El escritor y periodista Borja Hermoso (San Sebastián, 1963) aterriza este viernes 23 de junio en la Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria para presentar La conversación infinita, un libro que recopila 28 encuentros con hombres y mujeres que tienen mucho que contar, entre los que se encuentran nombres como el de George Steiner, Juan Marsé, Irene Vallejo, Javier Marías o Adela Cortina.

¿Tiene algún truco para romper el hielo cuando va a empezar una entrevista?

Empezando a preguntar. Creo que la primera pregunta suele ser importante porque marca bastante el tono de lo que puede ser la conversación. Las entrevistas que están en este libro, La conversación infinita, casi todas están hechas en las casas de los personajes. Lo primero que intento, aunque pueda sonar, no sé si anticuado, es ser educado, amable, suave en la entrada. No estruendoso, ni extemporáneo, ni resultar avasallador en la primera pregunta. Si entras suave, se establece un clima de conversación civilizado en el que todo puede fluir.

Las entrevistas que recopila en su libro son de años muy diferentes. A pesar de que haya alguna predicción fallida, como la de George Steiner diciendo que Hillary Clinton iba a ganar las elecciones de EE.UU., todas tienen un gran componente de actualidad. ¿Qué criterio ha seguido para seleccionarlas?

Aquí hay 28 entrevistas. Por pura cuestión de edad, no diría de experiencia, he hecho bastantes. El criterio de selección de las entrevistas que están en este libro, o conversaciones, que me gusta a mí más llamarlas, simplemente era uno: gente con ideas poderosas y con una capacidad de expresarlas potente. Yo creo que las que están son las que de forma muy intuitiva y muy con el alma pensé que tenían que estar. Y luego, el otro criterio, es que he querido hacer un libro de gente que expresa ideas. Cada una de las conversaciones se puede leer de forma individual. Hoy me apetece leer una cosa más seria con George Steiner, Jürgen Habermas o con Adela Cortina y otro día me apetece leer una cosa más delirante con Fernando Arrabal o Antonio Gala. Si de cada una de ellas el lector extrae dos o tres ideas que le llamen mucho la atención, con eso me vale. 

Un tema transversal a varias entrevistas es el de Internet, las redes sociales, el exceso de información y la aceleración que hay hoy en día en nuestra sociedad. Después de haber hecho estas entrevistas en las que se ha reflexionado sobre estos temas, ¿a dónde piensa usted que nos lleva esta deriva de poner nuestras vidas en manos de la tecnología?

Nos lleva, ni más ni menos, que a donde hemos llegado. A la locura. Al paroxismo de todo esto que está pasando. No quiero parecer ningún retrógrado y no soy ingenuo: la tecnología, bien entendida y bien utilizada, es imprescindible. Pero cuidado con sacralizar la tecnología. Ha habido cosas que hoy nos parecen evidentes y que hubiese sido mejor que nunca se hubieran inventado, como la bomba atómica. Sin embargo, la tecnología permite hacer hallazgos científicos y médicos. Lo que me da la sensación es de que estamos convirtiendo la tecnología, que es necesaria, en algo imperativo. Estamos poniendo la tecnología incluso por encima de los contenidos. Me preocupa que los medios de comunicación se estén convirtiendo en fábricas de hacer chorizos en lugar de en fábricas de construir noticias. De construir noticias o de contar historias. Hay veces, puntualmente, que me da la sensación de que, a quienes llevan las riendas en los medios, los contenidos no les importan tanto. Lo que importa de verdad es el escaparate, que tiene que quedar monísimo y perfecto pero, ¿qué ponemos en el escaparate? Es la pregunta que no nos hacemos, de forma que ponemos cualquier cosa. Ponemos una noticia, entrevista, crónica o lo que sea en la portada de un periódico digital y aunque sea muy buena y esté siendo seguida por los lectores, al cabo de un rato la quitamos por el simple criterio de que hay una nueva. Yo creo que ese bombardeo al lector no tiene ni pies ni cabeza. Hay un exceso de información. 

Lo que le decía su padre a Javier Marías, que el hombre de hoy es un primitivo lleno de información.

