Literatura

Jóvenes antifranquistas

Eugenio del Río se lanza a una crítica de la ideología que movió a esos jóvenes a enfrentarse con la bestia franquista pero se queda anticuado en su crítica al marxismo

Jóvenes antifranquistas

Jóvenes antifranquistas / Javier Doreste

Javier Doreste

Javier Doreste

He aquí un libro interesante. Habla de aquella parte de la generación española que, entre 1965 y 1975, se rebeló contra el régimen franquista. Unos procedían de familias vencedoras en la guerra y otros de familias que la habían perdido. Conocieron la capacidad asesina del estado; muchos sufrieron detenciones, torturas policiales y la cárcel. En relación al conjunto de la población quizás no eran muchos. Pero su entrega a la militancia clandestina, su activismo, tuvo cierto peso en institutos, universidades y fábricas del país.

Eran jóvenes de ambos sexos que dieron los primeros pasos en la lucha por la igualdad de género. Sus organizaciones, al margen del Partido Comunista, al que consideraban revisionista, fueron de las primeras en destacar y asumir el feminismo. Aún está por escribir su historia y creímos que este libro iba a contarnos una parte de ella. No es así. Se centra más en una crítica, que incluye al autor, a las ideologías que los animaban que en otra cosa.

No deja de rendir homenaje a su lucha ni quiere restar importancia al papel que jugaron en los últimos años del franquismo, arrinconando al sistema y, con sus movilizaciones, obligando a la cleptocracia gobernante a darse cuenta de que las cosas no podían continuar como antes si querían entrar en el Mercado Común y seguir enriqueciéndose.

Que algo hicieron contra el sistema lo demuestran los datos aportados por el autor, sobre el Tribunal de Orden Público, la cúspide la maquinaria represiva franquista que en la Transición se convirtió en Audiencia Nacional, así nos va. La cifra de encausados por dicho tribunal arranca con doscientos ochenta y un sumarios en mil novecientos sesenta y cuatro, el año de su creación, mil trescientos cincuenta y ocho en mil novecientos setenta para terminar con cuatro mil trescientos diecisiete el último año, mil novecientos setenta y cinco. Este aumento de la represión, que incluye las muertes de los obreros de Vitoria y otros lugares a manos de la policía española como en nuestras islas las de Bartolomé García Lorenzo, Antonio González Ramos y Javier Fernández Quesada, demuestra que el régimen estaba en una crisis severa y que aquellos jóvenes antifranquistas, organizados en partidos que se reclamaban comunistas, contribuyeron a esa crisis.

Hasta ahí, perfecto. Pero después el autor, como un marianista en el confesionario o un guardia rojo arrepentido en la Revolución Cultural, se lanza a una crítica de la ideología que movió a esos jóvenes a enfrentarse con la bestia franquista. Parece un relajado de aquellos de la inquisición, esos a los que su condena no era de cárcel ni hoguera sino de rendir testimonio público de sus errores.

Carga contra el marxismo, basándose más en el famoso y débil Pensamiento Mao Tse Tung que en las corrientes actuales de la ideología marxista. Casi toda su crítica se basa en las expuestas en su momento por Isaiah Berlin, uno de los padres ideológicos del neoliberalismo thacheriano, avanzadilla de la escuela de Chicago que promocionó el golpe contra el pueblo chileno en septiembre de mil novecientos setenta y tres. Parece que el autor ignora a Hall, Gramsci, Harvey, Kohan, Anderson, Isabel Rauber, Badiou, Balibar y tantos otros que han reflexionado sobre el marxismo.

Es cierto que la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, fueron un duro golpe para muchos comunistas, pero no hemos de olvidar que casi todos los autores que he citado ya se habían distanciado, desde hacía mucho, de la forma soviética del marxismo. Y no olvidemos que la crisis económica del dos mil ocho, la que pagamos con recortes y pérdida de derechos sociales por aplicación de los principios neoliberales de los discípulos de Berlin, provocó una vuelta al estudio del marxismo, hasta el punto que la edición de Penguin Books del manifiesto comunista fue uno de los libros más vendidos en la Inglaterra de la época. La gente buscaba una explicación de porqué el reino de prosperidad prometido por los neoliberales se había desvanecido en el aire.

Una de las críticas que hace al marxismo el autor es su visión totalizadora del capitalismo. Esa visión que lo presenta como una forma de vida que lo invade todo y en todo se inmiscuye y de todo saca provecho. Alega que eso es reduccionismo e impide ver otras formas de vida o de vivir: comunales, colectivas, etc. Puede que sea reduccionismo pero es indudable que el capitalismo, bajo su nuevo modo imperialista que hemos dado en llamar globalización, lo invade, todo lo asimila y lo convierte en mercancía, en beneficio. Su llegada a la agricultura de los países en desarrollo ha significado la destrucción de las formas comunales de tenencia de la tierra y el agua, el fin de la agricultura de abastecimiento de los mercados locales y la imposición de las agriculturas de exportación: soja, aceite de palma, cereales, etc. No solo se eliminan unas formas de producir sino que se socaba gravemente al medio ambiente y la biodiversidad.

El capitalismo y su nueva cultura, la globalización ha ido imponiendo una misma forma de pensar, de vivir y de consumir, cada vez más homogénea a lo largo del mundo. Los problemas de la agricultura europea, cuya manifestación hemos visto recientemente, obedecen a la misma dinámica. Las grandes empresas deslocalizan su producción, desplazándola a países menos estrictos en legislación laboral y medioambiental, e inundan los mercados europeos con sus producciones. Recuerden el capítulo octavo de El Capital en el que se habla del empobrecimiento de los suelos agrícolas europeos por el abuso de fertilizantes químicos y se vaticinan alguno de estos problemas.

A esta crítica, Eugenio del Rio añade la del milenarismo subyacente en el marxismo, entendiendo como milenarista toda ideología que anuncie un nuevo mundo en el que el género humano sea más feliz. Es decir, del Rio crítica la esperanza que nos mantiene cuerdos en este mundo. Sin esperanza, sin el convencimiento de que tarde o temprano este modo de destrucción del planeta que es el capitalismo, acabará y dará paso a otra forma de producir y vivir, no tiene sentido que luchemos a favor del medio ambiente o los derechos sociales y laborales. Sin el convencimiento de que es posible avanzar en progreso y bienestar más nos valdría tirar la toalla. Entonces los milenaristas de la globalización, aquellos que predican que este es el mejor de los mundos posibles, siempre que dejemos que el mercado nos lo regule, vencerían de manera definitiva.

El milenarismo y las utopías, se dan la mano como horizontes a los que dirigirnos. Vivir sin esperanza es concebible para el género humano. El agricultor espera la lluvia y el trabajador un empleo digno. Hasta el capitalista espera cobrar sus deudas y conseguir una ganancia. Esa crítica al marxismo como milenarista no tiene sentido.

Otra cuestión es la crítica a la justificación de la violencia política por los marxistas. Es verdad que en su entrevista con Xavier Fortes matizó del Rio que no se refería a la lucha contra las dictaduras. Vaya por delante que la violencia política no la contemplamos ni la hemos contemplado nunca como un fin por si misma o como única vía para derruir el capitalismo. Pero la experiencia histórica nos enseña que los de arriba no sueltan fácilmente lo que tienen a favor de una sociedad más justa.

Así Jóvenes Antifranquistas es un libro interesante por recordar a esos mismos jóvenes que se enfrentaron a las detenciones, la tortura y la cárcel en su lucha contra el franquismo, pero se queda anticuado en su crítica al marxismo. Isaiah Berlin las formuló en su momento, por los años sesenta.