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Crítica de 'El fondo del puerto', de Joseph Mitchell: brillante periodismo literario

El libro muestra lo esplendoroso que puede llegar a ser el hermanamiento entre el periodismo y la literatura

El periodista Joseph Mitchell.

El periodista Joseph Mitchell. / EPE

Mauricio Bernal

Hubo unos años, unas personas y un país que llevaron a cotas muy altas la celebrada fusión entre literatura y periodismo: el llamado periodismo literario. Los años, es difícil acotarlos, los 50 y los 60 seguro. Las personas, Tom Wolfe, Norman Mailer, Truman Capote, Michael Herr, Joan Didion, Gay Talese: no es más que una lista para situar al lector. El país, es evidente, Estados Unidos, aunque no pasaría nada de cerrarse el foco sobre Nueva York.

Fue allí, en la metrópoli estadounidense por excelencia, donde desarrolló toda su carrera Joseph Mitchell (Fairmont, 1908-Nueva York, 1996), uno de esos hombres estoicos de sombrero y traje con chaleco, con menos fama que otros compañeros suyos del New Yorker (la revista donde el foco se detendría), acaso (es una conjetura) porque su prosa metódica, paciente y pausada no estaba hecha para el gran público.

De él se han editado en España dos libros, el muy recomendable El secreto de Joe Gould (2000) y, ahora, El fondo del puerto, una recopilación de seis artículos publicados originalmente en el New Yorker cuyo denominador común es, digámoslo así, el agua: todos transcurren en el frente marítimo de Nueva York, lejos de la geografía donde se ha cimentado el cliché neoyorquino.

Escritura metódica y paciente

Los artículos, en efecto, transcurren, igual que transcurren los relatos o las novelas: es uno de los atributos literarios de los que hacen gala. Pero no el único. Mitchell pone esa escritura metódica y paciente al servicio de piezas ante las cuales el lector se queda con la notable impresión de que no hay nada más que saber sobre el tema. Si el asunto es la pesca de arrastre en aguas neoyorquinas, Mitchell describe con detalle los barcos arrastreros, su coste, los caladeros donde faenan, las redes, cuenta la ubicación precisa de los viveros de mejillones y de cada pecio que hay cerca de la costa. Hace listas pormenorizadas de lo que pescan ("fletanas, sollas rojas, platijas amarillas, mendos y rodaballos de arena") y dedica páginas a la langosta y a explicar la manera en que la preparan los pescadores a bordo. Todo esto en un solo artículo, Patrón de arrastre, pero el resto es igual.

En Los ribereños, se zambulle en la pesca del sábalo que en primavera remonta las aguas del Hudson, y atiende a personas, lugares, costumbres, historia, escenarios, estrategias, todo. Los artículos forman una unidad no porque hablan de la vida en torno a lo marítimo y fluvial neoyorquino, sino porque construyen entre todos un completo paisaje de un modo de vida que probablemente a estas alturas ya ni exista.

Encaja en esta panorámica, incluso, el magnífico artículo dedicado a las ratas de Nueva York, que poco tendrían de marítimas si no fuera porque los roedores que atestaban la ciudad llegaban en los barcos que atracaban en el puerto (y que estuvieron a punto de difundir la peste negra). El libro es una postal atípica, magnífica por rara. Nueva York más allá de sus rascacielos, de su indecente glamur.

Una muestra brillante del esplendor que puede alcanzar el hermanamiento entre el periodismo y la literatura, y un oasis donde abrevar en tiempos en que la prensa reniega cada vez más de su alma literaria. No está mal: algo de lírica periodística en tiempos de lo prosaico.

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Joseph Mitchell

Traducción de Álex Gibert

Anagrama 

248 páginas

19,90 euros

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