Crítica

Extraordinario Stravinsky para cerrar el Festival

Extraordinario Stravinsky para cerrar el Festival

Extraordinario Stravinsky para cerrar el Festival

fierabrás

Cerraba el 41º Festival de Música de Canarias con un concierto a gran altura, como ha sido la tónica general de esta edición. Se presentaba por primera vez la Orquesta de la Suisse Romante, conjunto que no destaca en nada especial y todo lo hace muy bien, ¿no es ese acaso el fin último de una formación orquestal?

Su titular, Jonathan Nott, está intentado devolver a la orquesta suiza el esplendor de sus años con Ernest Ansermet a través del bastión que consolidó su fama: la interpretación de la música del siglo XX.

Se le concedió todo el protagonismo del concierto a Midori en la segunda parte, pero en la primera vivimos una particular y estimulante versión de La consegración de la Primavera de Stravinsky, obra que nunca deja de impresionar por su singularidad tímbrica, rupturista lenguaje, genial orquestación y conexión tan emocionante a la esencia primitiva del sonido. Quien esperara la versión habitualmente salvaje, de brillo sinfónico y frenética, quedaría decepcionado. Nott ofreció una versión contenida en tempi muy estructurada y narrativa, su mano izquierda tiene enorme cantidad de recursos expresivos, prefiriendo sosegar y clarificar antes que apabullar y emborronar. La Introducción con un fagot más lírico que estrangulado fue un prodigio de polifonía, todo se percibía – en una obra con más de 400 cambios métricos es meritorio oírlo todo – y las unidades rítmicas formaban un todo coherente. En Rondas Primaverales o en la introducción de El Sacrificio consiguió atmósferas con una paleta expresiva y colorista sin dejar de evocar lo tribal o, incluso, lo ritual como en la Glorificación de la Elegida.

La orquesta respondió con rotundidad en todas sus secciones, especialmente unas atinadas maderas y, en los momentos especialmente brillantes, hubo una envidiable conjunción aunque también una resolución muy formal y algo distante de esos violentos pasajes orquestales, dígase la Danza de la Tierra.

El bello y oscuro concierto para violín de Jan Sibelius cerraba el programa con la más veterana de las violinistas presentadas en esta edición, la japonesa Midori. Dotada de una sonoridad tersa, poderosa y llena de personalidad, así como recursos expresivos de gran madurez, de relieve en el segundo movimiento, donde ofreció una gama dinámica variada y emotiva, es verdad que en este movimiento, el más romántico en esencia, Midori mostró su sonido más poético y conmovedor. El escarpado primer movimiento, lleno de brumosos paisajes, adoleció de continuidad y puso en algún apuro la afinación de la solista. El tercero, Allegro ma non tanto, de acabado virtuosismo, tuvo en nuestra intérprete sólo una correcta lectura. Lleno de escollos, lo mejor fue la grata sonoridad de su instrumento. Jonathan Nott empatizó más con el Sibelius moderno del primer movimiento que con el romántico de los dos siguientes, apabullando algo a la solista en el tercero.

Abrió el concierto una intrascendente orquestación de Caplet del genial Claro de Luna de Debussy, supongo que por no empezar directamente con el solitario fagot de Stravinsky.

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