Análisis

Pedro Flores o la poética de los contornos del abismo

La realidad de una vida aciaga se nos presenta en una forma de indecidibilidad

si no transitamos por los marcos del poema

El poeta Pedro Flores en la Librería Agapea. | | LP/DLP

El poeta Pedro Flores en la Librería Agapea. | | LP/DLP / Alfredo Mesa

Alfredo Mesa

La obra literaria es un acto de comunicación comprensible en su tiempo, pero también explicable  en cuanto que pervive en otras circunstancias diferentes de su creación. Adentrarse en su poética, siguiendo la filosofía wittgensteiniana, supone establecer las relaciones que se dan entre lenguaje, pensamiento y mundo.

La realidad de una vida aciaga se nos presenta en una forma de indecidibilidad si no transitamos por los marcos del poema. Si el sujeto piensa que sólo la vida basta, nuestras tinieblas se hunden en un silencio deliberado, en el que lo irreal se diluye en una conciencia impracticable.

El poeta Pedro Flores (su fecha de nacimiento podría ser el título de un verso de Verlaine) presentó hace unas semanas su último poemario, Los poetas feroces cuentan lobos para dormir, Premio Internacional de Poesía Jorge Manrique, en la librería Agapea, situada en la calle Franchy Roca de Las Palmas de Gran Canaria. Comenzó a publicar sus poemas en revistas literarias hacia finales de la década de los 80, hasta la aparición de su primer libro, Simple Condicional, con el que obtuvo el accésit del premio Internacional de Poesía Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria en 1994. El pasado 2022 se le otorgó el Premio Generación del 27 por su libro Los gorriones contrarrevolucionarios, poco después de recibir el premio Jorge Manrique con la obra que mencionamos ut supra.

En el ámbito de lo literario se mueven dos magnitudes operatorias que intentan definir al libro, objeto material, en un estatismo dual: por un lado, el logro estético se erige en una arquitectura necesaria para la demostración nuclear del mismo; por otro, el interés mercantil, que hace de su producto un etnocidio, ya que la distribución y producción del objeto hacen de la propuesta de Escarpit una estadística mortuoria.

Si como plantea el profesor José Manuel Marrero, profesor de Teoría Literaria de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), en el artículo El género de la disculpa (2002:16) «Titular no sólo implica comprometerse con la coherencia interna de una obra y alumbrar el sentido de toda ella, también implica diseñar el mejor escaparate que mostrar al lector para reclamar su atención. El título pone sobre la palestra el hecho de que elementos llamados extrínsecos a la obra determinan literariamente su contenido formal».

Pedro Flores cumple con el título Los poetas feroces cuentan lobos para dormir no sólo una función fática, de contacto, sino que presenta una doble dimensión semántica; por un lado, la referencialidad del título y, por otro, la intencionalidad con que se titula.

Si el sujeto piensa que sólo la vida basta, nuestras tinieblas se hunden en un silencio deliberado

Bajo un predicado trivalente, Flores anticipa mediante el uso retórico de la prolepsis un devenir poético que nos obliga a plasmar la existencia de una poesía oral, esto es, un dictado del que su mano torna el recuerdo desgarrador en un símbolo de vida que no borra lo cotidiano como experiencia vivida.

En ese dictado, en el que Lázaro de Tormes ya arrastraba una cabeza de lobo, aparece la primera obsesión de nuestro poeta: el tiempo. Dice el autor: «Pero, el tiempo, que es como una cuerda de violín herido, como la red de una araña en la tormenta, quiere seguir sucediendo». Esa perífrasis tempoaspectual, «seguir sucediendo», autoriza al poeta a resignificar las cosas, a traducir las cosas en una operatividad ontológica que convierte el insepulto de Palinuro, en una arquitectura de reescritura continua.

La otra obsesión, que aparentemente no debería nombrarse, es la de la tradición. La era del vacío, con la que Lipovestky titula una de sus últimas obras, recoge la construcción de la vertiente de muchos poetas actuales: la influencia del cero, esto es, el desconocimiento y alejamiento de la tradición como forma de posicionamiento histórico, con lo que convierten lo poético en una emotividad rancia, nimia y desprovista de cualquier intento de sugerencia o evocaciones.

La tradición a la que Pedro acude es una polifonía en la que resuenan nombres como los de Vallejo o Rogelio Nogueras, con lo que el andamiaje de su poesía queda resguardada por un naufragio necesario, que expande su yo lírico con otras formas de ser en el mundo.

Otra de las obsesiones de Pedro (o un cigarrillo no nombrado en las manos de Panero) es la ficción como materia poética. En su Poema para el viejo con Alzheimer que quizás llegue a ser, nuestro poeta se aleja de las clásicas teorías sobre la ficción (aristotélica, kantiana y católica) y presenta a esta como hipónimo, y a su realidad como hiperónimo. El acierto de este poema es que se incardinan la ficción y la realidad como una unidad inseparable y necesaria para la comprensión de la poesía de Pedro Flores. Al final del poema dice el autor: « Y si no recuerdas qué cosa es la poesía, no te asustes, viejo, no es otro del olvido, es sencillamente que, eso, nunca lo supiste».

Así, la palabra y la ficción acompañándose la una y la otra, nos conducen al espacio del poeta-narrador como espacio mismo de la justicia benjaminiana; la rememoración de la estética de los hechos cotidianos se convierte en un ángel de la historia, pero a diferencia de este, ya no sólo se observan los contornos del abismo, sino que cuenta y, por consiguiente, actúa.

Por eso, sus palabras sólo pueden ser horadadas mediante la ficcionalización de lo vivido, mediante una poesía que no sólo es inagotable, sino también verídica.

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