Sí. El lector sigue pensando, con toda lógica, ingenuo de él, que un periódico de papel contiene lo que ha ocurrido el día anterior. Pues es una ingenuidad, porque lo que contiene es un número concreto de páginas que en función de la publicidad que haya ese día, son más o menos, en función del precio del papel, son más o menos… No tanto en función de las noticias que hay ese día son más o menos, que sería lo lógico. Si un día hay pocas noticias, hagamos un periódico de 20 páginas, si hay muchas, hagamos uno de 60. Pero no. Hay que llamar la atención de forma a veces extravagante, como dice Adela Cortina en una de las conversaciones de este libro. Y llamar la atención del lector de forma extravagante es peligroso. En lo relativo al tema político, también lo decía ella: los medios están creando una sociedad de tontos polarizados. Y yo, sintiéndolo mucho, estoy bastante de acuerdo.

Sobre la entrevista que le hace a Irene Vallejo, ha comentado que le resultó difícil porque ella hablaba de su hijo y le dio medio que se volviera demasiado íntima. ¿Cuando hace una entrevista no asume que si una persona le cuenta algo sabiendo que usted es periodista, esa persona asume a su vez que usted lo va a contar?

Sí, si te lo cuentan con una grabadora por medio, hay que asumir que es porque lo vas a publicar. No obstante, hay casos puntuales como el de Irene Vallejo, que no fue una entrevista al uso, sino un día entero con ella en Zaragoza rematado con una entrevista en su casa. Ella decidió abrirse y contar cosas que no había contado antes relacionadas con los motivos por los que escribió El infinito en un junco. Esos motivos tenían mucho que ver con los problemas que tenían de salud con su hijo, con el paso por el hospital todos los días y con escribir un libro como forma de liberación. En ese momento yo sí preferí preguntarle si a ella no le importaba que yo lo contara tal cual ella lo estaba contando. Me parece un acto de educación, de saber estar, de no querer invadir. A mí no me gusta pensar que hay un entrevistado que luego se puede sentir mal o no reconocerse en la entrevista. Me repatea. 

¿Cómo mide usted hasta qué punto invade o no a la otra persona con sus preguntas?

Estoy convencido de que no hay que invadir al otro. A la vez, estoy convencido de que una entrevista es, de alguna forma, una lucha cuerpo a cuerpo. No son entrevistas que uno hace por placer o porque sí, sino que necesitas ―y la palabra es espantosa― un botín periodístico. Necesitas que te cuenten cosas, tener un titular en aras de interesar al lector. Hay una cosa que a mí me parece sagrada que es pensar en el lector en todo momento. A veces he hecho preguntas, que mientras las estaba haciendo, estaba pensando: 'Borja, cómo te estás pasando'. Y, sin embargo, las he hecho. En el momento en el que ves el gesto o la actitud del personaje, ves si quiere entrar por ahí o no. Si quiere entrar y lo cuenta, perfecto. Si no lo quiere contar, no debes insistir. Creo. Hay gente que hace entrevistas y que insiste a pesar de que le digan que no. Yo creo que esto no suele llevar a buen camino periodísticamente hablando. Hay una entrevista en el libro, a Ernesto Cardenal, alguien al que yo de joven admiraba y que me apetecía mucho entrevistar y que fue una entrevista complicada. Yo empecé y las primeras cuatro preguntas me las respondió con monosílabos. Fue muy complicado cambiar el rumbo. Si no funciona un tono, te tienes que inventar otro sobre la marcha. Y al final, Ernesto Cardenal, me dio una entrevista muy valiosa en la que dijo muchas cosas de espiritualidad, religión, política, poesía… Empezó fatal y acabó muy bien. Cosa que a veces ocurre al revés. 

Ha dicho en alguna ocasión que la entrevista es un género que le mantiene todo el rato en tensión. A pesar de esta tensión, ¿diría que es su género periodístico favorito?

Pues fíjate, no te voy a dar un sí categórico. A mí hay un género periodístico que me apasiona que es la crónica. Pero me gusta muchísimo hacer entrevistas a gente que por diversos criterios yo elijo y, que si puede ser, no haya una percha, un por qué puntual para hablar con ellos. Me gusta el género de la entrevista porque se puede hablar de todo con ese tipo de personajes. Y este libro, sin ponerme cursi ni hacer ninguna reivindicación de nada, me apetecía hacerlo porque creo que es un momento en el que no estamos especialmente lúcidos o hábiles en el arte de la conversación. Hay mucho ruido y nos encanta hablar, pero no tanto escuchar lo que dice el otro. En estas entrevistas son tan importante las cosas que están como los silencios. ¿Es la entrevista mi género favorito? A veces.