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Arte

Un giorno inovinato

Juan José Gil fue un artista que trasmitía pasión en todo aquello que iniciaba y que se bebió a grandes tragos el elixir de la vida artística

Juan José Gil. Retratos para las vitolas de sus puros. Leopoldo Emperador

El gran portón tachonado giró silenciosamente sobre sus goznes, tan silencioso como los copos de nieve que caían hacía varias horas desde que salimos de Segovia, caían plácidamente, como suele caer la nieve, sin molestar.

Ante nosotros apareció un hombre enfundado en un mandil de cuero y un enorme cuchillo mano en ristre. Chorretes rojos se deslizaban brazo abajo hasta depositarse en el suelo.

El patio nevado que se mostró ante nuestros ojos, presentaba un reguero dispar de motas rojas que cruzaban trasversalmente el espacio, como un dripping de Pollock.

Ante la imagen que se abrió a nuestros ojos, entramos casi en pánico, nuestras caras atónitas lo decían todo. Aquel buen hombre con parsimonia y la tranquilidad de quien conoce bien su oficio, nos dirigió unas palabras que calmaron nuestra inquietud: «Perdonen ustedes, estamos en la matanza».

Era enero del 1987, en Val de San Pedro, Segovia. Me habías acompañado a buscar ladrillos de adobe en un lugar remoto de la Castilla profunda, para hacer la instalación que iba a realizar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en el marco de la exposición Frontera Sur.

Un giorno inovinato

Una vez solventada mi infructuosa gestión, ya de camino a Madrid a través del paisaje del Dr. Zhivago, comentaste con esa socarronería tan tuya: «Esto sólo me pasa contigo».

No fue la única vez querido Juanjo que vivimos situaciones que rayaban lo surrealista desde que nos tuvimos conocimiento mutuo.

Los años de nuestra bohemia en que nos bebíamos a grandes tragos el elixir de la vida artística, éramos conscientes del papel que nos tocaba jugar, reivindicábamos ante todo y ante todos, nuestra libertad de vivir, en los años de estrecheces mentales y corsés creativos. Eramos la «Generación de los 70». ¡Qué grandilocuencia!

Ahora, pasados los años y sin la melancolía por tiempos anteriores, sí que echamos de menos los momentos vividos juntos, momentos de verdadera agitación, de militancia cultural, de comunión en lo esencial de la vida, de la búsqueda de la belleza, y que el inexorable paso de los días no ha disminuido un ápice nuestros propósitos, sino que los han madurado.

Sí, querido Juanjo, te has ido, pero il giorno inovinato está ahí, aún al alcance de tu pasión por la bellas cosas de la vida, por alcanzar la Arcadia soñada.

Estoy seguro de que Pepe Otero está esperando tu llegada para deleitaros, una vez más, con las gamas de colores, con el trazo firme y delicado a la vez, con la poesía, con la conversación, el humor, la ironía..., y volver a empezar.

Siempre empezando. Siempre hay un nuevo comienzo. Un giorno inovinato.

Ese era y es nuestro sino, nuestro lema. Yo, te prometo que seguiré en la búsqueda y, si por un casual, encuentro nuestro preciado grial, acudiré raudo a compartir contigo los dulces sabores del encuentro, brindaremos por la continuidad de lo sencillo, de la simplicidad de las cosas, con renovado espíritu, para que siempre pervivas en el recuerdo y el pensamiento.

Quiero recordarte, más allá de estas palabras escritas a vuela pluma, salidas del mazazo que supone la noticia de tu partida, recordarte, digo, con estos retratos que te hice en aquellos años, días rescatados hace bien poco del desván de la memoria, pero en los que aún se trasmite la fuerza de tu mirada joven, la pasión que trasmitías en todo aquello que iniciabas y te proponías, en Alicia, en Yaiza y, últimamente, en Sofia.

Hasta pronto querido Juanjo.

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