Pocas noches resultan tan complicadas de comentar sin atender a circunstancias colindantes, como la del pasado 17 de noviembre, en el Auditorio Alfredo Kraus y en las afueras, en torno al concierto de temporada de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria.

Circunstancia previa primera. Quien escribe iba de camino al Auditorio, en una cola más o menos soportable, cuando ve a dos policías corriendo curva arriba desde la zona de la playa para cortar el tráfico justo a dos coches de entrar hacia las factorías.

Después de dar la vuelta por Costa Ayala, fue necesaria más de una hora para llegar a aparcar. Una bochornosa gestión del tráfico que debería sacar los colores a más de una persona en la Policía y el Ayuntamiento.

Circunstancia previa segunda. Todo se debía a un encendido de luces navideñas en el centro comercial de enfrente, a mitad de noviembre, que, gestionado de otra manera, a lo mejor no habría colapsado la zona. Y si desde la policía se hubiera valorado que había gente interesada en ir a un concierto, a lo mejor no obligaba a retrasar el concierto como mínimo hasta la llegada de las guaguas de rigor.

Circunstancia previa tercera. Desde la Orquesta al menos hubo capacidad de adaptación (entre otras cosas, porque si no se quedaban con un público muy mermado por culpa de circunstancias ajenas).

Quien escribe se encontró a algunos músicos en dirección contraria cuando llegaba, temiendo haber llegado tarde, pero al menos sí pudo llegar al segundo movimiento del Concierto para piano No2 en Do menor, Op.18 de Rachmaninov.

Finalmente, el concierto. Fue una pena no poder escuchar el primer movimiento, cuyo inicio, posiblemente uno de los más míticos y recordables, siempre suele dar muchos datos sobre el solista. Pero los dos movimientos finales no tuvieron demasiado desperdicio.

El segundo movimiento fue despachado con cierta grandilocuencia lírica y el allegro scherzando con limpieza técnica pero un apresuramiento que llegó a convertir un paisaje de fuga en una carrera asfixiante por llegar al final. El pianista, Jorge Luis Prats, de vez en cuando se separaba de la orquesta algo más de lo necesario, exigiendo una mayor capacidad de adaptación de parte del director, Karel Mark Chichon.

Había cansancio en el público, pero gustó la interpretación en general.

Lo que sí se alargó posiblemente sin necesidad fueron unos bises propios de música de ambiente de hotel incluyendo la habanera La Paloma, después de colocar el ramo de flores regalado de cualquier forma apoyado dentro del piano.

Otro día a lo mejor tocará también sobre por qué aún se regalan ramos de flores que acaban a un lado, o que los hombres que lo reciben regalan a menudo a una mujer, como si no se lo pudieran quedar o no se lo pudieran regalar a otro hombre (o tirarlo al público cual novia de boda)

La Sinfonía Nº6 de Tchaikovsky, por su parte, pasó sin pena ni gloria, destacando casi únicamente en el Adagio - Andante final, donde sí se pudo notar interés en trascender de la mera lectura de partitura para adentrase en cierto lirismo. Para acabar, se podría sugerir al Maestro sorprender cambiando el recurso de detener el tiempo a placer alargando el silencio final. Las primeras veces gustaba mucho, pero a estas alturas es como el chiste bueno que la misma persona repite en todas las reuniones a las que va.

El público se fue visiblemente contento con lo visto, lo cual es digno de ser subrayado teniendo en cuenta todas las circunstancias previas. El pianista fue muy aplaudido, y la orquesta también lo fue notablemente tras acabar el concierto. Las circunstancias previas, al menos, no empañaron la recepción pública del evento, y eso también es al fin y al cabo un éxito para la orquesta.