Comer por los ojos

Capi Cabrera nos arrulla en la Sala de Arte Contemporáneo de Santa Cruz de Tenerife con lienzos saciados de pintura y un vaivén de brochazos

Detalle de la exposición ‘Arrullo salvaje’. | |

Detalle de la exposición ‘Arrullo salvaje’. | | / ALBA GONZÁLEZ

Alba González

«El primero de los consejos que tengo para tí, viene de un maestro que una vez dijo, ‘tu pensamiento fluye por la medida del ancho de la brocha’.» No sé qué maestro habrá dicho eso, y su nombre tampoco es mencionado en estos 5 Oil Painting Tips for Beginners del blog Artstudiolife.com, pero no hacen falta autoridades para señalar el vértigo causado por las dimensiones de los útiles de pintura: tanto para el aficionado como para el versado, el número de la paletina señala la elevación del precipicio. Es la exposición a la adrenalina que crea al yonki.

De vuelta a la anónima cita célebre, si es el ancho del pincel lo que delimita el caudal del intelecto, Capi Cabrera se desparrama en la SAC. Sin temor a que se le vacíen los sesos, su pintura colma el lienzo con un único brochazo.

Los reparos se perciben en otros aspectos de la muestra: Arrullo Salvaje es una de esas exposiciones en las que no faltan las habituales piezas de relleno –ya saben, estos mosaicos de ensayos en papel, las obras tímidas en pequeño formato–. A menudo los artistas hacen esto con buen tino: camuflan su ineptitud, pues la sienten expuesta en las zonas desnudas de la sala. Cabrera, sin embargo, utiliza esta estrategia sin motivo.

Las piezas dominan las paredes a la manera en que sus pinceladas superan la escala de los lienzos

Las piezas dominan las paredes a la manera en que sus pinceladas superan la escala de los lienzos; tal como las palabras no caben en sus definiciones. Un gesto animal –que no desbocado– se retuerce entre los barrotes de su jaula y, apenas contenido, rezuma por los bordes. Los goterones y las hebras brillantes de materia se acumulan en los pliegues del hacer del pintor. La mancha constante emerge del lienzo, se desliza a ras de la superficie y, a tiempos, nos rehúye abruptamente para hundirse en lo más profundo del plano.

Por favor, discúlpenme si la pintura me hace decir sinsentidos. Me consuela ver que no estoy sola, pero ignoren las innecesarias citas a un paisaje canario construido sobre lugares comunes, sean permisivos con las frases ininteligibles con las que el artista, con ayuda de la crítica Gopi Sadarangani, rellena el texto para la web de la SAC –algo había que poner–, y vean el lado bueno de nuestros desesperados pataleos verbales: pobre de la pintura que se explique con palabras.

Y es que esta no es una exposición de cuadros comentados, de esas sobre las que se vomitan párrafos sin esfuerzo

Y es que esta no es una exposición de cuadros comentados, de esas sobre las que se vomitan párrafos sin esfuerzo. Es, sin embargo, plasticidad sin subtítulos, para el sufrimiento de quienes no comprenden el idioma porque ya no saben hablar con gestos. Si posáramos una aguja de tocadiscos sobre los surcos, aún escucharíamos el murmullo de la hilera de cerdas sobre la tela, elocuentes desde un vocabulario mínimo. Arrullo Salvaje no es un placer refinado, pues ya pasaba limpio por el filtro. Si tiene una lectura, es la de una nana. Y si responde a una pulsión, complace como la plenitud del estómago.