Ropavieja es la primera delicatessen poética de Lana Corujo, aunque la escritora e ilustradora de Lanzarote lo defiende como «una fábula o un cuento», como una canción de los Smiths bajo las formas oníricas de Espinosa. 

Un solo bocado de este guiso despierta todos los sentidos que a menudo concretamos en silencio y que al tocar el paladar se convierten en memoria: las madres, las heridas, la mesa de la cocina de la infancia, los cordones que de pronto son nudos. Pero en el centro de esta mesa, Lana Corujo coloca los cuidados.

La autora desgranó los aromas e ingredientes de Ropavieja (Editorial Dieciséis, 2021) en una conversación con la periodista y escritora Tayri Muñiz, tan cómplice como las sobremesas entre amigas, en la primera jornada de la 35ª Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria. «Ropavieja hace que en el dolor renazcan flores», manifiesta Tayri. Y lee en voz alta este poema de Lana: «Mamá, tú, que fuiste vientre-caparazón / no mires mi miedo / no te asustes de él / porque a pesar de todo / sigo creciendo hacia arriba / como las flores, me estiro me alzo / apunto con mis dedos al sol / y ahí / es donde renazco cada día / fuera de tu vientre». Y hierven todas las revelaciones en el fondo del caldero.

«Ropavieja hace que en el dolor renazcan flores», manifiesta Tayri

La Ropavieja de Lana es compleja, profunda, generosa en especias y matices, con todos los sabores y sinsabores de la emancipación, la pérdida, la ternura o la culpa, aunque los personajes son solo tres: la madre, la hija y Caraperro. Cada lector y lectora decide en qué palabras reconoce su voz y sus temores. 

Cuenta Lana que en aquel poema que declamó Tayri «quería transmitir que la vida sigue pasando». «A veces tenemos que recoger todos los cachitos, retenerlos dentro y seguir caminando hacia el frente», expuso. En este escenario aparece un cuarto personaje, la soledad, en el mismo intersticio por el que se cuelan la reconciliación, la tregua y, como reza uno de sus versos, «la tristeza adulta». 

Tayri Muñiz y Lana Corujo.

La receta de Lana bebe de su propia genealogía y, al mismo tiempo, cuestiona la fórmula impuesta por los clichés domésticos. Su mirada trata de dinamitar las relaciones de idealización y sobreprotección de la relación materno-filial, «como una manera de honrarnos humanas, de poder sentir que podemos ser fuertes y capaces de afrontar cosas», sostiene, pero también para «reivindicar y dignificar los cuidados como una realidad que debe ser bidireccional, no en una sola dirección», transparentando la contrariedad y el aislamiento de quien cuida.

«Cuando la parte que cuida admite su cansancio, su frustración y su miedo, vuelve esa culpa constante, porque nos sentimos la parte menos sufridora del proceso, cuando la realidad es que también nos va a atravesar de una manera o de otra», expresa la autora. Uno de sus versos dice: «He cambiado la culpa por estar presente / aún muchas veces no sé de dónde nace su vencimiento». 

Ropavieja se lee a fuego lento, como quien mide el peso de sus dudas y certezas en un paseo sin prisas, pero quizás lo más hermoso es descubrir en sus páginas que a menudo compartimos una misma tierra de preguntas, luchas y fantasmas. La Ropavieja de Lana, además, no tiene esquinas, sino que se presenta en un plato redondo como la mesa de la cocina de su abuela. «De pequeña estaba obsesionada con las mesas redondas, porque podías sentarte en cualquier parte de la mesa y siempre había hueco para alguien más», relata «Recuerdo que la gente nunca llamaba, sino que aparecía, y que, con lo poco que había en la nevera, mi abuela hacía comida para todo el mundo».

Cuenta que la primera vez que su abuela la llevó a misa dedujo que fue ahí donde aprendió el truco para multiplicar los panes y los peces, y así ensayarlo con los garbanzos y los ajos. «Yo aprendí de mi abuela la fascinación por las historias, por cómo las contaba y cómo hacía las cosas», revela. Ropavieja salió al mundo tras su muerte, como quien inmortaliza un secreto compartido. «En cada momento en que me preguntó cómo quiero ser, recuerdo que mi abuela me decía: haz las cosas para que siempre quepa alguien más», compartió la autora, que es también impulsora del festival Verbena, un espacio literario abierto a todas las sensibilidades y lenguajes, como una mesa redonda reunida alrededor del próximo plato.