Obituario

Nuccio Ordine mirando el horizonte con Cavafis

Escribir sobre él en pasado es como romper el tambor en el que guardaba la esencia futura de su talento

El filósofo y académico italiano Nuccio Ordine, Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades. /

El filósofo y académico italiano Nuccio Ordine, Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades. / / LAURA GUERRERO

Juan Cruz

Juan Cruz

En Taormina, la tierra que parece de mar, camino de Grecia, le pregunté a Nuccio Ordine hace tres años cuál era el destino, dónde nos llevaba. Nos llevaba al mar de Cavafis, dijo, y entonces empezó a recitar, caminando, los versos del poeta griego. Yo iba detrás, como si esos versos sobre la isla que en definitiva somos todos se le cayeran a él de sus pantalones negros, de su cabeza bien rapada, de sus soliloquios. Al acabar su discurso de poeta miró hacia atrás y dio unos pasos hasta que me preguntó: "¿Verdad que parece que nos acompañe Cavafis?"

Cuando lo conocí, en Málaga, con Fernando Aramburu, ya era el autor de 'La utilidad de lo inútil', preparaba otros libros, siempre estaba preparando otros libros. Parecía convivir con pasiones que fueron de otros, de los clásicos, pero que él había hecho suyas, una a una. Esos libros son subrayados que él regaló a una sociedad que se sorprendió no tanto de su erudición sino de su amor por aquello que otros supieron antes y que hoy a él le servía para contar cómo la conciencia del mundo se encerraba en palabras que ya fueron escritas.

Cuando él paseaba por Taormina, como si por su lengua hablara Cavafis, es que el poeta estaba allí, diciéndole palabras que luego estaban en las estanterías, llevadas por él, alentadas por él, dispuestas por él como alfombras de piedra pulida por las olas. Era él mismo un poeta transmitiendo, como un muchacho, lo que acababa de aprender. Su breve camino por esta vida está lleno de amor por lo que ya fue escrito, pero que sin él, como animador del mundo clásico, no hubiera alcanzado la actualidad que él le dio a lo que forma parte ahora de un acervo que lleva su nombre y su apellido.

Aquí tengo, al lado, como si él estuviera trayéndolos de la mano, algunos libros suyos: 'Los hombres no son islas', 'Tres coronas para un rey', 'Clásicos para la vida', 'La utilidad de lo inútil' Acantilado ha sido su editorial, Sandra Ollo recogió el testigo de Jaume Vallcorba, esa editorial forma parte de los surcos que fue abriendo el escritor de Calabria para explicarle al mundo, desde su tierra hasta los confines de los océanos que también surcó, desde España a Iberoamérica, para explicar hasta qué punto los clásico no son memoria sino claridad, no son memoria sino actualidad.

El premio que acababa de obtener en Asturias era para él mucho más que un galardón, algo que se encontrara en medio de una carrera por Taormina o por las playas de Calabria. Era la consecuencia de un viaje que lo llevó, editorialmente, a la España de Acantilado, acaso la editorial que mejor entendió la cadencia de sus producciones filosóficas y literarias, y desde ahí a todos los países de Hispanoamérica. Era ahora mismo un filósofo en nuestra lengua, atraído por traducciones puntuales que lo hizo hablar con claridad, transmitiendo filosofía, en todo el ámbito de nuestra cultura.

Cuando se produjo aquella noticia, la última gran noticia que recibió Nuccio antes de la noticia fatal que ya lo halló sin voz ni vida, él era la persona más feliz del mundo. Leía por teléfono a sus amigos aquello que pensaba decir a los periodistas cuando éstos le llamaran para saber qué pensaba del momento actual de las letras y de las ciencias, pues él pensaba decir que los gobiernos y los países, el mundo entero, tenían que volver la vista a la enseñanza de los clásicos para que los jóvenes abrazaran otra manera, no tan urgente, no tan banal, de ver la vida.

Estaba feliz como un muchacho. Luego tuvo que internarse en Milán, para una intervención sin importancia, él decía que estaba en las mejores manos. Le dije, porque a mí fue a uno de los que llamó para darle esa noticia de internamiento hospitalario, que años atrás vi allí, volviendo del hospital, a su maestro Leonardo Sciascia, su paisano, y estuvimos hablando de aquel siciliano y de él mismo, como partes italianas de una vida de genios, entre los cuales estaban Pavese, Calvino, y él añadía nombres propios, como Natalia Ginzburg, Pasolini u otros que le venían de más antiguo. Y luego aseguraba que todo iba bien, todo iría bien, y nos daba recuerdos para los grandes amigos y los grandes maestros que tuvo, que tenía, en la España a la que le debía gratitud, por el premio y por la editorial y por la vida. Don Emilio Lledó era la luz principal de ese firmamento de la amistad que más quería.

Por esas razones que sólo se ponen de manifiesto cuando ya vienen las malas noticias rodando como piedras negras sobre mares turbulentos, después de esa llamada de espera, y de esperanza, envió un mensaje hablado, ya sin conversación, como si fuera un abrazo de palabras. En este último mensaje de la amistad deletreaba vivencias que habíamos tenido, gestos recientes de uno o de otro, y terminaba, como si estuviera iniciando una despedida prematura que luego me helaría la sangre. Agradecía, con esas palabras granadas, a todo aquel que le venía en ese momento a su memoria lo que cada uno ha hecho por hacerle tan alegre la vida. Parece ahora una despedida amplificada por la tristeza que siempre devuelve, una ola sin clemencia, la realidad.

Era un personaje singular, una persona de un entusiasmo que sólo se puede narrar remitiéndonos a sus libros. Fuera de sus libros, en la vida cotidiana, ejercía un magisterio tranquilo, juvenil, contaba lo que iba sabiendo, sin pedantería, con el convencimiento de que él estaba aprendiendo a medida que se adentraba en los libros. Era un ciudadano progresista, consciente de que “la política neoliberal ha descuidado los pilares de la dignidad humana”, persuadido de que “es necesario mirar la historia para entender el presente y prever el futuro”…

Bajo la cúpula del hotel Palace, en Madrid, se juntó al final de la pandemia con su maestro Lledó. Le llevaba a don Emilio bombones para sus nietas, le llevaba palabras para expresar su admiración. Los dos se habían juntado para hablar de la filosofía que los junta, y parecían, Nuccio vestido con sus zapatos deportivos, don Emilio reposando su cara en sus manos de enseñar, discípulo y maestro en las escaleras de una universidad, compartiendo una luz que se le ha apagado al hombre que desde Calabria le contó al mundo la esencia con la que los clásicos le enseñaron a divulgar el entusiasmo. La raíz de su trabajo, el fundamento de su alegría.

La alegría es lo que nos dio. Hace años le presenté en Madrid a una amiga que ya fue común, Mónica Margarit, la hija del poeta Joan Margarit. Ella fue la que hace unos días transmitió una noticia que pareció una piedra lanzada contra el corazón de la vida. Nuccio está enfermo, un derrame cerebral, tras la operación que sufrió en Milán, lo tiene entre la vida y la muerte. Como se dice en el poema 'Réquiem' de José Hierro, como ocurrió cuando empezó a ser cierto que Javier Marías estaba a punto de morir, esta vez las noticias conspiran para que el llanto sea el único subrayado posible a la tristeza. Escribir de Nuccio Ordine en pasado es como romper el tambor en el que guardaba la esencia futura de su talento.