Miradas de cine
Voces en medio del vacío
2024 no pasará a la historia como un año especialmente prolífico en estrenos de primer nivel, aunque sí nos queda el recuerdo de algunos títulos memorables
Aunque la industria cinematográfica acaba siempre imponiendo su poderosa influencia en los mercados por la sencilla razón de que no existe manera alguna de doblegar sus predecibles designios como indicadora de las derivas, más o menos arbitrarias, de gran parte de la producción mainstream, el cine de matriz independiente también ha seguido su propio curso, de acuerdo con unos principios sujetos al supremo precepto de la libertad de expresión, por una parte y, por otra parte, con el derecho indeclinable a la pura creación al margen de cualquier canon narrativo preestablecido por el aparato financiero de las majors de Hollywood.
Por eso, y pese a la invasión continua de subproductos estereotipados que hemos ido padeciendo durante el año que acaba de concluir, también pudimos contrastar, con profunda satisfacción en determinados casos, la calidad intrínseca de un puñado de filmes excepcionales que contribuyeron a restaurar la credibilidad en el hecho de que el arte cinematográfico continúe renovándose al compás de los tiempos y que el gesto de acudir a las salas de proyección conserve todavía cierto grado de expectación emocional ante el propósito de apelar al compromiso intelectual de un cada vez más creciente número de espectadores ante el desafío que nos exigen las nuevas miradas que nos propone el cine contemporáneo. Un esfuerzo adicional que consistiría en ajustar nuestro marco mental a las coordenadas correctas para no errar en la elección de nuestro análisis ni en la consiguiente consecución de los correspondientes diagnósticos.
La presencia en nuestras carteleras de películas tan alejadas de los esquemas establecidos por el modelo vigente como, pongamos por caso, La zona de interés (The Zone of Interest), del cineasta germano Jonathan Glazer, un sombrío y estremecedor testimonio acerca de la banalidad del mal, construido a partir de una anécdota histórica de apariencia trivial, aunque repleta, eso sí, de silenciosas cargas de profundidad, cuyos efectos aumentan a medida que salimos de la proyección y vamos digiriendo el profundo sentido que tienen las sobrias y sobrecogedoras imágenes de Glazer. Olvidar secuencias como aquella en la que se nos muestran diversas escenas sobre la apacible vida familiar de Rudolph Höss, el oberbehlshaber del campo de Auschwitz, en su residencia oficial, mientras a través de las ventanas contemplamos, en un extraño y original fuera de campo, diversas columnas de un humo oscuro e intenso tras provocado por las cámaras de gas que asesinan, a escasos metros de aquella confortable residencia, a centenares de miles de judíos costará, desde luego, mucho tiempo arrancar de nuestro imaginario.
La habitación de al lado, flamante León de Oro de la pasada Mostra de Venecia, escrita y dirigida por Pedro Almodóvar, a partir de la novela homónima de Sigfrid Núñez, es otra de las obras importantes que nos legó el año 2024. Y aunque no es la única reflexión que el director manchego hace en su dilatada carrera profesional sobre la muerte, pero sí la primera en la que arroja un claro mensaje de contención y de sosiego a favor de un entendimiento más profundo y meditado de las razones que llevan a Ingrid y Martha, dos viejas amigas de juventud que se reencuentran compartiendo una relación de complicidad ante el cáncer irreversible que padece la primera y el inminente desenlace que la propia Ingrid intenta anticipar con su decisión, cada vez más asumida, de acabar con su vida mientras le quede el aliento suficiente para hacerlo.
