Comprensión del gigante

‘No puedes volver a casa’, segunda de las novelas póstumas de Thomas Wolfe, inédita en castellano y que recompuso su editor Edward Aswell

Comprensión del gigante

Comprensión del gigante / Luis M. Alonso

Luis M. Alonso

Luis M. Alonso

Gigantesco en más de un sentido, con casi dos metros de altura, Thomas Wolfe (Asheville, 1900-Baltimore, 1938) tenía problemas para atravesar puertas y entrar en la mayoría de las habitaciones. También para salir, especialmente si estas conducían al pasado. Había dicho demasiadas verdades, y demasiadas mentiras, sobre sus orígenes en Carolina del Norte. En su novela póstuma de 1940 No puedes volver a casa, que ahora publica por primera vez en español Piel de Zapa, extrajo una conclusión y difundió un eslogan sobre el dolor que muchos de los que habían terminado lejos de donde crecieron sintieron de manera especial por verse representados. Si sales de cualquiera de los agujeros de la América rural con la intención de volver casa, tienes que saber que allí te espera el fracaso. Como mínimo, corres el riesgo de descubrir que el vuelo de regreso es capaz de arruinar los buenos recuerdos que te acompañaron en el despegue.

Impulsado por los sueños de éxito literario, George Webber deja su ciudad para hacerse un nombre como escritor en Nueva York. Su primera novela le brinda la fama, pero también el rencor de sus paisanos, indignados por la descripción que hace de ellos y del hogar. Inquieto por su reacción e inseguro de sí mismo y de su futuro, comienza la búsqueda de una mayor comprensión de su identidad artística que lo lleva a lo más profundo del agitado torbellino social neoyorquino; a Londres con un grupo desinhibido de expatriados, y a un Berlín, frío y siniestro, bajo la sombra de Adolf Hitler. Descubre un mundo plagado de incertidumbre política y al borde de la transformación, aunque siente dentro de sí la capacidad de poder afrontarlo con optimismo, además de hallar un amor renovado por las raíces. Es un hombre esperanzado pero a la vez consciente de que uno jamás puede volver del todo a casa con su familia, a su infancia, lejos de las luchas y conflictos del mundo: regresar a las viejas costumbres y sistemas que una vez parecieron eternos pero no dejan de cambiar. De hecho, lo que aparece ante sus ojos no es la comunidad somnolienta que abandonó, sino otra distinta en medio de un fuerte auge inmobiliario: las hermosas colinas verdes y los bosques arrasados han dejado paso a tiendas y oficinas. Colma el aire una sensación de ansiedad que parece haber vuelto loca de codicia a la gente del pueblo. Es ese microcosmos previo a la Depresión el que recrea en Boom town (1938), una de sus novelas cortas, que bajo el título Especulación publicó hacer 10 años Periférica.

Las dos primeras y grandes obras de Wolfe, El ángel que nos mira (1929) y Del tiempo y el río (1935), fueron inicialmente grandiosos manuscritos de retórica altísima pero con estructuras narrativas algo erráticas. Su temprano éxito se debió en parte al ojo hábil del editor de Scribner’s Sons, Maxwell Perkins, el mismo que manejó a Ernest Hemingway y Francis Scott Fitzgerald. Perkins logró reducir las epopeyas de Wolfe a un tamaño y legibilidad manejables. Ambas se convirtieron en clásicos y Wolfe fue considerado el mejor autor del momento.

Dejó Scribner’s poco después, en medio de la creciente sospecha de que sus libros habían sido escritos en colaboración con Perkins. Firmó un contrato con Edward Aswell, de Harper & Bros. Tras cobrar un adelanto de 10.000 dólares, Wolfe salió de Nueva York para realizar una gira por el Oeste y dejó a Aswell una pila de papel de tal magnitud que tuvieron que transportarla en una caja de embalaje de dos metros y medio. Entonces, le sobrevino la muerte. Eran más de 5.000 páginas en total. Aswell las examinó durante tres años. Los libros que logró reconstruir se publicaron como La red y la roca (1939), la citada No puedes volver a casa (1940) y una colección de cuentos, The hills beyond (1941).

La primera, que ha visto la luz recientemente publicada también por Piel de Zapa, es casi una iteración de El ángel que nos mira, con la salvedad de que el protagonista en vez de Eugene Gant se llama George Webber. En La red y la roca, Webber deja su ciudad en busca de un ideal superior. En No puedes volver a casa está ya en Nueva York. La novela vuelve a reescribirse con la deslumbrante pirotecnia que caracterizó al autor. Navegar por ella es como hacerlo a través de un pantano mágico, surcando un gran estilo e intentando buscarle una conexión narrativa al monumental despliegue literario ante los ojos de cualquier lector. Se dice que Aswell cortó capítulos, hizo colajes con otros y reorganizó el resto dotándolo de un nuevo orden y llegando a crear personajes, como el de Randy Shepperton, a partir del material dejado por el escritor. No es posible saber cuánto fue lo que se sacó de la manga, pero las páginas de esta segunda novela póstuma, abarrotadas de escenas imaginadas y vividas, son tan brillantes como otras de Wolfe.

Deteniéndose en el estilo y en el concepto narrativo, algunos críticos han comentado que Wolfe es como William Faulkner en la producción de obras individuales que colectivamente componen sagas. Pero hay una diferencia en cuanto a ambiciones literarias: Wolfe lo hace a través de la expresión de su propia personalidad, mientras que Faulkner crea todo un orden social y una región míticos. Wolfe trata de abarcar la nación entera, una epopeya estadounidense, mientras que Faulkner se apega a su región; el símbolo central de uno es la ciudad, mientras que el otro persigue una visión rural. Wolfe busca escapar del aislamiento y Faulkner pone voz a toda una comunidad. Y lo que es más importante, Faulkner da forma individual a las novelas de manera coherente y autosuficiente, mientras que en Wolfe todo lo que no es belleza es caos. Incluso la belleza.

Como la de otras leyendas, la vida de Wolfe imitó el arte, incluida su muerte prematura por tuberculosis, enfermedad protagonista en la literatura y que en su caso atraviesa una estructura dramática y natural de aflicción, remisión, recaída y recuperación milagrosa ocasional. Dejó de existir cuando no había cumplido los 38 años. Mientras viajaba hacia el Oeste enfermó de neumonía y lo trasladaron al Hospital Johns Hopkins en Baltimore, donde murió de una lesión tuberculosa en el cerebro. Quiso darle la razón a quienes lo criticaron por insistir en la novela de su vida. Él mismo fue personaje y ficción, el paisaje, las voces, la historia, la memoria asombrosa y el lenguaje fluido como el agua que corre por el arroyo.