'Jacintos y galletas': Tina Suárez y la palabra poética en memoria de su madre
La poeta presentará su nuevo poemario el próximo martes 25 de marzo en el Gabinete Literario, donde estará acompañada por la poeta Elsa López, editora de la colección

La poeta Tina Suárez Rojas.
El lugar desde el que la poeta se posiciona ante la palabra poética, escucha las ondulaciones de sus silencios y preguntas, constituye el sustrato primero para que germine la Poesía. Pero este ejercicio se complejiza cuando ese espacio es la pérdida. «Tanto amor y no poder nada contra la muerte»: quizás el célebre verso de César Vallejo encarne la fuerza esperanzadora de la poesía para guardar bajo su ala la memoria.
La poeta Tina Suárez Rojas, uno de los nombres imprescindibles de las letras españolas, se asoma a este abismo de desconsuelo para pergeñar su ejercicio poético más íntimo en un bellísimo homenaje a su madre, titulado Jacintos y galletas (Ediciones La Palma, 2025). «Cuánto estropicio de amor me dejas / cuánta belleza tu ausencia», rezan los primeros versos A mamá, in memoriam.
Desde su más hondo respeto por la praxis poética y sus tiempos de fragua, en las antípodas de propensiones catárticas lacrimosas, la autora aguardó en la habitación a oscuras hasta que un amanecer trajo de vuelta las palabras. En las cenizas de la pena, «como si se me hubiera muerto el mundo», renacieron los recuerdos para cincelar con el lenguaje esos días azules, esa herida irreparable, desde el alivio de la poesía.
Conjurar la poesía
«Está la casa vacía / tan desguarnecida de ti que he dejado / jacintos y galletas frente a tu retrato. / Tal vez la poesía se quede por un tiempo / si logro conjurarla», recoge el poema Pórtico, que inaugura los senderos de Jacintos y galletas, cuyo título se basa en el verso del poeta Carl Sandburg: Poetry is the synthesis of hyacinths and biscuits.
La poeta presentará su nuevo poemario el próximo martes 25 de marzo en el Gabinete Literario, donde estará acompañada por la poeta Elsa López, editora de la colección, para compartir algunas pinceladas de su primera incursión en la denominada «poesía elegíaca», donde la autora dedicó mucho cuidado en despojar de adjetivos, desbordamientos y sentimentalismos la búsqueda de la palabra exacta para nombrar lo eterno. «Este es un libro de tono intimista al que no estoy acostumbrada», confiesa Suárez Rojas. «Siempre he escudado mis emociones en un juego impostado de voces pero, cuando una escribe poesía elegíaca, el lamento y el desconsuelo de la ausencia, el juego se viene abajo; el yo poético se tiene que arrancar la máscara e involucrarse, porque así lo exige la poesía, son las reglas del ceremonial, de la ceremonia de ese duelo».
La historia de la literatura atesora un caudal de novelas, ensayos y poemarios nacidos del duelo, en este caso concreto, de la fractura que comporta el adiós a la mujer que nos dio la vida, como aquel hermoso Mi madre, de Richard Ford (2010), También esto pasará, de Milena Busquets (2014) o No he salido de mi noche, de Annie Ernaux (2017). En Jacintos y galletas, la poeta grancanaria borda un mapa de reminiscencias, estampas, ternuras y detalles cotidianos que aroman ese nido de intimidad única de madre e hija, «podríamos ser dos yeguas encabritadas. (...) Y de nuevo la feliz metamorfosis / las dos purasangres eran mamá gallina y su cría. / Me subía a tu regazo en calma / y el calor de tu vientre apaciguaba a las fieras».

Cartel de la presentación. / LP
Sus versos no acampan en la herida ni exorcizan el desgarro, sino que cristalizan el amor -tanto amor-, en la belleza de las palabras y se detiene, con serenidad, en las preguntas, donde ya «nunca contesta la mujer que soy sino la niña que fui». «He sido una buena hija. (...) ¿He sido una buena hija?».
«He querido guardarle respeto a la poesía», revela la poeta grancanaria
«He querido guardarle respeto a la poesía y ese respeto, para mí, es evitar que la palabra poética pierda su fuerza, su entidad, y que el elemento emocional doblegue y se imponga al ejercicio lingüístico», reflexiona la poeta. «Por eso necesité tiempo para asentar el dolor, me tomé mi tiempo para impedirme escribir con el sentimiento a flor de piel y así traicionarme como poeta», sigue. «Una vez apaciguada tanta pena, me puse a escribir desde el recuerdo y la palabra poética salió, aconteció, y vino finalmente a consolarme».
Como en el conjunto de su vasto universo poético, la autora de Mi corazón es un cubo de Rubik desordenado o Yo amaba a Toshiro Mifune dialoga con la propia poesía en un juego metapoético donde la reivindica, una vez más, como refugio. «Contra la nada me queda aún la poesía / cada una de tus letras estará al abrigo de ella», escribe la poeta, aunque tanto dolor se agrupa en mi costado, como dice la Elegía de Miguel Hernández.
En la casa vacía, callada, sabia -«la casa muere por volver a habitarte»-, la estela de un poema es mucho más larga que el olvido. «Madre mamá mamaíta / y en la entraña y la raíz que me sostienen / perduras», escribe la poeta en su Epílogo. Madre y poesía son la misma luz. Cuánto amor, con permiso de los poetas.
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