Literatura
‘Tiempo de entrega’, la energía breve del relámpago
«Sé, de una manera visionaria, que moriré de poesía»: premonición de Alejandra Pizarnik que encabeza ‘Tiempo de entrega’, de Susana de la Torre

La poeta Susana de la Torre. / LP/DLP
Víctor Rodríguez Gago
Tiempo de entrega, de Susana de la Torre (Beginbook Ediciones, 2024), se presentó en noviembre en la Biblioteca Insular de Las Palmas de Gran Canaria, con palabras de Roberto Toledo Palliser, escritor, y Augusto Vives, ilustrador de esta edición. «Sé, de una manera visionaria, que moriré de poesía». Pertenece a una entrada de 1962 en los diarios de la autora argentina (1936-1972), reunidos por Anna Becciu en una edición de 2003 para Lumen, recientemente revisada y ampliada con registros inéditos, en un contexto de enunciación intensiva del mito Pizarnik como un emblema de genio poético puro y de malditismo, desencadenantes de un frondoso folclore en torno a la autora de Árbol de Diana (1962) y Extracción de la piedra de la locura (1968), dos ochomiles de la poesía en español. En el prólogo al primero, Octavio Paz emula una entrada de enciclopedia para encuadrar en el orden de la botánica la rara especie del árbol de Pizarnik: «es transparente y no da sombra. Tiene luz propia, centelleante y breve». Entre sus hojas, deja constancia la autora, tienen lugar los «días en que una palabra lejana se apodera de mí. Voy por esos días sonámbula y transparente».
Una posesión así, un deambular llevado por la energía breve del relámpago, parece modular la voz de Susana de la Torre en Tiempo de entrega, su segundo libro tras Mi mundo es mío y tuyo también (2020). La «entrega» del título se diría que hace referencia a la donación de lo entrevisto bajo la luz del «infinito relámpago en un inmortal océano de certezas». La verdad poética toma posesión de la subjetividad, que se repliega sonámbula y transparente ante la iluminación del instante. La voz se limita a prestarse, se «entrega» a lo revelado. Escribir es transcribir: «papel que deja huella en la / transparencia del silencio». La visión de otra claridad no es inocua, se paga con la muerte: «Cada día muero/ con la claridad de/ un rayo de luz». Todo poema es, al final, la forma del hueco abierto por la desaparición, acaso una «huella en la niebla que deja paso a tu infinita ausencia».
Escritura con algo de oracular, de transmisión a través de medium, su deambulación es entre temas y registros, como quien busca un suelo donde asentar la subjetividad, sabiendo lo quimérico del intento: no se es un yo, sino un canal inestable de chispazos.
El japonesismo de la escritura de Susana de la Torre es impresionista, como lo fueron los acercamientos a la tradición japonesa de Pound y Eluard, entre otros, pero hay también en su recurso a la expresión mínima y despojada una estrategia que responde a la necesidad interna de desprendimiento de la subjetividad que se está intentando alcanzar, que necesariamente la llevan a adoptar técnicas expresivas asentadas en la literatura japonesa del periodo clásico. Un aspecto clave de dicha literatura es el concepto de kokoro, que el mexicano Juan José Tablada, introductor del haiku en la poesía en lengua española, define como «el corazón y la mente, la sensación y el pensamiento, como si a los japoneses no les bastara con sentir con solo el corazón». Octavio Paz, por su parte, habla de la indeterminación del poema, otra de las claves del periodo clásico japonés. La ambigüedad de la imagen, comenta, «nos abre las puertas a la participación del lector».
Los poemas mínimos de Susana de la Torre expresan esa clase de sentir híbrido, y también la ambigüedad de una imagen poética que siempre parece inacabada, mostrándose en el fulgor de un relámpago, para regresar inmediatamente al silencio, cualidad de una indefinición que las ilustraciones de Augusto Vives, que forman parte de esta edición, han sabido interpretar. El lector es invitado a bocetar su propia ilustración del fulgurante imaginario de este libro. Es tan difícil el despojamiento perseguido, tan alto a donde apunta, que en alguna ocasión se malogra por una explicación de más: «Una mujer se desvanece en la plaza. / Flor deshojada». El movimiento de este poemario no es solo entre temas y registros. También es desplazamiento entre lugares: Lanzarote, Nueva York, Marrakesh,… Susana de la Torre transcribe iluminaciones y tantea una voz oracular y desapegada con que decirlas, moviéndose de aquí para allá con el paso seguro de la sonámbula de Pizarnik, tendiendo a la transparencia.
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