Literatura
Astrid Lander y la poética del despojo ontológico
La escritora venezolana presenta esta tarde en la Biblioteca Pública del Estado su último libro ‘Nominación de lo Humano’

La poeta venezolana Astrid Lander. / LP/DLP
Astrid Lander es una poeta venezolana, profesora de Lengua y Universalidad en la Universidad Metropolitana de Caracas. Ha venido a Canarias a presentar su último libro, Nominación de lo Humano (colección Farallón, Hamalgama Editorial, 2025). Aprovecharemos para introducirnos en su obra poética, en tanto poeta existencialista, con éste y otros poemarios anteriores, uno de ellos surgido de su experiencia en el Camino de Santiago, que se transformó, precisamente, en una metáfora radical del tránsito existencial.
Sus versos no relatan una peregrinación externa, sino una travesía interior donde el yo lírico camina hacia, o desde, una pérdida irreparable. Lejos de las imágenes románticas o espirituales que a menudo envuelven esta ruta, Lander articula una poética del extravío, en la que la búsqueda no conduce a revelación alguna, sino a una confrontación desnuda con el vacío: «Sólo lo pasa uno solo. / Nadie delante ni detrás».
En este pasaje de su libro Hacer un camino como se hace un poema, Lander expresa una ontología del aislamiento. La soledad no es circunstancial, es la condición misma del existir. Caminar se vuelve acto ontológico, tan potente como pavoroso: se está solo porque nadie puede habitar el mundo por otro. La sombra que se agiganta «enfrentándome a espaldas» no es otra que el propio pasado, la conciencia que persigue, y que no puede ser esquivada.
En Nominación de lo Humano escribe: «Tal vez la verdad de lo humano / esté guarecida / al último lugar del planeta / donde sea resguardado / lo humano en extinción».
Ese «último lugar del planeta» alude no a una geografía real, sino a una zona interior, remota, última, donde el ser, desprotegido por la civilización, por el lenguaje, y por la fe, aún conserva el temblor originario de su humanidad. La poeta habla desde una conciencia límite, desde el borde donde ya no queda nada más que cuidar: allí, donde lo humano está por extinguirse, sobrevive su verdad más desnuda.
El hilo conductor de los poemas de Lander es el despojo. No se trata de llegar, sino de perderse. Los versos de Hacer un camino… muestran el esfuerzo por «seguir flechas amarillas / para no perderme / para salir de mi extravío». Aquí no hay certeza ni destino, sólo la voluntad frágil de no extraviarse más. El yo necesita marcas externas para sostener su orientación interna, que ya no confía en sí misma: «cuán difícil retomar la vuelta / la orientación / aquietar la aguja de la brújula». Esta relación entre el caminar físico y el extravío espiritual se desarrolla en otros fragmentos. El futuro, lo venidero, está siempre velado. Solo se camina, con la sospecha de que «Dios viéndonos» quizás sea apenas una construcción para soportar la angustia.
En Nominación de lo Humano sigue: «El primer desconcierto / primer miedo / primer apareamiento / primer parto / primera muerte / La primera vez cuando sintió / qué es ser humano». Esta serie de primeros señala una arqueología de la experiencia, un descenso a los estratos primigenios del ser. Cada «primero» es un umbral en el que el cuerpo y el alma se estremecen. El ser humano no se define por su racionalidad, sino por el temblor que lo atraviesa. Ser humano, en Lander, es recordar ese estremecimiento inaugural, donde el sentido aún no ha domesticado el dolor.
En Hacer el Camino… se despoja incluso la dimensión mística: «también es un camino de gusanos / y fuerte olor a vacas». La materia, el cuerpo, la muerte y el animalismo están presentes. No hay redención: sólo el fango del mundo.
Finalmente, en Nominación de lo Humano: «Somos atacados por nosotros mismos / uniformados de instinto animal / cual cadena depredadora / Almas alteradas», y también: «Noches de socorro / cuando el cuerpo adolorido / inflamado / resiste / Pero es más combatiente / lo que vibra adentro / contusión incorpórea...». En estos versos, el yo no es víctima de fuerzas externas, sino de su propia biología, de su herencia animal. El dolor no proviene de un castigo externo, sino de un cuerpo que arde y de un alma que no se deja vencer. La «contusión incorpórea» es quizás la definición más precisa del sufrimiento existencial: una herida que no se ve, que no se puede localizar, pero que duele más que cualquier fractura física.
Comparemos la obra de Astrid con otros poetas existencialistas.
Fernando Pessoa convierte el yo en un teatro de máscaras. Lander no descompone su sujeto: lo enfrenta, solo y pleno en su fragilidad. Si Pessoa construye un desasosiego elegante, Lander ofrece una angustia sin retórica.
Emile Cioran representa la ontología del fracaso como forma superior de lucidez. Lander no filosofa, pero su poesía encarna esa misma derrota con una dimensión más corpórea. Donde Cioran sentencia, Lander cede. Su poética es rendición, no doctrina.
Crudeza lírica
Clarice Lispector, desde el trance de la conciencia, busca decir lo inefable. Lander, en cambio, dice lo evidente con crudeza lírica: la confusión, la soledad, el autoengaño. El poema Éxodo se convierte en un lamento bíblico desacralizado: «Crees dichosa que el Camino te sanará. / Y pagas, pagas por el minuto de olvido...». Aquí no hay revelación espiritual, sino la dolorosa conciencia de que incluso el olvido tiene precio. El dolor es persistente y el éxodo no lleva a una tierra prometida, sino a un desamparo visible, empedrado, rudo.
En Julio Cortázar, la ontología del absurdo se aborda desde lo fantástico, y el mundo se quiebra por una fisura inesperada. En Lander, no hay apertura a lo mágico, el mundo ya ha sido erosionado desde antes, y lo que queda es caminar sobre sus restos. Lander representa el absurdo sin fisura, sin escape, solo persistencia, conciencia y agotamiento.
La poesía de Astrid Lander es una forma silenciosa de ontología negativa vivencial. Su paso por el Camino de Santiago devino en constatación de la soledad esencial del ser. Los otros peregrinos, que le hablaban y luego desaparecían, se volvieron símbolos de lo efímero del encuentro, del carácter evanescente del sentido, de la palabra como acto de paso, no de permanencia. El tipo de poética de Astrid Lander recuerda a cierta lírica postconfesional, donde lo importante no es contar una historia, sino mostrar la fractura de la subjetividad.
Finalmente, este verso de Nominación de lo Humano, aplasta al ser de forma heideggeriana: «Sí / hubo otra vida / La faltante». La frase suena como una confesión heideggeriana, en la línea del Dasein, que se extravía en lo inauténtico. La subjetividad se rompe en el lenguaje, es una fractura ontológica. Remite, también, a la angustia sartriana del proyecto fallido.
Astrid Lander no articula una rebelión contra el absurdo, sino una habitación melancólica en él. El yo lírico está agotado incluso para luchar. Y, finalmente, se habla con ella, se convive con su presencia, y Astrid no es así, es alegría, es esperanza, es fuerza luchadora, es lo contrario de lo que su inconsciente expele al mundo filosófico de los y las poetas.
Lugar: Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas de Gran Canaria.
Hora: 19.00 horas
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