Privilegios de Samarín
Melchor López se deja llevar libremente por los senderos que se le ofrecen, no en una sistematización de la búsqueda, sino en la ‘sistematización poética del hallazgo’
Alejandro Krawietz
Dos ideas parecen presidir la búsqueda a la que nos invita Melchor López en su último libro, Para llegar a Samarín, publicado por el Instituto de Estudios Canarios dentro de la colección Nueva Retama. De un lado, la celebración de un viaje —en rigor un viaje iniciático, un viaje hacia la obtención de un conocimiento (él mismo ha escrito en una de sus poéticas que la poesía es un método de conocimiento por misterio). De otro, la construcción de una geografía integral que dé soporte a ese mismo viaje y le ofrezca un sentido. De las relaciones entre uno y otra, entre el viaje y su geografía, el lector obtiene las coordenadas abiertas de un anhelo sustantivo: el reconocimiento profundo de un lugar, esto es, la llave que quizá permita habitarlo. Para llegar a Samarín no propone, entonces, una odisea o un trayecto en el espacio: el viaje no surca el mar, no hace de la peripecia una aventura de extrañamiento, no hay singladura de un lugar a otro, sino que se trata de un viaje in situ, un viaje de profundización, de desvelamiento, un viaje que pretende asomarse a la comprensión honda del lugar. Ni siquiera podríamos afirmar que se trata de un viaje hacia el interior, o un viaje interior (hacia el autoconocimiento): es un viaje a la hondura, al lugar en el que el espacio y el tiempo, reunidos en una sola magnitud, son revelados mediante el uso de un acontecimiento decisivo: por el acontecimiento poético.
Melchor López aborda, así, de nuevo, una segunda geografía integral de Lanzarote. La primera, trazada por Agustín Espinosa en Lancelot 28º-7º, ya había sido tramada, pronto hará cien años, con mimbres similares: el desvelamiento cartográfico de una isla en el que el hecho geográfico posee matriz abierta. A él —al accidente geográfico queremos decir—, iban a depositarse (a él, no en él) el símbolo, el mito, la anécdota, la historia, la narración, la imagen, el relato, la música, la noticia… Espinosa lograba, mediante ese ejercicio de imaginación aplicada, de imaginación sistemática, el dibujo de una isla posible que habitaba en la fantasmagoría de la isla real. López anhela en éste que es su segundo cuaderno sobre la Isla (el primero fue Escrito en Arrieta), la creación de un estado de sitio poético para una nueva fantasmagoría insular, una fantasmagoría distinta: la de la Lanzarote contemporánea. Se trata, ahora, de un territorio en el que se trenzan —para construir una isla total, compleja e inabordable— materias que obran en paradigmas diferentes: la historia («Alejandro de Humboldt frente a las costas de Lanzarote»), lo imaginario («Un ángel sobrevuela la ciudad de Arrecife»), la mitología popular («Breve semblanza de don Julián de Muñique, pendenciero»), la cultura popular («Último acto»), la simbología insular («Cuitas de Calibán»), la alta cultura insular («Un collar de huesos para Stipo Pranyko», «Paseos de Juan Gopar»), la imaginación material («Litofonías»), las ensoñaciones («Mis días junto a Circe») o el bestiario («El camello hacia el abismo», «Lugar del basilisco»). Lopez barrunta así, mediante esas materias que sitúan a la isla en un lugar de intervalo, en un ensueño de acontecimientos oblicuos, al territorio insular en el centro de muchos instantes, en un tiempo compuesto: más alineado con el tiempo kairós que con el tiempo kronos. Es decir, más en el tiempo de la oportunidad —en el que el acontecimiento es capaz de encarnarse como realización del objetivo—, que con el tiempo agónico que encamina —precipita— siempre el presente hacia su fin. En la etimología de kairós se encuentra ‘la flecha que, tensada en el arco, adquiere justo la fuerza que le permite atravesar su objetivo’ (algo que compone, sin duda alguna, una pertinente poética contemporánea). Un libro como Para llegar a Samarín construye, por lo tanto, un conocimiento integral del lugar, una alianza del propio poeta con el territorio que habita, generada a través de las formas de operar del poema: la sobreiluminación, la dilucidación por la imagen, el conocimiento a través de la materia imaginaria y simbólica. Un lenguaje abierto, el del poema, que acaba por trascender a Lanzarote y abarcar, a través de un proceso de iluminación instantánea, todo el territorio discontinuo y frágil de las islas. López opera así en el intervalo entre el observador agudo —que trabaja todo el tiempo impelido por la necesidad de establecer una palabra que alcance el suceder mágico de la isla— y el explorador aventurado —que se deja llevar libremente por los senderos que se le ofrecen, no en una sistematización de la búsqueda, sino en la sistematización poética del hallazgo.
Compuesto en cuatro secciones —la primera y la tercera se componen cada una de diecinueve poemas, la segunda y la cuarta están integradas por dos poemas largos, con varias divisiones internas— Para llegar a Samarín adquiere un sesgo de naturaleza elegíaca en muchos de sus poemas. Sin embargo, no habría que confundir ese tono con el de la melancolía —y peor aún, la nostalgia— que muchas veces confunde la poesía actual con un ataque de sentimentalidad huera que añora tiempos mejores. El canto de lo que desaparece, el canto de aquellos que forman parte de los «últimos en ver ciertas cosas», se adentra a la búsqueda de la preservación de lo real: el poema florece en el lado de la materia y permite la pervivencia de lo que desaparece: la imagen poética otorga un lugar en lo inmarcesible a los objetos en los que se encarna. La Lanzarote de este poemario surge de él con más fuerza, mejor alimentada, encarnada en imágenes que la potencian. La poesía preserva la flor en el instante y reniega de toda vindicación: pues lo que existe en el poema vence, al menos, la primera batalla con el tiempo y con la destrucción:
EL VUELO DE LOS FÉNIX EN CALETA DE CABALLO
Caleta de Caballo
arde como una pira
levantada en la costa
por una tribu hirsuta y pusilánime.
Caleta de Caballo
es una rada fúnebre.
Un tritón en las rocas se lamenta, patético, con su cola de escamas ensartada por el arpón de un niño.
Los surfistas aguardan expectantes
las sucesivas olas,
pero el fuelle del mar se ha roto
y yace inmóvil como un féretro.
El sol es un incienso gigantesco;
su perfume se mezcla
con el hedor que brota
de amontonadas algas pútridas.
La cabeza de Orfeo canta junto a la orilla
los más conmovedores himnos
aprendidos en otro mundo.
Renacen otra vez, exhaustos,
los fénix de occidente,
al borde de la tarde, en sus llamas finales.
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