Teatro

La resistencia de ridiculizar lo ridículo

La obra 'Bar La Resistencia' de Unahoramenos culmina su estreno después de tres días representándose sobre las tablas del Teatro Pérez Galdós

El espectáculo ahonda en la problemática de la gentrificación a través del humor, la ironía y la parodia

Representación de la obra 'Bar La Resistencia' en el Teatro Pérez Galdós.

Representación de la obra 'Bar La Resistencia' en el Teatro Pérez Galdós. / LP/DLP

Martina Andrés

Martina Andrés

Las Palmas de Gran Canaria

Chistes machistas, bromas racistas y crueles sobre el estado de salud de los niños de Etiopía y risas babosas que rezuman cuñadismo: son parte del pack que componen al personaje del poderoso empresario de Euscagar -que no es la empresa hotelera líder en el Archipiélago-, Eustasio Castro Garrido, uno de los personajes de la obra de teatro Bar La Resistencia que a lo largo de tres días se ha representado en el Teatro Pérez Galdós de la mano de la compañía Unahoramenos dirigida por Mario Vega.

La trama se desarrolla en una ciudad -que no es Las Palmas de Gran Canaria- en la que una adinerada empresa italiana va a construir un complejo enorme de cuatro torres en uno de sus barrios -que no es Guanarteme-. En este contexto, Magnolia, la concejala de Urbanismo (aka «la concejalita») y la alcaldesa -que no es Carolina Darias- quieren aprobar una ordenanza para favorecer la vivienda vacacional. Es decir: dinero para los ricos de siempre a costa de la cotidianidad de los vecinos, que ven como el barrio pierde su identidad, que tienen que cerrar negocios y son expulsados indirectamente de sus casas ante las desmedidas subidas del precio del alquiler.

Mientras tanto, Eustasio -y su parche en el ojo- abraza el humor negro, convencido de su superioridad, y se frota las manos creyéndose el dueño del mundo, exageración que desata la risa del público porque poco más se puede hacer ante la representación de este tipo de ridículos personajes que, por desgracia, también existen en la vida real. Pero ojo, aunque entre las brumas de la ironía y la parodia lo pueda parecer, no tienen ningún pelo de tontos. Saben posicionarse, comprar favores, meterse al cargo que corresponda en el bolsillo. Tal y como lo hace Eustasio Castro.

Ante la alianza del poder político y económico, surge el poder del pueblo, en este caso un grupo de colegas y conocidos que buscan la forma de resistir mientras apuran la cerveza en la barra del bar. Activistas de una eficiencia cuestionable, este grupo entre los que se encuentran personajes como Paquito -graciosillo, simplón, con poca capacidad para el discurso elocuente-, Domingo -un cubano emigrado contrario a la revolución de su país- o Nora -soñadora, algo obnubilada y dueña de un herbolario que tiene que cerrar-, decide apostar por convocar una manifestación (porque «Canarias tiene un límite») para hacer frente a las injusticias que están sufriendo.

Entonces la alcaldesa y la «concejalita» se escandalizan e intentan frenar sin mucho éxito este movimiento social de vecinos y vecinas que están cansados de la misma historia de siempre. Durante estas negociaciones cuyos métodos rozan lo absurdo -culmen que se alcanza en momentos como ese en el que la alcaldesa pide un smoothie de pepino y espinaca en el bar de toda la vida-, no se deja títere sin cabeza: tanto activistas como políticos y empresarios son ridiculizados a través del humor en lo que parece un acto de resistencia desde las tablas del Pérez Galdós, una denuncia de que, se haga lo que se haga, al final, la vida sigue igual, como canta el elenco en los minutos finales del montaje.

Parte del público -entre la que se encuentra quien escribe estas líneas- rio durante la representación, aunque otra no fue capaz de aplaudir cuando llegó a su fin. No por su calidad teatral -innegable, con un original montaje escénico en el que se aprecia la firma de Vega-, sino por la sátira de un movimiento que está ahora mismo buscando su sitio en la lucha por el bienestar del Archipiélago frente al modelo turístico imperante.

En este sentido, los grandes trabajos que acarrean a sus espaldas y la metateatralidad fueron los grandes aliados de la productora detrás de Bar La Resistencia, obra donde todo es parodia menos la propia realidad, que también se pone sobre las tablas sin dejar de ser teatro. Tanto al principio como al final, y también en pequeñas pinceladas durante los cambios de escenografía, los seis actores dejan de ser los 12 personajes que interpretan para ser «ellos mismos» y presentarse con sus respectivos nombres. No como los integrantes de Unahoramenos, sino como los de la compañía Las Rojas, creando así una ficción realista que ejerce de eje vertebrador y permite el distanciamiento.

Una ficción en la que el discurso presenta frases como «porque no son negros, si no decían que lo de los italianos, es una invasión» o «nada cambiará, la lucha siempre fue de las vecinas» que, en última instancia, denuncian la gentrificación, el turismo masivo y la impunidad de los poderosos y que encarnan en sus palabras el espíritu crítico que, a pesar de unos gags más o menos acertados y unos personajes algo irritantes que bloquean la empatía por la causa, siempre late en todos los montajes de esta productora canaria que lleva ya 25 años sorprendiendo y generando debate sobre los escenarios. Citando una última vez a los integrantes de Las Rojas: «Esto no es Hollywood, esto es Canarias». Salimos del teatro. Y todo sigue igual.

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