Análisis
Epigramas
El poeta Juan Jiménez alza su voz contra las verdades instrumentales del sistema, diciendo la verdad última, la que vale y no tiene vuelta de hoja

Epigramas / La Provincia
No sé si existe otra edición más nueva, de este magnífico libro de poemas de Juan Jiménez. Si no fuera así, es carencia que alguien debería corregir.
La obra de Jiménez sigue perdurando entre nosotros, pese al tiempo transcurrido. Eso es posible por la actualidad de sus temas, el amor, la vida, las Islas… y la viveza de su lenguaje, límpido, transparente y a veces irónico o sarcástico.
De todas formas, en la memoria digital de Canarias se consigue el penúltimo de sus libros, Itinerario en contra, y créanme, merece la pena leerlo. Jiménez nos sigue hablando de nosotros mismos, como todo gran poeta.
Ya decía Hannah Arendt al hablar de Bertold Brecht, que el poeta es aquél que «nombra lo inefable». El que dice la última verdad, la desnuda, la que nos confronta con nosotros y con el mundo. O como recuerda Sonia Arribas «convierte el lenguaje oxidado en lenguaje poético», y citando a Walter Benjamin «consigue la verdad en movimiento, no en reposo, la cosificada».
Este último concepto será retomado por Beauvoir y Sartre: la verdad cosificada como forma ideológica de control de la sociedad, del pensamiento. Y contra esas verdades instrumentales del sistema, de los controladores, alza su voz poderosa Juan Jiménez, diciendo la verdad, la última, la que vale y no tiene vuelta de hoja.
Decir la última verdad, la que por su temporalidad se acerca a lo eterno poético, es lo que hace. Nos sigue recordando la fugacidad del acto amoroso: Experiencia de tener en sí partiendo sólo/ el gozo de saber de quién venía/ el aleteo mío de la sangre / (la raíz sumergida del viento/ bajo la otra ala) / y la tristeza de ver que se alejaba sola.
O la necesidad imperiosa de partir de lo colectivo para llegar a lo individual y volver a lo colectivo: trato de individualizar –sin dejar de ser por ello hombre colectivo- está mi actitud enfocándola hacía mí mismo. Si alguno ha nombrado su hacer poético como un hacer más social que verdaderamente poético, comete el error de ignorar la consciencia que tiene Jiménez del mundo y de sí mismo.
Sabe, como si fuera discípulo de Luckas, que la especie humana es eminentemente social y que el reconocimiento de ese hecho es lo que permite la construcción individual de las personas. De lo contrario corremos el riesgo de perdernos en el solipsismo, el aislamiento y la nulidad como individuos. Así, el poeta escribe: No hagas (le dije sin pensarlo) /de tu refugio propiedad / privada / y así puedas volver / y abrir nuevamente / la salida. Aunque te aísles recuerda siempre tender puentes hacía los demás, deja las puertas abiertas, así sea solo para escapar de ti mismo.
Algunos tildaron a Jiménez como «poeta del sur», como minusvalorándolo con ese calificativo. Ya Rodríguez Padrón combatió tal demonización de nuestro poeta y a nosotros solo nos cabe decir que ser del sur, en estas Islas que son el sur del capitalismo, tal y como definía Gramsci la cuestión meridional, no debe ser ningún insulto. Más bien el reconocimiento de la estrecha vinculación del poeta con sus gentes, en ese viaje de lo colectivo a lo individual y viceversa que hemos indicado.
La poesía de Jiménez, sobre todo la de estos Epigramas, no nace con la vocación expresa de transformar el mundo. Pero no puede escapar al destino de todo poema, de todo libro, de toda palabra construida. Trastocar lo conocido, lo rutinario, lo normal, cumpliendo el objetivo que Heinrich Böll achacaba a todo libro, tocar, transformar a sus lectores, consciente o inconscientemente por el autor.
Cervantes y Flaubert exageraron este poder de la palabra impresa. Jiménez, con una poesía que contiene fuerza oral, nos recuerda: Más que constancia siento yo la exactitud / de decir que soy un empedernido / y notable bebedor diario de sed de la alegría / que goza sin cesar la altura / caliente de su tiempo acotado en actos ajustables / y no he negado ni escondo que a mil millas/ de amor de aquí duerme mi cuerpo / en otro cuerpo de amor que descompone el suyo… Versos que llaman a la reflexión y que nos recuerdan que el poeta nunca está solo.
Más adelante nos dirá en un oficio de iras por la libertad. De eso trata siempre su obra, de la libertad, de la relación entre los hombres y las mujeres, de unos con otros, de la construcción del amor, del acto colectivo, de rebeldía, con poemas señalados por el signo mas por el odio y el rencor en contra. Pues la falta de libertad, no sólo política sino también moral y ética, despierta la ira del poeta que aprovecha ese furor para mostrarnos el camino: Era escuchar en mi voz la suya y la de todos/ y hacer juntas las voces una única voz/ caliente para hablar lo preciso / con la intención de hundir deseos /en la realidad / y hacer así el futuro. Acudamos a la voz del poeta y hagamos el futuro, todas las voces en una sola.
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