Cine
Disciplinado, rotundo y desbordante
Este mes se cumple el centenario de Rod Steiger, uno de los activos más representativos del legendario ‘Actor’s Studio’ de Nueva York, donde se forjaron estrellas como Marlon Brando, Karl Malden, Paul Newman, Shelley Winters, Gene Hackman, Marilyn Monroe, James Dean, Robert de Niro o Sissy Spacek.

Rod Steiger / LP/DLP

Aunque su imagen ha quedado firmemente fijada en nuestra memoria cinéfila como lo que siempre fue, es decir, un sólido y versátil intérprete de dramas broncos sembrados de personajes paroxísticos en busca de su redención, siempre logró acompasar su peculiar músculo interpretativo con el de muchas de las estrellas masculinas y femeninas más gloriosas del Hollywood de la posguerra, Rodney Stephen Steiger, popularmente conocido como Rod Steiger, (Long Island. Nueva York, 14 de abril de 1925/Los Ángeles, California, 9 de julio de 2002) nunca obtendría, a lo largo de sus casi cinco décadas de trayectoria profesional, el estatus de estrella pero sí lograría, sin embargo, una carrera actoral de primer nivel, tal y como lo acredita el Oscar al Mejor Actor otorgado por su formidable trabajo como sheriff intolerante y racista en la mítica En el calor de la noche (In the Heat of the Night, 1967), de Norman Jewison, junto a un Sidney Poitier memorable en su rol de detective de homicidios en una localidad del sur durante los años más oscuros y violentos de la segregación racial en los Estados Unidos o su nominación al Oscar como actor secundario en La ley del silencio (On the Waterfront, 1954), de Elia Kazan, la ambigua, aunque impactante respuesta del cineasta turco americano tras sus polémicas confesiones ante el Comité inquisitorial del senador MacCarthy.
Tres años antes sería distinguido también con el Oso de Oro de la Berlinale al mejor intérprete y con la nominación al Oscar al Mejor Actor por su escalofriante composición de un judío superviviente del holocausto en El prestamista (The Pawnbroker), de Sidney Lumet, inspirada en un guion de David Friedkin, a partir de la novela homónima del escritor estadounidense Edward Lewis Wallant.
Ajustada al tono crítico tan propio del autor de Doce hombres sin piedad (12 Angry Men, 1957), la película se convertiría en uno de los grandes hitos en la prolífica carrera del actor, tanto en la propia industria de Hollywood como en el cine europeo, ámbito al que se consagraría especialmente durante sus dos últimas décadas de recorrido profesional.
Su bautizo cinematográfico, aunque oficiado por el gran director austroamericano Fred Zinnemann, lo situó ante un papel de escasa relevancia en el irregular melodrama posbélico Teresa (1951), circunstancia que no le impediría que, un año más tarde, Kazan se fijara en él y le propusiera para encarnar el electrizante papel de Charley the Gent, el hermano mafioso de Terry Malloy (Marlon Brando) en La ley del silencio, ganadora de ocho Oscars, incluyendo el de Mejor Actor para el propio Brando y el de Mejor Película para Kazan, así como la nominación del propio Steiger a la categoría de Mejor Actor secundario.
En el año 2002, ya en la cúspide de su larga carrera profesional, recibe, junto a Jacqueline Bisset, la Lady Harimaguada de Honor en la tercera edición del Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria.
La insospechada popularidad que le proporcionaría a Steiger aquella legendaria película, magistralmente escrita por el reputado guionista y escritor neoyorquino Budd Schulberg, y que contagiaría al resto del reparto encabezado, entre otros, por la también debutante Eva Marie Saint y los veteranos Lee J. Cobb y Karl Malden - miembros todos del legendario Actor´s Studio de Nueva York- le imprimió a su carrera, tanto en el sentido más ambicioso como en el más peyorativo, notables actuaciones en cuanto a la puesta en práctica de las peculiares claves técnicas del «método», aprendidas durante su prolongada estancia en aquella prestigiosa institución.
De ahí que algunas de sus más conocidas composiciones, como la del airado soldado sudista de Yuma (Run of the Arrow, 1957), de Sam Fuller, donde compartiría reparto con una jovencísima Sara Montiel durante la brevísima experiencia de la actriz en Hollywood; la del protagonista central de Al Capone (Al Capone, 1959), de Robert Wilson; la del sobreactuado Napoleón de Waterloo (Waterloo, 1970), de Serguei Bondartchouck; el excesivo Benito Mussolini de Mussolini, último acto (Mussolini, ultimo atto, 1975), de Carlo Lizzani, o el excéntrico alcoholizado W.C. Fields de Fields and Me (1976), de Arthur Hiller, mostraran unas dosis desmesuradas de exhibicionismo personal de las que carecían por completo actuaciones tan luminosas, sobrias y contenidas como fueron sin duda la del Victor Hipolitovich de El Doctor Zhivago (Doctor Zhivago, 1965), de David Lean; la del correoso e inconmensurable suboficial de El sargento (The Sergeant, 1968), de John Flynn; la del inquietante personaje central de El hombre ilustrado (The Illustrated Man, 1969), de Jack Smight, película inspirada en varios relatos del maestro de la ciencia ficción Isaac Asimov; el psicópata atormentado de El asesino del calendario (January Man, 1988), de Pat O´Connor; el Gene Giannini de Lucky Luciano (Lucky Luciano, 1974), de Francesco Rossi o el inolvidable Nick Benko de Más dura será la caída (The Harder They Fall, 1956), de Mark Robson, acompañando en el reparto al gran Humphrey Bogart en su despedida definitiva de las pantallas.
Su fama de actor desbordante, especialmente obvia a partir de su participación en El prestamista, hizo de él el intérprete ideal para encarnar a la perfección a personajes disruptivos, violentos y sombríos, como el autoritario protagonista de El sargento; el megalómano irredento de Al Capone o el acaudalado esposo y víctima de los sucios manejos de una Rommy Schneider particularmente manipuladora en Inocentes con manos sucias (Les innocents aux mains sales, 1975), uno de los thrillers más inquietantes del gran Claude Chabrol y, probablemente, el mejor trabajo realizado por Steiger en la industria europea desde su primera colaboración con Rossi en esa inclemente diatriba política que encierra Las manos sobre la ciudad (Le Manni sulla città, 1963), título que desvelaba el talento sin fisuras de un director que logró, con tenacidad, oficio e inteligencia, elevar el cine italiano a sus más elevadas cotas de compromiso social y artístico.
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