Crítica

Algo tiene que cambiar

Si indagamos en la vida de la autora, Suzie Muller, descubrimos que tiene estudios jurídicos, ejerciendo como abogada de derechos humanos y defensora de los niños, y casada además con un juez australiano

Una escena de ‘Prima Facie’ con Vicky Luengo, en el teatro Cuyás.

Una escena de ‘Prima Facie’ con Vicky Luengo, en el teatro Cuyás. / LP/DLP

«Purasangres, cada uno de ellos, todos pijos, todos caros, yo no». De esta manera comienza el monólogo de Vicky Luengo en la obra Prima Facie que se representó el pasado fin de semana en el teatro Cuyás. Tessa, la protagonista, es una abogada de éxito que se sabe intrusa en un mundo creado para los elegidos por el poder económico. Ella es de una familia de clase baja, con un padre ausente, la primera en llegar a la universidad que con tesón y talento se abre camino en su carrera profesional. Tessa nos describe minuciosamente las artimañas que utiliza en la defensa de los acusados de violencia sexual y sobre todo en la estrategia para engañar, abatir a los testigos y salvar a sus clientes de la pena de prisión.

Podría resultar muy sorprendente tanta minuciosidad a la hora de describir el juicio oral, pero si indagamos en la vida de la autora, Suzie Muller, descubrimos que tiene estudios jurídicos, ejerciendo como abogada de derechos humanos y defensora de los niños, y casada además con un juez australiano.

Es digno de elogio el esfuerzo físico e interpretativo que realiza la actriz mallorquina de forma extraordinaria arropada de una buena labor de iluminación proyectando sombras en las paredes y dando cuerpo a distintos personajes. La obra transcurre con intensidad dramática y tras la descripción de la vida de profesional de Tessa, la intérprete desarrolla su vida íntima. Comienza a coquetear con un compañero de trabajo, inteligente, de clase alta, pero una noche es violada por este. Perpleja, en un primer momento niega los hechos, piensa que no puede estar pasándole a ella.

Más tarde se decide a ir a comisaría y presentar una denuncia. Y aquí comienza su calvario: tardan 782 días en celebrarse el juicio, y a pesar de conocer el sistema por dentro ve cómo hay cosas que no puede demostrar, se ve envuelta en la misma tela de araña que ella tejió contra los testigos. Es consciente de que la ley no protege a la víctima, pues está diseñada desde una escala menos humana, y es necesario crear otro sistema legal, acercándolo al individuo desamparado.

La acción se desarrolla bajo un espacio minimalista. Así, tres paredes altas, con ángulos ligeramente abiertos hacia el espectador, rebasan el techo sin llegar a tocarlo, con dos grandes huecos a derecha e izquierda, sin dinteles. Todo rematado por un techo inclinado, que sobresale con un vuelo hacia el espectador, a modo de tupé. El conjunto es totalmente blanco, desnudo, sin rodapiés, enmarcado en tiras de led, moduladas paredes y techo en rectángulos de idénticas dimensiones, cercanos a la proporción áurea.

Rectángulos

Descubrimos que en las paredes estos rectángulos se convierten en puertas de armarios sin manetas, de los que se vale la actriz para desarrollar su actuación. En el techo la modulación corresponde a 15 casetones, formados por filas de tres por cinco. De estos espacios emanará una luz en distintos momentos, formando figuras con diferentes significados: la unidad, el tres alineado, la cruz o la oscuridad. Lua Quiroga Paúl, autora de la escenografía, realiza un buen trabajo: por un lado, las paredes diríase diseñadas por el mismo John Pawson y el techo inclinado tiene un aire a lo Steven Holl.

Hay que resaltar las frases y mensajes que lanza la autora en boca de su personaje como «el trabajo de un abogado no es saber, es no saber», «uno de cada tres fracasará», «una de cada tres mujeres, mira a tu izquierda, mira a tu derecha, una de nosotras», «mira a tu izquierda, mira a tu derecha, yo también estoy rota, pero sigo aquí y no seré silenciada». Y finaliza con «en algún lugar, en algún momento, de alguna manera… Algo tiene que cambiar».

Sólo echo en falta en esta adaptación que se hubieran también trasladados los nombres de los personajes al castellano, hay algún momento, sobre todo en la fiesta, en que no sabes quién es quién. Y quizás con 20 minutos menos de duración el resultado del montaje habría sido aún más intenso.