Arrastrada por su enorme éxito de crítica en la última edición del Festival de Cannes, donde obtuvo el Premio Especial del Jurado y el Premio a la Mejor Actriz, Emilia Pérez aterrizó hace apenas un mes en los cines de medio mundo con un éxito arrollador y con casi todos los factores a su favor pues se trata, en primer lugar, de un filme de corte musical, explosivo y vital, donde convergen algunos de los asuntos que más preocupan a la sociedad de nuestro tiempo, como son los espacios de violencia extrema impulsados por el narcotráfico internacional; el fenómeno de la transexualidad; la lucha feminista y la ambigüedad de la Ley ante un mundo social y políticamente hipertrofiado. En segundo lugar, porque en todos estos ámbitos la película, dirigida por el cineasta galo Jacques Audriard, logra sumergirnos, abierta y torrencialmente, mediante un detallado catálogo de ignominiosas miserias, en el corazón de todos los conflictos que afectan hoy a los diversos mundos con los que nos ha tocado cohabitar en este confuso e imprevisible siglo en el que nos movemos desde hace más de dos décadas.
La sustancia (The Substance), una coproducción entre Reino Unido Francia y Estados Unidos, escrita, producida y dirigida por Coralie Fargeat, e interpretada por Demi Moore, Margaret Qualley y Dennis Quaid, ganadora, entre otros, del Premio al Mejor Guion en el Festival de Cannes, es otra de las piezas clave para entender la selección de filmes que hoy proponemos para revolver la memoria de un año sembrado de algunas sorpresas dignas de nuestra máxima consideración.
A caballo entre la comedia más desopilante y el terror más brutal y desaprensivo, la película se nutre de una imaginería capaz de mantener la atención del espectador sin pestañear. Y aunque destinada naturalmente a paladares muy resistentes ante propuestas visuales tan extremas, la película posibilita una electrizante, desmelenada y transgresora mixtura de géneros como no recordamos en los anales del cine contemporáneo. Justo lo contrario que sucede con el infausto recuerdo de dos estrenos particularmente decepcionantes, tanto en sus respectivas propuestas narrativas como en sus frágiles e inesperados resultados comerciales: Gladiator 2, y Megalópolis, de dos solemnes figuras del Séptimo Arte en horas bajas: Ridley Scott y Francis Ford Coppola, respectivamente.
Inspirada en la novela del mismo título del popular escritor británico Robert Harris, Cónclave, escrita y dirigida por el cineasta germano Edward Berger, llegó recientemente a las pantallas internacionales, al filo del nuevo año, para ser exactos, como un inesperado testimonio sobre las cuitas políticas más tenebrosas y secretas del Vaticano pues todo lo que relatan sus inquietantes imágenes, sus intrigas, sus hechos paradójicos, sus oscuros enredos, constituye un auténtico prodigio de expresión cinematográfica al servicio de una historia cuajada de giros argumentales de una precisión cuasi matemática, acompañada, además, por un extraordinaria nómina de actores, liderada por Ralph Fiennes, John Lithgow, Isabella Rossellini y Sergio Castellitto, que ponen cara a la cúpula de la Iglesia católica en su sibilino afán por alcanzar el enorme poder unipersonal que transfiere el hecho de convertirte, de la noche a la mañana, en el máximo representante de Dios en la Tierra.
Con La virgen roja, tragedia sobre un pavoroso crimen acaecido en el Madrid de 1933, Paula Ortiz se enfrenta a un reto de similar calado al que afrontó, en 2015, con La novia, situada igualmente en el universo lorquiano, partiendo esta vez de un meticuloso guion escrito por Edward Sala y Clara Roquet, así como de la brillante composición dramática de dos actrices instaladas ya en la cumbre de sus respectivas carreras: Najwa Nimri y Alna Planas, dos estrellas capaces de despertar las emociones más ocultas en línea con los convulsos papeles que les tocó a ambas desempeñar y en los clamorosos silencios que acompañan sus respectivos dramas, encontrando siempre el equilibrio gestual que exigía un guion tan revelador sobre una España moral y políticamente descoyuntada.
