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Crítica

Elegante e intenso

El concierto ‘Celebrando a Rchamaninov’, el pasado jueves, en el Auditorio Alfredo Kraus. | | LP/DLP

El pasado 22 de junio se celebró en el Auditorio Alfredo Kraus el concierto 16 de la actual temporada de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria, con el título/lema Celebrando a Rchamaninov. Sorprende, viendo esa declaración de intenciones, que este autor quedara relegado a la tercera sinfonía en la segunda parte, dedicando la primera a otros compositores con los que no se pudo al menos encontrar una línea creativa o estética uniforme.

Más allá de esta consideración inicial, hubo dos obras que funcionaron a la perfección en el concierto, la Suite nº 2 de las Arntiguas arias y danzas de Ottorino Repighi (1879-1936) y la aludida tercera sinfonía en la menor del homenajeado Rachmaninov. En ambas se vio a un Vasily Petrenko a la batuta que dirigía con elegancia, buen gusto e intensidad, convirtiendo la orquesta en una masa bien empastada moldeada dinámicamente con sus gestos.

De la obra de Respighi, dos aspectos a destacar. La primera, el acierto de usar un clave y no caer en el algo habitual recurso de poner un piano, un piano eléctrico, o no poner nada. La segunda, la enorme riqueza de detalles que pudo disfrutar el público, con gestos de dirección que conseguían que la música fuera lo que en cada momento era necesario, trascendiendo también de la partitura y su contexto para mezclar neoclasicismo, historicismo interpretativo y buen gusto.

La elegancia del director se hizo más patente en la sinfonía de la segunda parte, sumándose a una intensidad emocional sólo perturbada por la bendita costumbre de importunar con caramelos los momentos más expresivos. Especialmente destacable fue el segundo movimiento, interpretado con aplomo y lirismo en el Adagio ma non troppo, consiguiendo el director que hasta el movimiento de los músicos respondiera exactamente a sus deseos y sus gestos.

A propósito de los caramelos, hay presentaciones de este tipo de golosinas que ayudan a no hacer ruido y permiten que los vecinos de butaca disfruten bien del concierto. Gracias a quien a partir de ahora decida explorar opciones. Y gracias de paso a quien tenga la amabilidad de no abrirse un caramelo y unos minutos después repetir operación para dar otro a su pareja.

Desafortunadamente, el concierto no empezó tan bien con Stravinsky, y de hecho quien sólo hubiera escuchado esta primera obra (la Sinfonía para instrumentos de viento) se habría llevado una idea muy diferente de lo que allí ocurrió.

Esta partitura fue leída correctamente, pero si no había la obra menos trabajada, al menos dio esa impresión. Ya sea porque a veces trabajar con algunas disonancias no es tan agradable como con «quinto-primero», ya sea porque en todo proceso de ensayo termina quedando algo que no da tiempo de trabajar tan intensamente, aquí se podía hablar más de corrección que de elegancia en la dirección, y de ejecución bien medida más que de aplomo interpretativo.

El público, por último, respondió con agrado al concierto. La entrada superó aproximadamente la mitad del aforo en los anfiteatros, y especialmente en los momentos descritos respondió con efusividad.

Al final se vio aplaudir tan fuerte a alguna persona, que quien escribe llegó a sentir dolor en sus propias manos.

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