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Literatura | Karina Sainz Borgo Escritora y periodista

Karina Sainz, escritora venezolana: «Nací en un lugar en el que hasta las flores son peligrosas»

La escritora venezolana afincada en Madrid participa en el Festival Hispanoamericano de Escritores de La Palma el próximo septiembre

La escritora y periodista Karina Sainz Borgo.

La escritora y periodista Karina Sainz Borgo. / LP/DLP

Nora Navarro

Nora Navarro

El próximo septiembre participa en la sexta edición del Festival Hispanoamericano de Escritores de La Palma, con Venezuela como país invitado. ¿Qué es lo que más le atrae de esta programación que busca desplegar puentes entre ambas orillas a través de la literatura?

La insularidad y lo atlántico es lo que más me atrae de este encuentro, porque en esos elementos se sintetiza buena parte de los aspectos que conforman la literatura venezolana, que se mueve entre el aislamiento y la inmensidad. Me gusta este programa, desde sus aspectos metafóricos a los literales. El archipiélago canario contiene algo que me fascina, en todos sus aspectos. La sensibilidad de la luz lo baña todo. Esa belleza es propicia para el encuentro de una diáspora. 

En Canarias nos referimos a menudo a Venezuela como la «novena isla» por los caminos migratorios que unen a ambos territorios. Usted es nieta e hija de exiliados políticos españoles y se marchó muy joven de su país natal. ¿Cómo definiría hoy su relación con el exilio?

Es difícil de definir. He aprendido a no ser de ninguna parte. Así como la pastora Marcela decía ser de los valles y las montañas, de su propia libertad, a mí me ocurre lo mismo. Entre los míos no me siento parte, entre los otros siempre estoy de paso. 

"Entre los míos no me siento parte, entre los otros siempre estoy de paso"

Desde su residencia en Madrid, ¿añora la referencia del mar que se extiende tras la montaña de Caracas?

Antes añoraba ese mar. Ahora los añoro a casi todos. El Atlántico el que más, por su belleza severa y maravillosa. 

Siempre dice que ejercitó los caminos de la palabra a través del periodismo, ¿cuál diría fue su mayor aprendizaje en el contrarreloj de una redacción?

Aprendí a leer. A leer de verdad. Tuve la suerte de tener jefes que me enseñaron a identificar mis errores en la lectura de los maestros: el punto y coma de Borges; los diálogos de Hemingway… Me hice primero lectora, eso sin duda. 

¿Diría que escogió el terreno de la literatura como una forma de guardar la memoria o de volver a ella?

La literatura estaba presente en mí desde el comienzo. El periodismo fue un accidente, un recoveco, un atajo y, al mismo tiempo, la forma más intensa y perfecta de abrirme al mundo y meterme de lleno en la literatura. 

El descontento por el resultado de las elecciones en Venezuela ha echado a la gente a las calles. ¿Cómo ha vivido este proceso en la distancia?

Con ese oscuro humor de quien se siente adiestrado en el infierno. 

¿Cómo ha forjado su caracter, su mirada como escritora, crecer en un país violento, azotado por la pobreza?

A la literatura se llega por desesperación. Nací en un lugar en el que hasta las flores son peligrosas. Fui educada en la belleza y la depredación. La destrucción, la demolición y la profanación me enseñaron a sorber la belleza muy rápidamente, antes de que alguien me la arrebatara. Eso explica por qué en mis novelas los personajes se agarran al mundo sujetándolo con los dientes y pelean como bestias asustadas.

"En mis novelas, los personajes se agarran al mundo sujetándolo con los dientes"

Su primera novela, La hija de la española, que relata la agonía de su país natal y le brinda, a un tiempo, una carta de amor, constituyó un exitosísimo debut narrativo, con traducciones a más de 20 idiomas. ¿Cómo vivió ese éxito sin precedentes?

Cinco años después, me cuesta creer todavía lo que ocurrió. Aprendí mucho de todo ese proceso. Me expuse a tantas sensibilidades literarias, culturales y personales tan ricas y complejas. Eso me empujó a escribir cuanto antes. Y eso hice. Toda la gira de promoción la dediqué a escribir mi segunda novela El tercer país. Fue un momento vertiginoso y fantástico.

Acaba de ser seleccionada, junto al británico James Womack, para el Programa Internacional de Escritores que se celebra en Granada de la mano de la Unesco, donde planea terminar su novela Nazarena, que cierra el ciclo que forman La hija de la española y El tercer país. ¿Qué puede avanzar?

Nazarena está a mitad de camino entre la saga familiar y la exploración psicológica, donde propongo la locura como legado de una familia, una sociedad o, incluso, una nación. 

La mitología y la alegoría constituyen referentes importantes en su obra, ¿en qué medida le sirven para comprender el mundo o explicarse a sí misma?

El poder simbólico del mito me acompaña desde muy joven. A todos nos acompaña, por supuesto, pero ser capaces de identificarlo demora algo más. Tengo una relación muy intensa con el psicoanálisis jungiano, desde muy joven, y eso condicionó mi forma de identificar y explicar el mundo desde sus pulsiones elementales, simbólicamente representadas.

Como la escritora consolidada que es hoy, ¿diría que su lugar como novelista obedece a su gran bagaje lector, a su intuición como escritora o a ser una picapedrera del lenguaje?

Ojalá estuviese consolidada. Siempre me he preguntado cuándo comienza un autor a serlo. Juan Rulfo con Pedro Páramo y El llano en llamas se convirtió en un autor total. Dudo mucho, a cada rato. Procuro ser fiel a mis maestros, para desobedecerlos. Una y otra vez vuelvo a J.M Coetzee, Flaubert, Eliot y Javier Marías. Nunca paro de escribir, de dudar, ni de leer. No sé vivir ni trabajar de otra forma.

¿Qué palabras le brotan al mirar el volcán Tajogaite en el valle de Aridane, ese paisaje herido y el plena reconstrucción?

En ese volcán, al pie de ese volcán, he escrito muchísimo. Escuché y viví tanto en los días que estuve. Tanto dolor y al mismo tiempo tanta atroz belleza. Tantas vidas rotas

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