Otra potente carga explosiva contra los desmanes hollywoodienses, perfectamente representados en inefables producciones como Pretty Woman (1990), de Gary Marshall, es la que arroja Anora, la inteligente, brillante, tierna y corrosiva comedia dramática del gran Sean Baker, que generó ríos de tinta en la prensa especializada desde su estreno a mediados de año y que obtuvo, además, la Palma de Oro a la Mejor Película en Cannes. Como claro reverso de uno de los clásicos más almibarados y repudiados del Hollywood de finales de siglo, Anora permite una visión diferente, mucho más descarnada y objetiva de la sociedad de la opulencia, lejos de la blandenguería tan afín a los estereotipos más reaccionarios del cine estadounidense y su protagonista femenina, la joven y prometedora actriz Mickey Madison, ofreciendo además un soberbio recital interpretativo carente del menor artificio.
Los retos del cine canario
La producción generada en el seno del cine canario durante el año 2024 experimentó, al menos en cuanto a su presencia en muchas de las más prestigiosas citas cinematográficas europeas, un alza más que estimable, lo que se traduce en un claro reconocimiento internacional a su creciente presencia fuera de nuestras fronteras y a su capacidad, sobradamente demostrada a lo largo de los últimos tiempos, de extender sus propuestas artísticas con la capacidad que se exige siempre para penetrar, lenta pero eficazmente, en los grandes circuitos de distribución alternativos que actúan, en múltiples ocasiones, al margen de las grandes cadenas controladas desde los enmoquetados despachos de Wall Street.
En sus diversos estrenos registrados durante la pasada temporada, el cine isleño brilló con luz propia gracias especialmente al intenso impacto que provocó en el corazón de todos los públicos La hojarasca, de Macu Machín, ganadora de diversos galardones en la pasada edición de la Berlinale y en el último Festival de Málaga, así como la máxima triunfadora en la Sección Canarias Cinema del Festival de Las Palmas; al poder evocador de Mariposas negras, el filme de David Baute, ganador del Premio Forqué al Mejor Largometraje de animación y el de la Mejor Película en el Festival de Annecy; la desasosegante comedia dramática del debutante grancanario Coré RuizVoy a desaparecer; a la poderosa inventiva visual que muestran David Pantaleón y José Víctor Fuentes en el desarrollo de un planteamiento conceptual tan sumamente arriesgado y tan alejado de los estándares convencionales como es, sin duda, Un volcán habitado.
La inteligente y estilizada mirada sobre el erotismo que despliega el joven cineasta tinerfeño Miguel Mejías en El amor cortés de Mandy Flower, su último cortometraje, estrenado el pasado mes de noviembre en la Muestra de Lanzarote; la sensible mirada hacia la memoria histórica de Marina Alberti, nieta del poeta, en su empeño por visibilizar las huellas del tiempo a través de las desgarradoras imágenes de su corto Aitana, seleccionado para su sección Orizzonti por la Mostra de Venecia y ganadora de la Espiga de Plata al Mejor Cortometraje en la Seminci de Valladolid, así como el no menos sorprendente trabajo de investigación que desarrolla Fernando Alcántara en Colonos del espacio, mención especial del Jurado en la sección Canarias Cinema del Festival de Las Palmas y al largometraje de Johanne Gómez Terrero Sugar Island, presente en la Giornate degli Autori del festival veneciano, película inspirada en un guion de la también realizadora María Abenia y del propio director.
Entretanto el Festivalito de La Palma, Miradas Doc, la Muestra de Cine de Lanzarote y el veterano Festival capitalino, plataformas esenciales en el marco cultural de nuestra comunidad, siguieron manteniendo su condición de correas de transmisión de lo más granado de la producción isleña, incorporando a su programación espacios consagrados a la difusión del cine autóctono. Y, last but not least, ya en el plano de la distribución, motor esencial para la visibilidad de las corrientes más independientes del cine periférico, no ha sido menos encomiable la labor que, desde hace algunos años, lleva desempeñando Digital 104 en el conocimiento nacional e internacional de nuestro cine como agencia encargada de su difusión dentro y fuera de las Islas.
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