Varios clásicos y una moderna
Si algo caracteriza la industria del cómic español es su precariedad, pero el torrente de novedades no se detiene, como demuestran estos títulos

Varios clásicos y una moderna / LP/DLP
Florentino Flórez
Entre las novedades de cómic de los últimos tiempos encontramos agradables sorpresas, como la segunda entrega de Lezo. Sus autores lo han publicado gracias a un nutrido grupo de mecenas, indicados al final de la obra. Ya disfruté en su momento del primer volumen y este mantiene las características iniciales, con un dibujo bienintencionado, pero en ocasiones confuso, y un gran color. Se trata de recuperar una figura histórica muy llamativa y de la que apenas se nos ha contado nada. A mí me parece una obra necesaria y agradezco su aire clásico, como de película de Michael Curtiz, con todo el vigor de la modernidad en su puesta en escena.
Mucho más tranquila es la apuesta de Daniel Torres, que nos brinda un nuevo episodio de su aventurero espacial Roco Vargas, a quien descubrimos en los 80 en la revista El Cairo. Torres ha recorrido un largo camino desde entonces, convirtiéndose en uno de los dibujantes españoles más internacionales, pero estas Memorias tienen un problema: es un volumen escasamente narrativo. El héroe es entrevistado no por un periodista sino por un dibujante llamado (¡oh, sorpresa!) Daniel Torres. A partir de ahí el álbum se configura como una recolección de estampitas sin apenas estructura dramática que las unifique. El autor se ha dado el gustazo de dibujar unas ilustraciones excelentes, que no esconden su deuda con la obra de Moebius. Pero si cualquier seguidor de Torres puede disfrutar sin complejos con sus imágenes, quienes esperen algo a la altura de El octavo día se sentirán decepcionados. Aquí se trata simplemente de sumergirse en sus evocadoras ilustraciones y poco más. No es para quejarse, teniendo en cuenta su capacidad para la mímesis gráfica y las referencias cruzadas. Los lectores podrán entretenerse un buen rato descifrando las diferentes claves gráficas y simbólicas.
Otro dibujante de larga trayectoria, Rubén Pellejero, firma una nueva entrega de Corto Maltés. Como en anteriores episodios nos sorprende su capacidad para imitar el trabajo de Hugo Pratt, mejorando sus fondos y la caracterización de los personajes. Lamentablemente los guiones mantienen esa estructura de acá para allá que definía las aventuras del original. Mucho andar para no llegar a ninguna parte. Debo confesar que no soy un gran fan del contexto en que se desarrolla esta aventura. Un México que tal parece el de la clásica novela de Graham Greene El poder y la gloria, con la que ya patinó el gran John Ford. Me aburre el rollo Pedro Páramo, esos paisajes soleados llenos de gente desesperada. Mario Vargas Llosa consiguió animar esos delirios donde la exaltación religiosa y la pobreza se dan la mano para provocar cataclismos en La guerra del fin del mundo, trasladando la acción a Brasil. En México, para mí la gran excepción es Los profesionales, la energética peli de Richard Brooks que explica la revolución sin aburrir al personal. Pero si no, siempre acabamos en Gringo viejo o Bajo el volcán, relatos en los que la miseria y la amargura convierten en una pasta intragable todo intento narrativo. Este es un producto bien fabricado que olvido al finalizar su lectura. Dormir, tal vez soñar.
Lo mejor para el final. Hace tiempo que le sigo la pista a un talento ya bastante consolidado. María Llovet lleva años alternando obras de producción propia (guión y dibujo) con encargos para el mercado americano, que imagino son los que le dan de comer. Con un dibujo veloz y de entintado sucio y descarado, nos ha acostumbrado a sus mundos góticos, sexys y salvajes. En una primera aproximación podríamos suponer que nos encontramos ante productos modernillos dirigidos a seguidoras de Crepúsculo y similares, con vampiros guapos chupando todo lo que se les ofrece y lánguidas protagonistas entregadas sin reparos a los placeres de la carne. Todo eso está en la obra de Llovet, pero también una voluntad narrativa y unas ganas de contar historias diferentes, que la honran. En un momento de empacho de autoras-víctimas que se empeñan en explicarnos lo mal que lo pasaron sus abuelas, cómo las acosaron en el instituto o sus angustias mentales y sexuales, resulta refrescante sumergirse en las páginas de una creadora que lo primero que busca es entretenernos. Y a lo grande. Y, además, aborda temas tan actuales como universales.
Loud
Como pura diversión les aconsejo que le echen un vistazo a Loud. Por momentos uno se siente en una película de Gaspar Noe o de Quentin Tarantino. Afortunadamente, más el segundo que el primero. Tiende a abusar de las viñetas horizontales y a veces su ritmo es tan veloz que cuesta situarse o tenemos la sensación de que la viñeta no nos cuenta bien la acción. Pero su puesta en escena es tan vertiginosa como eficaz. Con grandes secuencias como la de los disparos y las balas voladores. Si Loud era una obra muy visual, sin apenas textos y con onomatopeyas bien empleadas, en Crave mezcla todas las herramientas textuales de la modernidad, con profusión de diálogos a través de móviles e interacciones entre la acción real y la virtual. El cómic va de una aplicación que interfiere en las vidas de los protagonistas hasta casi dirigirlas. Todo es trepidante, fresco y sexy, una lectura sin complejos para disfrutar. Si estos dos trabajos les gustan, están de suerte porque Llovet tiene muchos anteriores a los que echar un vistazo. No la pierdan de vista.
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