Sonia Santana, icono de los años 90, desapareció de un momento a otro del mapa. De repente, aquel sueño por el que habían competido cientos de jóvenes se desvaneció de la noche a la mañana. ¿Y qué quedó? La cáscara floreciente de una renovada artista. Con varios proyectos entre sus manos, destaca ‘Diva’, una pieza autobiográfica sin fecha de estreno aún. ¿Un deseo? Levantar el telón del Teatro Pérez Galdós.
Diva no se hace, se nace. Sonia Santana tiene el aura de un ave del paraíso que con tez inmaculada va relatando su vida a los que osan poner sus ojos sobre ella. La retina de algunos guardan el rostro de una joven que se contoneaba al ritmo de las baladas suaves y pegadizas del grupo pop español Olé Olé. Pero de eso hace ya más de veinte años, ahora, aquí, hay otra Sonia Santana, una con la que ha hecho las paces y habla en paz. "La diva es un ser que siente y que juga con sus luces y sus sombras, que las transforma en ensoñación y ser de vida", dice cuando ya tiene en mente estrenar su propio espectáculo.
"Mi primera diva fue mi madre". Su madre, quien siempre nombró a La Puntilla como cuna y la describe con una belleza forcejeada entre Sara Montiel y Sophia Loren, la espoleaba con el canto de boleros y tangos, con lo artístico que había heredado del bisabuelo Cristóbal del Rosario y los historias que acaecían por La Isleta, "Canarias siempre estuvo abierta a lo multicultural como un gran Macondo o una pequeña Manigua de la que han salido grandísimos artistas". La jalearon, en vez de cortarle las alas, "no encajaba, y siempre me dijeron 'Sonia, hagas lo que hagas, sé feliz', sobre todo mi padre, que era mi fan número uno, mientras que mi madre siempre ha sido más severa conmigo, pero siempre alimentaron mi instinto artístico".
Aquella joven que iba a estudiar a la universidad puso rumbo a Madrid cuando parecía la antesala de cualquier sueño antes de que las conexiones internautas obraran el milagro. Allí nutrió ese espíritu creativo tanto de "literatura, cine, pintura, escultura, todo aquello que hace que tú puedas contar tu historia". Entonces, acudió a un casting que le cambiaría la vida: Olé Olé buscaba una cantante que llenara el hueco de ídolos de masas como Vicky Larraz, en su primera etapa, y luego, Marta Sánchez, que en 1991 decidió seguir en solitario. La banda necesitaba una voz única, y la encontró en el tono tenaz de Santana. Sin embargo, aquella estética de los 90, el modelo encorsetado femenino que debía emular y la creación de un producto en sí mismo fueron las trabas con las que se encontró al despuntar en el panorama musical español, "no me arrepiento de la oportunidad, y hablo desde la objetividad más pura y dura al decir que no hay rencor".
Renacer
"Impera la industria y hay que ganar dinero y hacer royalties, pero, de repente, se me impone un vestuario, una forma determinada de cantar, una serie de figuras exuberantes que yo no tenía aunque soy hiperfemenina", declara en un cuerpo camaleónico que ahora luce un pixie con reminiscencias a David Bowie y del que expulsó hace apenas unos años los pechos implantados que se puso con 20 años cuando se la incentivó a adquirir una imagen hipersexualizada. "Le dije a mi médico que me reconstruyera porque quería volver a ser la de antes", a pesar de las cinco horas de quirófano que la conectaron con un yo alejado de las imposturas, "una diva crea y sueña y da ese producto al público para que puedan soñar, incluso también reír, y ver su propia monstruosidad". Le pidió que guardara aquellos implantes en un tarro de aceite de oliva "con un poco de guindilla", un último recuerdo de lo que fue.
Lo que algunos tacharon como fracaso, Santana lo vivió con una especie de miedo escénico al traicionar las expectativas que habían puesto los focos en ella. "No quería sufrir ningún tipo de insulto o represalia", más cuando en aquel momento llegó la maternidad de su primera hija, "pero no puedes agradar a todo el mundo, y yo me debía esto a mí misma y a la niña que yo era... Me he dado cuenta de que en esa industria éramos víctimas y verdugos, ya que era una rueda que giraba, en la que intentábamos sobrevivir y adaptarnos, y yo opté por el camino de la verdad". Más allá de las desavenencias, Olé Olé hizo un reencuentro en 2016 con sus primeras cantantes. Una especie de alto el fuego que le sirvió para comprender que "estoy en paz con la industria".
Ahora, a los hombros del fotógrafo Alberto Rivas y a través del encuentro con el escritor Daniel María, la artista multidisciplinar prepara el espectáculo Diva, una composición teatral, musical, aderezada con el aroma de los recuerdos y el arrojo los nuevos retos sobre el escenario, además de un libro y la realización de un documental que han nacido a partir de la pieza audiovisual Verum. Ha preferido esperar, porque "hoy en día hay una sobreexposición de todo, incluso cuando no haces nada, así que yo prefiero cultivar el misterio", y convertida en un personaje de culto, reflexiona acerca de las posibilidades que les da las nuevas generaciones, "el mundo millennial me está abriendo las puertas para poder expresarme y contar mi verdad".
A caballo entre Canarias y Londres, la artista desea que su madre la contemple en este espectáculo. "Tomé la decisión correcta. Ahora sería otra mujer, otra artista, que se mostraría en la portada de una revista con una casa alquilada, pero ahora estoy en esta línea de tiempo y soy una eterna aprendiz", dice después de haber publicado dos álbumes, enfundarse en el personaje de Arlette Yun con el que ha hecho cabaret y teatro, y volver al canto con el single Pecado. "Además, te haces universal cuando llevas las raíces contigo". Tal vez por eso desea estrenar en el Teatro Pérez Galdós, de vuelta a casa.