente de los objetivos. El ejerció la carrera del Derecho y fue campeón en las pisicinas y las canchas, pero cuando concibió su metaverso, todo lo demás pasó a ser memoria. El metaverso no alude al verso sino al Universo (Más allá del Universo, quiere decir, literalmente), y el de Justo descargó en sus primeras piezas un halo trascendental, muy pronto nimbado de una imagen doliente, que en su producción contínua logró asociar a las metáforas del sentir, las significaciones de la esperanza y, en menos palabras, los ecos de la felicidad. Y todo ello enmarcado en la ascesis de una vida que se negó a regalarle comodidad.

Creo recordar que nuestros primeros contactos tuvieron naturaleza musical, elemento inseparable del alma poética. Entre las aficiones tempranas de Justo tuvo la musical un relieve permanente. Su cristalización del logos en poesis era inevitable, no solo en los ritmos y la musicalidad versal, sino en la transposición estructural. Su vivencia de la música delimita, ya desde el primer libro, un territorio fronterizo de identificación abstracta que es el de la sonoridad. El sonido del verso y el sonido de la frase musical se confunden en su esencia y se evocan en su naturaleza física. Escribió ensimismado en el proyecto del más largo de sus poemas, que es esta Hesperida, enfrentado al doble imperativo de la coherencia motívica y la intensidad expresiva. Por fortuna, dejó completo el quinto y último libro de este bellísimo y poderoso canto universal de Canarias

El modelo sinfónico le salió al encuentro desde los primeros versos. No el modelo clásico, pluritemático y de diverso carácter, sino, por decirlo así, el masivo y monolítico del posromanticismo. Les hablo, para etendernos, de las sinfonías de Mahler mucho más que del poema sinfónico de Debussy, pese a la relativa similitud con los tempi de éste. Porque aquella, la de Mahler, es capaz de dilatar las dimensiones y proporciones en medidas gigantescas que, sin embargo, cercan los mismos motivos, incluso uno solo, para captar las mil facetas que la intuición del artista descubre en el metaverso de la mirada mundana. Paso a paso. Serena o exaltadamente, el pequeño tema popular tomado por Mahler -una marcha, un vals…-- crece y se expande, accede al alma desde el oído y descubre el acorde místico, la melodía fundadora, la Naturaleza cósmica.

Es el camino que, partiendo de la descripción realista o simbólica, también siguen las imágenes de Justo Jorge para abarcar el movimiento del Universo y constituir el símbolo metafísico como tropo fundamental¸ es decir, extraida de los dominios primarios del conocimiento.

Por supuesto que a la reuniones, siempre en la tarde-noche del domigo, asistían figuras tan fraternales romo Lothar Siemens y Juan José Falcón Sanabria, compositores y amigos en medida casi familiar. Ya nos han dejado, tristemente, y la ausencia de su sabiduría, generosidad y entusiasmo hizo decaer hasta la desaparición las veladas domingueras iluminadas siempre por las primicias poéticas y musicales de algunos de sus fieles. Pero la huella es profunda y en su largo recorrido se inscriben las canciones escritas por ambos con poemas de Justo. Es tan emocionante recordar aquellos sábados y domingos iluminados, como penosa la idea de que han pasado a mejor vida, no por caducos sino por la vida siempre acuciada de nuestros artistas jóvenes, que quizás no ceden en talento a sus inmediatos predecesores y maestros pero ignoran o desdeñan el placer de ahondar en el enigma de la belleza en encuentros amistosos.

Y quiero hablar de mi correspondencia escrita con Justo Jorge Padrón, admirable la suya, única que conservo íntegra, y olvidada la mía en su mayor parte por inexistencia o desconfianza en los cómodos archivos de hoy. Siempre hemos vivido en ciudades distantes y era él quien más asiduamente venía a la mía, que, paradójicamente , era la suya natal. El teléfono no era comparable a la escritura y por eso he llegado a reunir un corpus de cartas en las que desarrolla hechos, pensamientos, sueños que le describen con máxima lealtad y anticipan los procesos de crianza de algunos de sus libros y poemas.

Pues bien: todo este material será prestado en depósito al primer biógrafo de Justo que me merezca respeto, o definitivamente donado al museo-biblioteca de toda su creación, y de los galardones que mereció en vida o aún llegarán en su ausencia terrenal.

Y antes de concluir quiero agradecer al insigne filólogo Maximiano Trapero su invitación a participar en este memorial como amigo del poeta, pues lo fui y lo soy de su memoria. Inagotables gracias por la generosa actitud, que me honra y emociona. Pienso que es Trapero, entre otras actividades, el mas profundo y sistemático estudioso de la oralidad canaria desde todos los enfoques y observatorios científicos. Lothar Siemens ha puesto en lenguaje musical muchas de tus investigaciones cantables, y me enorgullece sentirme parte, aunque modesta, de ese grupo de artistas e intelectuales que han aportado estímulos a la disciplina investigadora y creativa como forma y espíritu de la vida. El prólogo de Trapero a este cuarto volumen de la Hespérida del inolvidable Justo, tan deseado y al fin conseguido por él, es arrolladoramente perfecto, técnicamente excepcional en los valores históricos y la exposición del pensamiento imperial de Carlos I de España. Enhorabuena al gran amigo, con mi enésima felicitación por tus aportaciones insignes al conocimiento de la historia, su materialidad y su filosofía.

Finalmente quiero decir a Kleo que la mayor parte de la obra fundamental de su esposo ha nacido en el estudio y el silencio del hogar y también en su Macedonia natal, tan amada por ella. Allí, en la capital de su tierra, con sus padres, hermanos y amigos, vivió Justo los mejores y más felices vacaciones de su vida. A ti debemos, querida Kleopatra Filipova, la inspiración de muchos versos inmortales. Tu ternura, cultura e inteligencia han dado sus mejores horas a quien probablemente sea el más excelso poeta de Canarias, incluido, claro está, el libro con cien sonetos dedicados al canto de tus valores. Gracias a ti y a vuestra hija Lara, hoy retenida en Madrid por su trabajo. Hasta aquí llego y me detengo, en evitación de la incontenible tristeza que sigue y seguirá vibrando en el silencio por la ausencia de tu esposo, mi amigo y hermano Justo.

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