CANARISMOS

Las palabras se las lleva el viento

Calima y viento en Las Palmas de Gran Canaria

Calima y viento en Las Palmas de Gran Canaria

Luis Rivero

Luis Rivero

Es la forma que a menudo se puede escuchar en Canarias de este refrán de ámbito universal (del que encontramos antecedentes en el latinismo medieval verba volent scripta manent: «las palabras vuelan, lo escrito permanece») que se emplea para expresar que como las promesas o compromisos verbales se incumplen frecuentemente se recomienda hacer constar por escrito la obligación contraída. Entre los derivados del término «palabra» encontramos voces como «palabrerío» o «parloteo» (de parlotear) que tienen un sentido peyorativo: hablar por hablar sin propósito de hacer o dar cumplimiento a lo que se dice. Otro derivado de «palabra» que expresa un concepto opuesto es «apalabrar», verbo que transmite el sentido de confianza, cumplimiento y fidelidad a la palabra dada.

Frente a esta, se sitúa la locución «se las lleva el viento» sobre la que se construye la metáfora que parte de la idea de «viento» asociado a la imagen de ligereza, fenómeno no permanente, efímero, que arrastra consigo algo, que no queda nada de lo que se dijo, tan solo «palabrerío» insustancial que no llega a ninguna parte. Se relaciona con la expresión afín: «por un oído me entra y por el otro me sale», que tiene el sentido de no dar importancia a lo que se escucha. En el refrán «las palabras se las lleva el viento», más que dar valor a lo escrito frente a lo expresado verbalmente, se anteponen los hechos a las palabras, hechos por los que se consuma el cumplimiento que es lo que realmente cuenta (porque como advierte la máxima: «del dicho al hecho hay un trecho»).

[Quizá esto explique la versión castellana del refrán: «Palabras y plumas, el viento las lleva», en la que se compara la volatilidad de las palabras expresadas verbalmente con la levedad de la pluma que es también instrumento que simboliza la escritura]. El vulgo que elabora los razonamientos sobre los que se construyen las paremias debe contar con sobrados motivos para creer que hay que desconfiar tanto de lo que se dice (como afirma el refrán comentado), como de lo que se escribe, porque también «el papel aguanta todo lo que le pongan». Lo que pone en pie de igualdad ambas sentencias que antagonizan el compromiso oral y el escrito, pues ambos dependen de la intencionalidad de quien exprese su voluntad sincera de respetar lo pactado, o no. Frente a estos antónimos parece anteponerse una excepción que es el «apalabrar» y que se resume en la frase: «Lo tengo apalabrado». Supuesto que se da solo cuando el compromiso se fragua entre personas «de palabra», aquellas de las que se dice (o dicen de sí mismas) que «su palabra va a misa» [expresión que compara la voluntad emitida verbalmente con un acto de «sacralidad», representada esta por el rito de la eucaristía cristiana como credo más común en la sociedad insular].

Este carácter «sacro» viene a indicar que «la palabra dada» por ciertas personas que gozan de prestigio social tiene un valor superior a la ordinaria voluntad del común de los hombres, y esta resulta insobornable, por lo que no precisa ser refrendada por escrito. Se dice, de sólito, de quien «va con la palabra por delante», para referirse a alguien leal y consecuente con los compromisos adquiridos. No se puede decir lo mismo cuando se trata de un carajo (de) la vela (’persona informal, de poca estima’) que, aunque las palabras estén escritas, son papel mojado en ausencia de voluntad de cumplirlas (porque «el papel aguanta todo lo que le pongan»). Excepciones aparte, esta confrontación dialéctica en el refranero se suele resolver generalmente a favor del compromiso fijado por escrito porque «las palabras se las lleva el viento», sobre todo cuando se trata de contraer obligaciones con trascendencia jurídica (aunque no deje de ser cierto que «el papel aguanta todo lo que le pongan»).

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